El Confidencial
Ni el primo de Rajoy ni el propio Aznar, que no tira de la familia para esas cosas, han podido refutar lo que es una evidencia científica: el planeta se calienta, y por eso se derriten los hielos, aumenta la temperatura media del aire y de los océanos y asciende el nivel del mar. Un centenar de líderes mundiales, apoyados en las conclusiones de los 3.500 científicos que participan en el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, se han convencido de que dicho calentamiento ha sido provocado por la quema de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón, esto es, por el hombre, y para frenarlo están en Copenhague buscando la salida al laberinto de reducir las emisiones sin que afecte a sus economías.
Frente a ellos, un pequeño grupo de irreductibles estima que las causas del calentamiento, de ser cierto, están en la propia Naturaleza, que es caprichosa y friolera, y que los ecologistas se han inventado un cuento chino para devolvernos a la Edad de Piedra. Se les conoce como negacionistas, y entre ellos se encuentra el ex presidente español, quien debió de firmar en su día el protocolo de Kioto pensando que se trataba de un acuerdo para comprarle ordenadores a Toshiba y ahora expía su pecado.
Como reafirmación de su tesis de que lo más calenturiento no es el clima sino la imaginación de cierta chusma verde y de que existe un complot planetario contra el desarrollo y la modernidad, los negacionistas han esgrimido últimamente fragmentos de emails interceptados a científicos de la Universidad de East Anglia, en los que, supuestamente, se reconocería la manipulación de datos de temperaturas para sustentar las alarmantes predicciones sobre el calentamiento global. Lo que sigue sin explicarse es cómo estos arteros investigadores habrían conseguido hacer retroceder glaciares y licuar parte del Polo Norte en el Océano Ártico, aunque no se descarta que todo sea un montaje de National Geographic para venderle reportajes a La 2.
Se ignoran también qué oscuros intereses pueden obligar a mentir a la elite científica del mundo acerca de la implicación humana en el cambio climático, aunque sí parecen estar bastante claros los que mueven a quienes sostienen que el hombre no tiene nada que ver con este proceso y que, en cualquier caso, nadie sabe lo que pasará en cien años, ni siquiera si estaremos todos calvos. Las conexiones entre éstos últimos y grupos de presión financiados por compañías como Exxon Mobil, la empresa más contaminante del mundo, son algo más que evidentes, especialmente después de que el diario británico The Guardian demostrara hace tiempo que varias fundaciones sufragadas por la Exxon, como el American Entreprise Institute (AEI), habían ofrecido 10.000 dólares a científicos y economistas para que escribieran artículos en los que se cuestionaran las conclusiones del grupo de expertos de la ONU.
Interesada filantropía de la petrolera
¿Quiere esto decir que cuando Aznar afirma que los ecologistas son los nuevos comunistas y que el calentamiento de la Tierra no es una verdad científica es que está a sueldo de alguna petrolera? Pues no exactamente, aunque alguna relación existe. En noviembre del pasado año, la revista Interviú publicó un reportaje sobre la fructífera carrera empresarial del ex presidente, empleado de Murdoch en la News Corporation, en cuyo accionariado sobresalen varios magnates texanos del petróleo como Fayed Sarofim, Charles Wilson y Alfred C. Glassell Jr (ex presidente de Texaco). Y daba cuenta además de sus actividades como conferenciante, ligadas tanto a la Heritage Foundation, otro think tank regado por la Exxon, como a la ya citada AEI, entre cuyos colaboradores figuran altos cargos de la Administración Bush como Dick Cheney o Richard Perle. Para un exhaustivo conocimiento de los tentáculos de esta compañía y sus relaciones con científicos estudiosos y asociaciones variopintas es imprescindible pasearse por www.exxonsecrets.org, una web creada por Greenpeace para desenmascarar la interesada filantropía de la petrolera.
No es casualidad, por tanto, que el núcleo de los negacionistas españoles se aglutinen en torno a FAES –colaboradora de la AEI- y al Instituto Juan de Mariana, una institución creada para dar a conocer los beneficios de la propiedad privada y de la libre iniciativa empresarial que asegura ser independiente y no aceptar subvenciones de ningún Gobierno o partido político, pero sí de la Atlas Economic Research Foundation, otro satélite de Exxon, gracias a cuya “generosa aportación económica”, el Instituto financia algunas de sus actividades. Existen además conexiones entre miembros del Instituto y de la AEI, que giran alrededor de su presidente Gabriel Calzada, profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos, cuyo pensamiento sobre el cambio climático puede resumirse en esta frase: “El calentamiento global se ha convertido en una religión y los calentólogos en una secta dispuesta a mentir todo lo que haga falta con tal de lograr sus objetivos”.
El Juan de Mariana fue fundado en 2005. Su acto inaugural, según dio cuenta en su día el diario El País, consistió en un seminario sobre el Protocolo de Kioto en el que participaron la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, el presidente de Libertad Digital, Alberto Recarte, y dos representantes del Competitive Enterprise Institute y del European Entreprise Institute, organizaciones ambas financiadas por la Exxon. El primero de ellos, Christopher Horner, abogado conservador norteamericano, giró además visita a FAES. En un reciente reportaje, La Vanguardia le atribuía la siguiente crítica a las conclusiones de los expertos sobre el cambo climático: “Con la base de un modelo falso, no es momento de poner a nadie en riesgo de perder el empleo”.
Lobby de eléctricas españolas
Según denunció el director de Greenpeace España, Juan López de Uralde, Horner habría mantenido contactos con Recarte, consejero de Endesa, para constituir un lobby de eléctricas españolas contra Kioto, algo que Endesa negó en su momento. Lo que sí parece acreditado es que Horner, responsable de otro grupo de presión denominado Cooler Heads Coalition, empeñado en “disipar el mito del cambio climático”, ha tratado de impulsar en Europa una especie de coalición de empresas para frenar la estrategia de reducción de emisiones contaminantes, siguiendo el mismo esquema que la industria más contaminante ha seguido en Estados Unidos.
Lo que se ventila en Copenhague no es evitar el fin del mundo, ni siquiera retrasarlo, sino conseguir limitar el aumento de las temperaturas por debajo de los 2º centígrados. No hay duda de que en Siberia agradecerían cuatro grados más y hasta es posible que la cebada se diera mejor en las estepas. Lo que se trata de evitar es que aumenten las sequías, que peligre la superviviencia de entre un 20 y un 30% de las especies de plantas y animales, que la acidificación de los océanos acabe con la biodiversidad marina, que regiones densamente pobladas de Asia se vean azotadas por más inundaciones, que desaparezcan pequeños territorios insulares, que las olas de calor disparen el número de muertes y de incendios, que las mayores concentraciones de ozono eleven la frecuencia de enfermedades cardiorrespiratorias, que se pierda un 30% de los humedales del planeta o que, en España, haya menos agua y aumente la desertización, se reduzca la producción hidroeléctrica, se acabe con el turismo y disminuyan los rendimientos de los cultivos.
Parecen riesgos demasiado grandes para quedarse de brazos cruzados. Si todo fuera una invención de los “campeones de la idea del Apocalipsis”, como sostiene Aznar, reducir la emisión de CO2 a la atmósfera no dejaría de tener beneficios para la salud, al tiempo que significaría haber resuelto nuestros problemas de dependencia energética. Si no lo fuera, permanecer impasibles sería un suicidio colectivo. Elijan la opción que les parezca mas conveniente.
Frente a ellos, un pequeño grupo de irreductibles estima que las causas del calentamiento, de ser cierto, están en la propia Naturaleza, que es caprichosa y friolera, y que los ecologistas se han inventado un cuento chino para devolvernos a la Edad de Piedra. Se les conoce como negacionistas, y entre ellos se encuentra el ex presidente español, quien debió de firmar en su día el protocolo de Kioto pensando que se trataba de un acuerdo para comprarle ordenadores a Toshiba y ahora expía su pecado.
Como reafirmación de su tesis de que lo más calenturiento no es el clima sino la imaginación de cierta chusma verde y de que existe un complot planetario contra el desarrollo y la modernidad, los negacionistas han esgrimido últimamente fragmentos de emails interceptados a científicos de la Universidad de East Anglia, en los que, supuestamente, se reconocería la manipulación de datos de temperaturas para sustentar las alarmantes predicciones sobre el calentamiento global. Lo que sigue sin explicarse es cómo estos arteros investigadores habrían conseguido hacer retroceder glaciares y licuar parte del Polo Norte en el Océano Ártico, aunque no se descarta que todo sea un montaje de National Geographic para venderle reportajes a La 2.
Se ignoran también qué oscuros intereses pueden obligar a mentir a la elite científica del mundo acerca de la implicación humana en el cambio climático, aunque sí parecen estar bastante claros los que mueven a quienes sostienen que el hombre no tiene nada que ver con este proceso y que, en cualquier caso, nadie sabe lo que pasará en cien años, ni siquiera si estaremos todos calvos. Las conexiones entre éstos últimos y grupos de presión financiados por compañías como Exxon Mobil, la empresa más contaminante del mundo, son algo más que evidentes, especialmente después de que el diario británico The Guardian demostrara hace tiempo que varias fundaciones sufragadas por la Exxon, como el American Entreprise Institute (AEI), habían ofrecido 10.000 dólares a científicos y economistas para que escribieran artículos en los que se cuestionaran las conclusiones del grupo de expertos de la ONU.
Interesada filantropía de la petrolera
¿Quiere esto decir que cuando Aznar afirma que los ecologistas son los nuevos comunistas y que el calentamiento de la Tierra no es una verdad científica es que está a sueldo de alguna petrolera? Pues no exactamente, aunque alguna relación existe. En noviembre del pasado año, la revista Interviú publicó un reportaje sobre la fructífera carrera empresarial del ex presidente, empleado de Murdoch en la News Corporation, en cuyo accionariado sobresalen varios magnates texanos del petróleo como Fayed Sarofim, Charles Wilson y Alfred C. Glassell Jr (ex presidente de Texaco). Y daba cuenta además de sus actividades como conferenciante, ligadas tanto a la Heritage Foundation, otro think tank regado por la Exxon, como a la ya citada AEI, entre cuyos colaboradores figuran altos cargos de la Administración Bush como Dick Cheney o Richard Perle. Para un exhaustivo conocimiento de los tentáculos de esta compañía y sus relaciones con científicos estudiosos y asociaciones variopintas es imprescindible pasearse por www.exxonsecrets.org, una web creada por Greenpeace para desenmascarar la interesada filantropía de la petrolera.
No es casualidad, por tanto, que el núcleo de los negacionistas españoles se aglutinen en torno a FAES –colaboradora de la AEI- y al Instituto Juan de Mariana, una institución creada para dar a conocer los beneficios de la propiedad privada y de la libre iniciativa empresarial que asegura ser independiente y no aceptar subvenciones de ningún Gobierno o partido político, pero sí de la Atlas Economic Research Foundation, otro satélite de Exxon, gracias a cuya “generosa aportación económica”, el Instituto financia algunas de sus actividades. Existen además conexiones entre miembros del Instituto y de la AEI, que giran alrededor de su presidente Gabriel Calzada, profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos, cuyo pensamiento sobre el cambio climático puede resumirse en esta frase: “El calentamiento global se ha convertido en una religión y los calentólogos en una secta dispuesta a mentir todo lo que haga falta con tal de lograr sus objetivos”.
El Juan de Mariana fue fundado en 2005. Su acto inaugural, según dio cuenta en su día el diario El País, consistió en un seminario sobre el Protocolo de Kioto en el que participaron la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, el presidente de Libertad Digital, Alberto Recarte, y dos representantes del Competitive Enterprise Institute y del European Entreprise Institute, organizaciones ambas financiadas por la Exxon. El primero de ellos, Christopher Horner, abogado conservador norteamericano, giró además visita a FAES. En un reciente reportaje, La Vanguardia le atribuía la siguiente crítica a las conclusiones de los expertos sobre el cambo climático: “Con la base de un modelo falso, no es momento de poner a nadie en riesgo de perder el empleo”.
Lobby de eléctricas españolas
Según denunció el director de Greenpeace España, Juan López de Uralde, Horner habría mantenido contactos con Recarte, consejero de Endesa, para constituir un lobby de eléctricas españolas contra Kioto, algo que Endesa negó en su momento. Lo que sí parece acreditado es que Horner, responsable de otro grupo de presión denominado Cooler Heads Coalition, empeñado en “disipar el mito del cambio climático”, ha tratado de impulsar en Europa una especie de coalición de empresas para frenar la estrategia de reducción de emisiones contaminantes, siguiendo el mismo esquema que la industria más contaminante ha seguido en Estados Unidos.
Lo que se ventila en Copenhague no es evitar el fin del mundo, ni siquiera retrasarlo, sino conseguir limitar el aumento de las temperaturas por debajo de los 2º centígrados. No hay duda de que en Siberia agradecerían cuatro grados más y hasta es posible que la cebada se diera mejor en las estepas. Lo que se trata de evitar es que aumenten las sequías, que peligre la superviviencia de entre un 20 y un 30% de las especies de plantas y animales, que la acidificación de los océanos acabe con la biodiversidad marina, que regiones densamente pobladas de Asia se vean azotadas por más inundaciones, que desaparezcan pequeños territorios insulares, que las olas de calor disparen el número de muertes y de incendios, que las mayores concentraciones de ozono eleven la frecuencia de enfermedades cardiorrespiratorias, que se pierda un 30% de los humedales del planeta o que, en España, haya menos agua y aumente la desertización, se reduzca la producción hidroeléctrica, se acabe con el turismo y disminuyan los rendimientos de los cultivos.
Parecen riesgos demasiado grandes para quedarse de brazos cruzados. Si todo fuera una invención de los “campeones de la idea del Apocalipsis”, como sostiene Aznar, reducir la emisión de CO2 a la atmósfera no dejaría de tener beneficios para la salud, al tiempo que significaría haber resuelto nuestros problemas de dependencia energética. Si no lo fuera, permanecer impasibles sería un suicidio colectivo. Elijan la opción que les parezca mas conveniente.