JAIME PENA
Cahiers du cinéma
Algo se quebró en la obra de Manoel de Oliveira cuando su prolongada relación con el productor Paulo Branco llegó a su fin. Aquel sistema de coproducción franco-portugués que sustentaba una carrera tan fructífera le daba una seguridad que parece ausente en sus últimas películas, en particular 'Belle toujours', 'Cristóvao Colombo', 'O enigma y singularidades de una chica rubia', largometrajes que adquieren tal consideración en la medida que superan escasamente la duración estándar de sesenta minutos, como ocurre con estas 'Singularidades... ' que ahora nos ocupan. Quizá una objeción no tan menor en un cineasta al que siempre le han sentado muy bien los largos recorridos, o al menos así me lo parece en tanto que mis oliveiras favoritos serían 'Le soulier de satin', 'Amor de perdiçao', 'El valle Abraham' y 'Francisca', más o menos en este orden. Había en estas películas una épica de los amores frustrados que difícilmente tiene cabida en poco menos de una hora de metraje, una vez descontados los títulos de crédito y algún que otro plano prolongado algo más de lo razonable. También cabría verlo desde otro punto de vista y considerar esos déficits aparentes como un nuevo desafío que se solventa con la sabiduría inherente a la veteranía y, sobre todo, con un redoblado sentido de la ironía y la socarronería. De ahí la ligereza que destilan estas películas, también la libertad y la vitalidad de un cineasta que se niega a dejar de rodar y a dejar de ser él mismo. Pocas películas demostrarán al mismo tiempo que el cine es un asunto más fácil y menos complicado de lo que a veces se nos quiere hacer creer: 'Singularidades de una chica rubia' puedo hacernos añorar al gran Oliveira de otros tiempos, pero nos confirma que quizá ningún otro cineasta sería capaz de sacar tanto partido de un material argumental tan nimio y, a la vez, sorprendernos y hasta provocarnos con algunas de sus respuestas a los obstáculos de un proyecto de estas características.
Dimensión alternativa
Piénsese, por ejemplo, en las secuencias centrales de la película, las que se desarrollan en el Círculo Literario y en la casa del notario. Digamos que Oliveira organiza la ambientación "cultural" de su historia sobre tres pilares: un pequeño (e insólito por estos lares) homenaje al autor del relato original, Eça de Queiroz; una pieza musical para arpa de Debussy y, finalmente, la lectura de un poema de Pessoa, a cargo de Luis Miguel Cintra, que nos alerta sobre los excesos de la pasión.
En los tres casos se los presenta con todo el boato y la ceremonia de un acto palaciego, sin temer por su integración y justificación dentro del relato. Eça de Queiroz, Debussy y Pessoa conforman ese sustrato cultural que está detrás de la historia de 'Singularidades... ', también de las normas sociales que han de regir la conducta de sus personajes. Estamos en la Lisboa de hoy en día (un cuento "adaptado y actualizado" por Oliveira, nos dicen los créditos), sin embargo los personajes viven en otro tiempo, actúan según unas reglas que sólo tuvieron sentido en el pasado o quizá sólo en un mundo literario, aunque cuando hablan de los "tiempos modernos y trubulentos" que les ha tocado vivir no sabríamos decir si se refieren a éstos o a aquéllos. Es así como Olveira nos traslada a otra época, demostrándonos que la ambientación remite antes a ciertas cuestiones culturales y sentimentales que a un mero asunto de decorados. Podemos ver entonces a Macário (Ricardo Trêpa) en su oficina y ante su ordenador mirando a través de su ventana a Luisa (Catarina Wallenstein, deslumbrante incorporación al universo femenino de Oliveira), contemplándola apenas como un objeto tan exótico e inalcanzable como ese abanico chino que siempre lleva en sus manos, atreviéndose con dificultad a plantearle a su tío (Diogo Dória) la posibilidad de pedir su mano. Es un mundo que se rige por otros ritos y por otra economía, un mundo en el que Macário puede perder su empleo y ser condenado a vivir en una austera pensión que recuerda a una celda monacal como las de 'Amor de perdiçao' o 'Francisca'; pero que también permite que un trabajo ocasional en Cabo Verde sirva para recuperar la fortuna y con ella la posibilidad de seguir cortejando a la amada.
Fidelidad y traición son los dos polos entre los que basculan las relaciones humanas en este mundo teñido por la fatalidad, tan frágil y efímero que parece escurrirse de nuestras manos, más cuando su ubicación en la Lisboa moderna lo convierte en un objeto anacrónico, un mero artificio que sólo es posible dentro de la ficción. Por esa misma razón tiene tanta importancia la doble traición que resuelve todo el conflicto amoroso y que, sin necesidad de detallarla, ya anticipábamos al incluir 'Singularidades... ' dentro del ciclo de películas sobre los amores frustrados, ciclo del que esta película constituiría una suerte de coda o post-scriptum contemporáneo. El fatalismo tan propio del romanticismo desbocado es aquí dejado de lado y reemplazado por un realismo disfrazado de burla del destino. Oliveira, aún permaneciendo fiel a Eça, pone los pies en el suelo y nos viene a decir que el amor idealizado puede guardarnos desagradables sorpresas. Las singularidades que oculta esta rapariga loura son demasiado excéntricas incluso para el más ciego de los amantes. Despojado del ideal romántico, despojado de toda la literatura, sólo queda el retrato de una mujer abandonada en ese plano final que es también uno de los planos más bellos de toda la obra de Oliveira. Pura carnalidad, Luisa se sienta, los brazos caídos, las piernas entreabiertas para dejar salir ("abortar" nos dice Oliveira en la entrevista) su enfermedad.
Es una inicitiva inusual en el mundo de la distribución española, pero que no podemos dejar de celebrar, 'Singularidades de una chica rubia' se estrena en la mejor compañía, la del cortometraje 'Mudanza', con el que Pere Portabella responde a un encargo de la Casa-Museo de Federico García Lorca. La intervención de Portabella consistió en desalojar el museo, retirar todos los muebles y objetos sagrados que alguna vez rozaron la piel del poeta, y así, una vez limpio de polvo y paja, "llenarlo" con una película... la que ahora podemos ver y que no es más que el registro de esa mudanza que culmina con las estancias vacías e inmaculadas: un proceso de limpieza y purificación que constituye la mejor metáfora, ahora que se acerca la temporada de los Goya, sobre lo que habría que hacer con el cine español más adocenado.