RODRIGRO FRESÁN
ABC
El prestigio y la fama de Ann Beattie (Washington, 1947) descansan en muchos relatos que, desde mediados de 1970, la consagraron como La Escritora representativa de la ficción estilo The New Yorker. Ann Beattie como esa heredera más o menos directa de John Updike (quien a su vez descendía de John O´Hara y John Cheever) y hermanastra más o menos lejana y burguesa de los especimenes proletarios en los cuentos de Raymond Carver.
Pero, a mi juicio, el genio de Beattie se encuentra -más que en ningún otro lado- en dos novelas. La primera de ellas es la generacional pero apta para todas las generaciones Postales de invierno (1976). La segunda es Retratos de Will (1989) donde aquellos lamentos de jóvenes desorientados se transforman -el tiempo pasa- en las tristezas y alegrías de una madre fotógrafa llamada Jody y de Will, su hijo de cinco años.
claroscuros. Así, desde el primer click en la primera página, Retratos de Will documenta -en instantáneas movidas que acabarán fijando a los personajes por el resto de sus vidas- los incontables pequeños detalles a los que Beattie es tan afín y que acaban constituyendo su estilo. Como bien precisó el escritor T. Coraghessan Boyle, Beattie es la maestra indiscutida de contar directamente a través de lo indirecto. Y si -la fotógrafa Diane Arbus dixit- «una fotografía es un secreto sobre un secreto», entonces lo que hace Beattie es trabajar casi en susurros y lateralmente la materia que otros no dudarían en señalar a gritos. «Cuando me preguntan sobre qué escribo yo, cuál es mi territorio, sólo puedo responder que escribo sobre todo aquello que me parece misterioso», confesó Beattie alguna vez. Y, sí, Retratos de Will es un libro misterioso; pero su gracia y su singularidad residen en que muchos de los enigmas que plantea se van desentrañando en una atmósfera de claroscuros, de a poco y sutilmente, sin la brutal iluminación de ese flash que enrojece las pupilas.
camino a la fama.Y si en la ya mencionada Postales de invierno, Beattie se ocupaba de las amistades masculinas con sensible pero implacable mirada de rayos X, Retratos de Will es una triste y divertida tragicomedia de costumbres que gira alrededor de las relaciones entre padres e hijos, y de los espacios blancos y agujeros negros entre unos y otros.
Y pocas cosas sorprenden más y producen más admiración que enterarse de que Ann Beattie nunca tuvo hijos.
O sí: el Will de este libro.
Y Ann Beattie es la mejor madre posible a la que jamás pudo aspirar Will. Así, enseguida nos sentimos amigos de Jody, quien comienza documentando bodas y afines para acabar convertida en nombre prestigioso entre las galerías del Soho neoyorquino. Pero, sobre todo, hacemos foco y admiramos el modo en que el pequeño Will es observado por todos mientras él registra y documenta a todo lo que le rodea y a todos los que lo acorralan mientras se va revelando ante él, como en un cuarto oscuro, cómo será su luminoso y decisivo sexto año de vida. Ese será el año en que su madre tomará una fotografía el día de Halloween (foto, sí, muy dianearbusesca) que le valdrá un contrato con una galería de moda y disparará el camino a la fama. Ese será el año en que su inestable padre, Wayne, saldrá de cuadro para que entre a posar, Mel, un modelo suplente para él y una suerte de príncipe azul para Jody.
Retratos de Will -dividida en dos largas secciones, «Madre» y «Padre», a la que se suma una tercera y breve coda, «Niño», se nos ofrece, así, como una retrospectiva colgada en paredes. O como páginas de un álbum en las que, de tanto en tanto, se pegan unos líricos inserts en cursivas, no contaré aquí qué resultan ser esos inspirados apuntes y quién los escribe. O cómo diapositivas proyectadas contra objetos en tránsito o personas en fuga insinuándonos que no hay foto más reveladora que aquella que no se queda quieta.
la verdad de la historia. El final -las apenas siete páginas de «Niño»-completan el prodigio y acrecientan aún más nuestra admiración. Allí, dos décadas después, Will -ya convertido en padre- comprende y nos hace comprender la verdad de la historia, la realidad detrás de las fotos. Y, agradecido y emocionado -luego de haber visto tantas fotografías- lo hace leyendo.
Igual que nosotros -conmovidos y gratificados- con y por Retratos de Will, cerrando el libro y sonriendo como quien sonríe sin que haga falta que le pidan que sonría; porque ahora escucha el mejor click de todos, ese que sólo se oye cuando todo hace click.
Pero, a mi juicio, el genio de Beattie se encuentra -más que en ningún otro lado- en dos novelas. La primera de ellas es la generacional pero apta para todas las generaciones Postales de invierno (1976). La segunda es Retratos de Will (1989) donde aquellos lamentos de jóvenes desorientados se transforman -el tiempo pasa- en las tristezas y alegrías de una madre fotógrafa llamada Jody y de Will, su hijo de cinco años.
claroscuros. Así, desde el primer click en la primera página, Retratos de Will documenta -en instantáneas movidas que acabarán fijando a los personajes por el resto de sus vidas- los incontables pequeños detalles a los que Beattie es tan afín y que acaban constituyendo su estilo. Como bien precisó el escritor T. Coraghessan Boyle, Beattie es la maestra indiscutida de contar directamente a través de lo indirecto. Y si -la fotógrafa Diane Arbus dixit- «una fotografía es un secreto sobre un secreto», entonces lo que hace Beattie es trabajar casi en susurros y lateralmente la materia que otros no dudarían en señalar a gritos. «Cuando me preguntan sobre qué escribo yo, cuál es mi territorio, sólo puedo responder que escribo sobre todo aquello que me parece misterioso», confesó Beattie alguna vez. Y, sí, Retratos de Will es un libro misterioso; pero su gracia y su singularidad residen en que muchos de los enigmas que plantea se van desentrañando en una atmósfera de claroscuros, de a poco y sutilmente, sin la brutal iluminación de ese flash que enrojece las pupilas.
camino a la fama.Y si en la ya mencionada Postales de invierno, Beattie se ocupaba de las amistades masculinas con sensible pero implacable mirada de rayos X, Retratos de Will es una triste y divertida tragicomedia de costumbres que gira alrededor de las relaciones entre padres e hijos, y de los espacios blancos y agujeros negros entre unos y otros.
Y pocas cosas sorprenden más y producen más admiración que enterarse de que Ann Beattie nunca tuvo hijos.
O sí: el Will de este libro.
Y Ann Beattie es la mejor madre posible a la que jamás pudo aspirar Will. Así, enseguida nos sentimos amigos de Jody, quien comienza documentando bodas y afines para acabar convertida en nombre prestigioso entre las galerías del Soho neoyorquino. Pero, sobre todo, hacemos foco y admiramos el modo en que el pequeño Will es observado por todos mientras él registra y documenta a todo lo que le rodea y a todos los que lo acorralan mientras se va revelando ante él, como en un cuarto oscuro, cómo será su luminoso y decisivo sexto año de vida. Ese será el año en que su madre tomará una fotografía el día de Halloween (foto, sí, muy dianearbusesca) que le valdrá un contrato con una galería de moda y disparará el camino a la fama. Ese será el año en que su inestable padre, Wayne, saldrá de cuadro para que entre a posar, Mel, un modelo suplente para él y una suerte de príncipe azul para Jody.
Retratos de Will -dividida en dos largas secciones, «Madre» y «Padre», a la que se suma una tercera y breve coda, «Niño», se nos ofrece, así, como una retrospectiva colgada en paredes. O como páginas de un álbum en las que, de tanto en tanto, se pegan unos líricos inserts en cursivas, no contaré aquí qué resultan ser esos inspirados apuntes y quién los escribe. O cómo diapositivas proyectadas contra objetos en tránsito o personas en fuga insinuándonos que no hay foto más reveladora que aquella que no se queda quieta.
la verdad de la historia. El final -las apenas siete páginas de «Niño»-completan el prodigio y acrecientan aún más nuestra admiración. Allí, dos décadas después, Will -ya convertido en padre- comprende y nos hace comprender la verdad de la historia, la realidad detrás de las fotos. Y, agradecido y emocionado -luego de haber visto tantas fotografías- lo hace leyendo.
Igual que nosotros -conmovidos y gratificados- con y por Retratos de Will, cerrando el libro y sonriendo como quien sonríe sin que haga falta que le pidan que sonría; porque ahora escucha el mejor click de todos, ese que sólo se oye cuando todo hace click.