Es el hombre al que Obama más escucha sobre cómo salir de la crisis. Dirigió la Reserva Federal durante los gobiernos de Jimmy Carter y Ronald Reagan y hoy lidera el Consejo Asesor para la Recuperación Económica, que ha montado el presidente norteamericano. Este prestigioso economista no tiene buenas noticias y sí más de una advertencia. ¿Qué está pasando? Lo escuchamos
THOMAS SCHULZ Y GABOR STEINGART
XL Semanal
Paul Volcker nació hace 82 años, poco antes del comienzo de la Gran Depresión. Su padre era un alto funcionario del Ayuntamiento de Nueva Jersey y, como miembro de una familia de la clase media acomodada, no se vio muy afectado por aquella crisis. Volcker recuerda incluso que su madre se opuso a que buscase un trabajo a media jornada cuando era adolescente sobre la base de que «otras personas necesitan ese trabajo más que tú». Pero ahora es inevitable rememorar aquellos tiempos del siglo pasado y compararlos con estos tan similares que enfrentamos.
¿Son comparables aquella crisis y la actual?
De aquélla recuerdo la gran cantidad de mendigos que había y de aquellas personas a quienes los niños llamaban tramps, `vagabundos´. Y hoy veo los millones de personas que viven gracias a los vales de comida. No obstante, no debemos pasar por alto la diferencia. En la actualidad estamos viviendo una profunda recesión con cerca del diez por ciento de desempleo. En la Gran Depresión, hasta un tercio de los adultos estaba sin trabajo.
Sea como fuere, alrededor de 200.000 estadounidenses pierden su empleo cada mes. Pero el actual presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, asegura que, «desde un punto de vista técnico», la recesión ha terminado. ¿Está de acuerdo?
Hemos vuelto a registrar un pequeño crecimiento, pero no deberíamos hablar de estas cosas desde un plano `técnico´. No creo que nos hayamos recuperado aún. No.
¿Espera una recaída?
La economía mundial se está recuperando muy lentamente. La situación no mejorará de la noche a la mañana y seguirá siendo complicada en el futuro. No descartaría en ningún caso que se produzca una recaída. Si seguimos actuando como hemos estado haciendo hasta ahora y sólo nos centramos en el repunte del consumo, iremos de cabeza hacia la siguiente crisis.
¿En qué se diferencia esta recesión de las anteriores?
No se trata de la habitual crisis cíclica del crecimiento, como hemos vivido varias en Estados Unidos, sobre todo en la época de posguerra. Es ésta convergen muchos factores: el colapso del mundo financiero, un equilibrio alterado entre las grandes naciones y, en Estados Unidos, demasiado consumo y muy poca inversión, poca exportación y demasiada importación. Estados Unidos debe transformarse si quiere mejorar su situación de manera duradera.
Como director del Consejo Asesor para la Recuperación Económica, aconseja al presidente estadounidense, Barack Obama, sobre cómo llevar esos planes a efecto. ¿Sigue sus recomendaciones?
Trabajamos al mismo tiempo en muchos temas distintos sobre los que tenemos que aportar nuestras recomendaciones, desde las pensiones hasta los problemas de infraestructuras en Estados Unidos. El presidente conoce los problemas. Es un hombre muy elocuente, más elocuente que yo en cualquier caso. Muchas de nuestras propuestas, por ejemplo para la reforma del sistema financiero, no fueron aplicadas; pero eso forma parte del juego.
A día de hoy, Estados Unidos no está combatiendo la crisis con reformas estructurales, sino con dinero barato, inyectado en la economía por el Gobierno y la Reserva Federal. Sin ese multimillonario apoyo estatal, la economía se colapsaría.
¿Qué puedo decir? Es cierto. Desgraciadamente, aún no contamos con un impulso proveniente de la misma economía. Ésta depende, al igual que los mercados financieros, de las transfusiones del Estado.
La deuda pública norteamericana alcanzará pronto los 12 billones de dólares, en el año 2019 serán necesarios 700.000 millones de dólares sólo para el servicio de la deuda. ¿Este enorme endeudamiento acabará poniendo de rodillas al coloso económico que es Estados Unidos?
Por supuesto que tenemos que abordar el problema del endeudamiento público, pero a su debido tiempo. Ahora mismo, el desempleo sigue subiendo, como usted mismo ha dicho. La economía también sigue necesitando el dinero público.
Niall Ferguson, historiador de Harvard, ha escrito recientemente: "Elevado endeudamiento y crecimiento lento llevan a los imperios a su caída... y Estados Unidos podría ser el siguiente". ¿Es exagerada esta afirmación?
La amenaza que describe es real. Tenemos que hacer frente a esa amenaza. No soy de los que discuten la magnitud de este reto. Crecí en un tiempo en que Estados Unidos era el soporte básico de la economía mundial.
En aquellos años, Estados Unidos era el mayor exportador del mundo y no el mayor importador, como ocurre hoy. También era el mayor prestamista y no el principal deudor.
Nuestra tarea consiste en restablecer la autoridad económica de Estados Unidos; y para ello debe reorganizar su sector industrial.
¿En qué sectores concretos está pensando?
Tomemos simplemente el sector de futuro de las energías renovables. Estamos por delante en investigación y desarrollo tecnológico, pero esa tecnología se fabrica en Alemania y luego es vendida al resto del mundo. Eso es bueno para Alemania, pero no para Norteamérica. Para mí es digno de admiración cómo Alemania, a pesar de los elevados costes salariales, consigue siempre seguir estando a la cabeza de las naciones exportadoras.
"Outsourcing" y "offsourcing", "externalización" y "deslocalización", son las palabras favoritas de los directivos norteamericanos desde hace décadas. ¿No cree que ya han pasado los tiempos de una industria norteamericana autosuficiente?
Necesitamos una especie de ruptura cultural y creo que el cambio ya está teniendo lugar. A Wall Street ya no se le considera tan glamuroso como antes.
Los negocios de los bancos vuelven a marchar a toda vela: se están moviendo otra vez miles de millones en bonos...
Es realmente sorprendente lo rápido que algunas personas olvidan y vuelven a los mismgos negocios de antes. El ambiente dominante de que la crisis ya ha pasado no hace más que acentuar ese comportamiento y nos dificulta llevar a cabo reformas en un país políticamente hecho añicos como es el nuestro.
En el resto del mundo se espera, hasta ahora en balde, una postura clara por parte del Gobierno estadounidense para la reforma del sistema financiero.
Crecí en un mundo donde el liderazgo norteamericano era importante y, en mi opinión, también constructivo. Si, como dice usted, de verdad se aguarda nuestra palabra, sólo me queda esperar que la expresemos con claridad.
Usted mismo se ha expresado con bastante claridad sobre el tema de las necesarias reformas financieras. Lo que más le gustaría sería acabar con los grandes bancos, ¿no es cierto?
Acabar con ellos es difícil. Digamos, mejor, desmontarlos. En mi opinión, los bancos deberían mantenerse cada vez más alejados de los mercados de capital, de esa forma se volverían automáticamente más pequeños y mucho más manejables en situaciones adversas.
¿Qué pretende prohibirles exactamente?
Deberían mantener las manos alejadas de los fondos de capital de riesgo, de lo "equity funds", de los mercados de futuros y, sobre todo, del llamado "propietary trading", esto es, invertir y especular sin el encargo de los clientes. Este tipo de negocios provoca conflictos de intereses.
¿La banca, por lo tanto, debería volver a ser cabal y prudente?
Un poco sí, por qué no. El negocio bancario, de por sí, ya está lleno de riesgos. Tal y como yo lo veo, aún les quedaría un buen número de actividades interesantes, desde las acciones hasta la gestión de inversiones. Simplemente, no quiero que los bancos se dediquen a productos financieros enormemente complejos, difíciles de entender hasta para sus directivos.
Los grandes planes para implantar una regulación estricta de los mercados financieros se han ido diluyendo a lo largo del tiempo. ¿Por qué el Gobierno estadounidense ha perdido tan pronto su impulso reformador inicial?
Yo me esfuerzo en combatir esa progresiva disolución con mis propuestas. En cualquier caso, necesitamos un amplio consenso internacional para llevar a la práctica esas reformas.
Cuando se puso al frente de la Reserva Federal, esta institución era parte de la solución. Hoy, por el contrario, con su política de dinero fácil, se la vería más bien como parte del problema. ¿Con razón?
Al principio de la crisis financiera hubo que inyectar una enorme cantidad de dinero para sostener la economía. No había otra alternativa. Eso no es del gusto de todo el mundo. Y, de hecho, ahora hay que pensar cómo encontrar el camino de vuelta a los comportamientos normales.
En el Congreso estadounidense, lo que se ha pensado es limitar las competencias e incluso la independencia de la Reserva Federal.
Una pérdida semejante de independencia o autoridad de la Reserva Federal sería una cuestión extremadamente grave para Estados Unidos. En este caso no se trata sólo de política monetaria, sino de nuestro papel en el mundo. La gente vuelve su mirada hacia las organizaciones fuertes, influyentes. La Rerserva Federal es una de esas instituciones de prestigio mundial. Si ve recortada sus atribuciones, seguro que nos acabaríamos arrepintiendo.
Pero la Reserva Federal ya no es la institución independiente que era en su época. Con el curso de la crisis se ha ido convirtiendo paulatinamente en un instrumento del Gobierno.
Se han permitido cosas con las que antes la Reserva Federal no habría querido tener nada que ver. Seguramente, la mayoría de los bancos centrales no se habría atrevido. Si se quiere conservar la independencia, y en esto estoy de acuerdo con los críticos, en el futuro hay que mantenerse alejado de esas cosas. Este tipo de actuaciones sobre el mercado sólo está justificado en casos de extrema necesidad.
¿Cómo pinta el futuro de la todavía mayor economía del mundo?
Como estadounidense, tengo que ser optimista. Pero en nuestro sistema político existen algunos trastornos funcionales que no hay que pasar por alto. Ser optimista es un reto constante.