La extracción del agua dulce es un negocio redondo para las multinacionales. Las aguas envasadas están sustituyendo, en todo el mundo, a las políticas necesarias para garantizar el acceso a esta necesidad básica
PABLO ELORDUY
Diagonal
Las instituciones globales lo han dejado claro: el agua es cada vez más escasa, insuficiente para satisfacer la necesidad inmediata de la población mundial y tan valiosa que por su control se producirán las guerras del futuro inmediato. En el III Foro Mundial del Agua, celebrado en Kyoto (Japón) en 2003, se apuntó que dos tercios de la población no tendrán agua limpia en 2025. “Incluso en lugares donde aparentemente hay agua suficiente, los pobres tienen dificultades para acceder a ella”, reconoce el Consejo para el Acceso al Agua y a Recursos Sanitarios de la ONU. Hoy día más de mil millones de personas no tienen un acceso garantizado al agua, indica este mismo Consejo. Como denunciaron Maude Barlow y Tony Clarke, autores del libro de referencia Oro azul, organismos como el Banco Mundial y la ONU han impuesto una polémica definición que explica los problemas de acceso de millones de personas en el mundo. Para estos dos organismos el agua es una necesidad humana, no un derecho.
Hace ya más de diez años, Gustav Leven, ex consejero delegado de Perrier, expresaba su asombro por la perfección del negocio del agua: “Me chocó, que todo lo que uno tenía que hacer era recoger el agua del suelo y después venderla a un precio superior del vino, la leche o, incluso, del petróleo”. Yayo Herrero, de Ecologistas en Acción, ha explicado que “una de las mayores trampas que nos ha dejado la modernidad es hablar de producción cuando se habla de los recursos naturales. No se producen minerales, ni petróleo: se extraen. En el caso del agua ocurre lo mismo”. Cuando entran en juego las grandes empresas, apuntan Barlow y Clarke, “acaparan paquetes enteros de derechos sobre el agua, agotan los recursos hídricos de una zona y se van a otro lugar”. Pablo Chamorro, de Greenpeace, explica que los grandes propietarios están comprando latifundios para lo que será la guerra del agua: “Se están apropiando de los recursos naturales para cuando el agua escasee aún más”.
La gallina de los huevos de oro
Dentro de este proceso, que pasa por la adquisición o el usufructo de vastas áreas, en la ciudad de Cochabamba (Bolivia), se obtuvo una modesta victoria contra la privatización. En el año 2000, International Water Ltd., filial de la estadounidense Bechtel, tomó posesión de la red pública de agua, y los precios se incrementaron un 35%. En las protestas murieron seis personas, hasta que el Gobierno anuló la ley de 1999 que autorizaba la privatización. Cochabamba se quedó con el control de su agua, aunque también con las deudas de International Water. Pero la tendencia general la marcó la Organización Mundial del Comercio, en el marco de su Acuerdo sobre el Comercio de Servicios, que promovió la privatización del abastecimiento de aguas. Un negocio que, según sus cálculos, proporciona ingresos extras de cerca de un millón de euros cada año. Después de aquello, el Banco Mundial impuso en sus préstamos que el prestatario debía mostrarse dispuesto a “tratar el agua como un producto más del suelo y el subsuelo”, para favorecer una privatización de la que, además de las embotelladoras, sacan tajada multinacionales como Suez y Vivendi.
En el último ciclo de la economía, el agua se ha convertido en una atracción para los inversionistas. Un 11% de la gestión del agua dulce es particular, lo que genera 200.000 millones de euros anuales en todo el mundo. La compañía suiza Pictet, que ha creado una división especializada, estima que en 2015 se habrá privatizado el 16% del suministro global.
La incidencia de esta mercantilización se palpa en países como Indonesia, donde, según la Organización Mundial de la Salud, sólo un 15% de los hogares están conectados a la red de agua potable. En México, diez millones de personas no tienen acceso a agua pública de calidad. La solución para muchos es el agua que se embotella cerca de sus hogares: Indonesia es, tras China, la mayor consumidora de envasada de Asia, y México el tercero del mundo per cápita, sólo por detrás de Italia y Emiratos Árabes Unidos.
Una clave del éxito global del agua embotellada es que las principales multinacionales del sector (Nestlé, Danone, Coca Cola y Pepsi) se han expandido en mercados como China o India a través de aguas preparadas como Aqua, Nestlé Pure Life, Dasani o Aquafina. Las marcas preparadas, es decir, aguas del grifo tratadas con aditivos, suponen el 59% a nivel mundial. El otro 41% que se envasa es agua mineral o de manantial, las preferidas en Europa, donde se encuentran seis de los diez países con más consumo por habitante.
El investigador del Pacific Institute de California y autor del informe The World’s Water, Peter Gleich, considera probable que la disponibilidad de la envasada como alternativa al agua limpia y segura municipal frene “las presiones internacionales para proporcionar agua segura a todos los seres humanos”. Más elocuente es el presidente ejecutivo de Suez, Gérard Mestrallet cuando asegura que el agua “es un producto que normalmente debería ser gratuito, y nuestro oficio es venderlo”. Para Mestrallet se trata de “un producto eficiente”, ya que nadie puede prescindir de él por mucho que se encarezca. Y así ha sido. En 1970, se consumían mil millones de litros en todo el mundo; 40 años después, la cifra sobrepasa los 190.000 millones de litros. Como indica el Earth Policy Institute, el agua envasada es entre 250 y 10.000 veces más cara que la del grifo, a pesar de que la FAO reconoce que no es mejor que el agua de red.
La clase alta bebe mineral
El consumidor tipo de agua embotellada, que en Occidente es urbano y de clase alta y media-alta, cambia completamente en otras zonas. Como refieren Marlon y Clarke, en Perú, los pobres pagan hasta tres dólares por metro cúbico de un agua que puede estar contaminada, “en cambio los más ricos pagan 30 centavos por m3 de un agua que ha sido sometida a procesos de descontaminación y que los interesados reciben a través de los grifos en sus casas”. El agua de mala calidad y distribuida a precios abusivos en camiones cisterna es, así mismo, un foco de epidemias e intoxicaciones. Para la ONU, el 80% de todas las enfermedades en los países del tercer mundo se origina a raíz del consumo de agua en mal estado.
Además, el agua envasada supone un gasto energético palpable. Se estima que cada año se dedican 1,5 millones de barriles de petróleo a la fabricación de envases. Para embotellar un litro de agua se gastan entre cinco y siete litros de agua, sin incluir el transporte y el gasto en almacenaje. Según el Container Recycling Institute, el 86% de las botellas de agua de plástico utilizadas en EE UU, líder mundial de consumo en términos absolutos, acaban en la basura. Otras fuentes indican que cada segundo se tiran 1.500 envases que nunca son reciclados.
Mientras los vertederos del mundo rebosan de toneladas de plástico, en algunos restaurantes está en boga presentar aguas, en envases de vidrio, de los glaciares y yacimientos más vírgenes y mineralizados del planeta; líquidos que pueden llegar a costar hasta 50 euros la botella.
Hace ya más de diez años, Gustav Leven, ex consejero delegado de Perrier, expresaba su asombro por la perfección del negocio del agua: “Me chocó, que todo lo que uno tenía que hacer era recoger el agua del suelo y después venderla a un precio superior del vino, la leche o, incluso, del petróleo”. Yayo Herrero, de Ecologistas en Acción, ha explicado que “una de las mayores trampas que nos ha dejado la modernidad es hablar de producción cuando se habla de los recursos naturales. No se producen minerales, ni petróleo: se extraen. En el caso del agua ocurre lo mismo”. Cuando entran en juego las grandes empresas, apuntan Barlow y Clarke, “acaparan paquetes enteros de derechos sobre el agua, agotan los recursos hídricos de una zona y se van a otro lugar”. Pablo Chamorro, de Greenpeace, explica que los grandes propietarios están comprando latifundios para lo que será la guerra del agua: “Se están apropiando de los recursos naturales para cuando el agua escasee aún más”.
La gallina de los huevos de oro
Dentro de este proceso, que pasa por la adquisición o el usufructo de vastas áreas, en la ciudad de Cochabamba (Bolivia), se obtuvo una modesta victoria contra la privatización. En el año 2000, International Water Ltd., filial de la estadounidense Bechtel, tomó posesión de la red pública de agua, y los precios se incrementaron un 35%. En las protestas murieron seis personas, hasta que el Gobierno anuló la ley de 1999 que autorizaba la privatización. Cochabamba se quedó con el control de su agua, aunque también con las deudas de International Water. Pero la tendencia general la marcó la Organización Mundial del Comercio, en el marco de su Acuerdo sobre el Comercio de Servicios, que promovió la privatización del abastecimiento de aguas. Un negocio que, según sus cálculos, proporciona ingresos extras de cerca de un millón de euros cada año. Después de aquello, el Banco Mundial impuso en sus préstamos que el prestatario debía mostrarse dispuesto a “tratar el agua como un producto más del suelo y el subsuelo”, para favorecer una privatización de la que, además de las embotelladoras, sacan tajada multinacionales como Suez y Vivendi.
En el último ciclo de la economía, el agua se ha convertido en una atracción para los inversionistas. Un 11% de la gestión del agua dulce es particular, lo que genera 200.000 millones de euros anuales en todo el mundo. La compañía suiza Pictet, que ha creado una división especializada, estima que en 2015 se habrá privatizado el 16% del suministro global.
La incidencia de esta mercantilización se palpa en países como Indonesia, donde, según la Organización Mundial de la Salud, sólo un 15% de los hogares están conectados a la red de agua potable. En México, diez millones de personas no tienen acceso a agua pública de calidad. La solución para muchos es el agua que se embotella cerca de sus hogares: Indonesia es, tras China, la mayor consumidora de envasada de Asia, y México el tercero del mundo per cápita, sólo por detrás de Italia y Emiratos Árabes Unidos.
Una clave del éxito global del agua embotellada es que las principales multinacionales del sector (Nestlé, Danone, Coca Cola y Pepsi) se han expandido en mercados como China o India a través de aguas preparadas como Aqua, Nestlé Pure Life, Dasani o Aquafina. Las marcas preparadas, es decir, aguas del grifo tratadas con aditivos, suponen el 59% a nivel mundial. El otro 41% que se envasa es agua mineral o de manantial, las preferidas en Europa, donde se encuentran seis de los diez países con más consumo por habitante.
El investigador del Pacific Institute de California y autor del informe The World’s Water, Peter Gleich, considera probable que la disponibilidad de la envasada como alternativa al agua limpia y segura municipal frene “las presiones internacionales para proporcionar agua segura a todos los seres humanos”. Más elocuente es el presidente ejecutivo de Suez, Gérard Mestrallet cuando asegura que el agua “es un producto que normalmente debería ser gratuito, y nuestro oficio es venderlo”. Para Mestrallet se trata de “un producto eficiente”, ya que nadie puede prescindir de él por mucho que se encarezca. Y así ha sido. En 1970, se consumían mil millones de litros en todo el mundo; 40 años después, la cifra sobrepasa los 190.000 millones de litros. Como indica el Earth Policy Institute, el agua envasada es entre 250 y 10.000 veces más cara que la del grifo, a pesar de que la FAO reconoce que no es mejor que el agua de red.
La clase alta bebe mineral
El consumidor tipo de agua embotellada, que en Occidente es urbano y de clase alta y media-alta, cambia completamente en otras zonas. Como refieren Marlon y Clarke, en Perú, los pobres pagan hasta tres dólares por metro cúbico de un agua que puede estar contaminada, “en cambio los más ricos pagan 30 centavos por m3 de un agua que ha sido sometida a procesos de descontaminación y que los interesados reciben a través de los grifos en sus casas”. El agua de mala calidad y distribuida a precios abusivos en camiones cisterna es, así mismo, un foco de epidemias e intoxicaciones. Para la ONU, el 80% de todas las enfermedades en los países del tercer mundo se origina a raíz del consumo de agua en mal estado.
Además, el agua envasada supone un gasto energético palpable. Se estima que cada año se dedican 1,5 millones de barriles de petróleo a la fabricación de envases. Para embotellar un litro de agua se gastan entre cinco y siete litros de agua, sin incluir el transporte y el gasto en almacenaje. Según el Container Recycling Institute, el 86% de las botellas de agua de plástico utilizadas en EE UU, líder mundial de consumo en términos absolutos, acaban en la basura. Otras fuentes indican que cada segundo se tiran 1.500 envases que nunca son reciclados.
Mientras los vertederos del mundo rebosan de toneladas de plástico, en algunos restaurantes está en boga presentar aguas, en envases de vidrio, de los glaciares y yacimientos más vírgenes y mineralizados del planeta; líquidos que pueden llegar a costar hasta 50 euros la botella.