Valdemar edita 'Canaan negro y otros relatos'
ÁLVARO CORTINA
El Mundo
"Ningún terror a lo tangible y comprensible puede igualar al terror originado por lo invisible y desconocido". Hoy en día nadie (ni siquiera Antonio Banderas) puede impresionar con un comentario así. Pero en los años 20 y 30 la cosa era muy diferente. El joven Robert Ervin Howard (1906-1936) impactó seriamente en las imaginaciones americanas armado con una máquina de escribir y una experiencia vital más o menos insulsa en poblaciones (más o menos polvorientas) de Texas y Oklahoma.
Lovecraft, que colaboraba también en la ahora mítica revista de narraciones pulp 'Weird Tales', le enviaba a Howard cartas admirativas desde Nueva Inglaterra. Lo cierto es que escribían parecido. Ambos se desfogan en las frases. Si leen 'Canaan negro y otros relatos de horror sobrenatural' o (ahora en bolsillo)'Las extrañas aventuras de Solomon Kane', de la sección gótica de Valdemar, se ve muy claro su (quizá un poco anticuado, un poco humorístico) efectismo estilístico.
Expresiones del tipo "temor primigenio", o apariciones que son una "cosa infernal", o "formas de vida blasfemas", o "seres sacrílegos", o "terror inefable". Tanto en Howard como en Lovecraft tenemos la acechanza de ese algo que con su sola visión lleva a la demencia: "los abismos de la locura". Howard utiliza indistintamente palabras como vampiro, fantasma, diablo, no muerto. Si uno de estos "seres de pesadilla", productos del vudú, se aproxima de pronto usa el verbo "reptar". Busca connotaciones monstruosas, ¿quién quiere claridad?
Los ocho relatos editados componen el total del ciclo Solomon Kane. Aventuras por los páramos, con fantasmas sólidos, en la Inglaterra del siglo XVII o por un África irreal ("infernal", que diría el autor). Kane va por ahí con su sombrero como un Allan Quatermain puritano con "facciones saturninas", y ganas de prender su cañón de mecha. "La jungla miente como una mujer silvestre que atrae a un hombre a su perdición", dice en 'Sombras rojas'.
En la línea célebre de Conan el Cimerio, sus personajes exclaman: "Por los fuegos del Hades", o le llaman a una "Ramera del Infierno". Si alguien es un "oriental" como en 'El horror sin nariz' ojo, que trae sospecha. Por estos derroteros se mueve el tejano.
El relato 'Canaan el negro' y 'Los moradores bajo la tumba', ambientados en el sur americano, son de lo mejor de estos trabajos editoriales. En el primero, el sureño se interna en los manglares con su látigo blacksnake y: "tres demacrados gigantes negros me mostraban sus brillantes dientes y el lustre del acero desenvainado en sus manos". Caerá él bajo el "Hechizo de la novia de Damballah". Recuerda en algunos pasajes a 'La llamada de Cthulhu'. 'Los moradores bajo la tumba' es muy explícito en su título subterráneo.
'La cosa con pezuñas' no lo es menos. En este divertido intento de terror residencial se cuela un rayo de fantasía épica. El protagonista coge una espada antigua. Dice: "combatiré con esta espada, que en la Antigüedad segó la vida de brujas y hechiceros, de vampiros y hombres lobo, contra las mismísimas legiones del Infierno".
'La casa de Arabu', del antiguo Egipto, o 'La perdición de Dermond' dan cuenta el interés del autor por la Historia. En este último por sus raíces irlandesas (y por los fantasmas irlandeses). Y, como curiosidad, se puede señalar 'Aparición en el ring', ambientado en Nueva York, título representante de un género popular del pulp ya desaparecido: el del boxeo. Aunque sólo se abarque aquí a Howard en el ámbito del terror fantástico, se aprecia su versatilidad.
El diablo de la perversidad
En 'El fantasma del anillo' se puede uno acordar del "diablo de la perversidad" de Poe con semejante parlamento: "La mayoría de nosotros hemos sentido el impulso de saltar de altos edificios. Y en ocasiones las personas sienten una cegadora, infantil e irracional ansia de herir a alguien".
Como es sabido, Robert E. Howard sintió es impulso vivamente (y mortalmente). Con 30 años se voló la sesera con un arma prestada en el asiento delantero de su chevrolet. Frente al porche de su blanca casita de Cross Plains, Texas (hoy museo). Estaba casi arruinado y su madre agonizaba (muchos han visto en él a un Norman Bates versión maromo de 90 kilos). Fueron enterrados a la vez en junio de 1936.
20 años después su obra fue reivindicada (especialmente su saga de Cimeria y de la Atlantis), sistematizada y reescrita por Lin Carter y Lyon Sprague De Camp, entre otros. La imprescindible Valdemar ofrece al Howard más gótico, traducido directamente del original. Con su talento y con sus defectos. Aunque sus cosas "infernales" impresionen menos.
Lovecraft, que colaboraba también en la ahora mítica revista de narraciones pulp 'Weird Tales', le enviaba a Howard cartas admirativas desde Nueva Inglaterra. Lo cierto es que escribían parecido. Ambos se desfogan en las frases. Si leen 'Canaan negro y otros relatos de horror sobrenatural' o (ahora en bolsillo)'Las extrañas aventuras de Solomon Kane', de la sección gótica de Valdemar, se ve muy claro su (quizá un poco anticuado, un poco humorístico) efectismo estilístico.
Expresiones del tipo "temor primigenio", o apariciones que son una "cosa infernal", o "formas de vida blasfemas", o "seres sacrílegos", o "terror inefable". Tanto en Howard como en Lovecraft tenemos la acechanza de ese algo que con su sola visión lleva a la demencia: "los abismos de la locura". Howard utiliza indistintamente palabras como vampiro, fantasma, diablo, no muerto. Si uno de estos "seres de pesadilla", productos del vudú, se aproxima de pronto usa el verbo "reptar". Busca connotaciones monstruosas, ¿quién quiere claridad?
Los ocho relatos editados componen el total del ciclo Solomon Kane. Aventuras por los páramos, con fantasmas sólidos, en la Inglaterra del siglo XVII o por un África irreal ("infernal", que diría el autor). Kane va por ahí con su sombrero como un Allan Quatermain puritano con "facciones saturninas", y ganas de prender su cañón de mecha. "La jungla miente como una mujer silvestre que atrae a un hombre a su perdición", dice en 'Sombras rojas'.
En la línea célebre de Conan el Cimerio, sus personajes exclaman: "Por los fuegos del Hades", o le llaman a una "Ramera del Infierno". Si alguien es un "oriental" como en 'El horror sin nariz' ojo, que trae sospecha. Por estos derroteros se mueve el tejano.
El relato 'Canaan el negro' y 'Los moradores bajo la tumba', ambientados en el sur americano, son de lo mejor de estos trabajos editoriales. En el primero, el sureño se interna en los manglares con su látigo blacksnake y: "tres demacrados gigantes negros me mostraban sus brillantes dientes y el lustre del acero desenvainado en sus manos". Caerá él bajo el "Hechizo de la novia de Damballah". Recuerda en algunos pasajes a 'La llamada de Cthulhu'. 'Los moradores bajo la tumba' es muy explícito en su título subterráneo.
'La cosa con pezuñas' no lo es menos. En este divertido intento de terror residencial se cuela un rayo de fantasía épica. El protagonista coge una espada antigua. Dice: "combatiré con esta espada, que en la Antigüedad segó la vida de brujas y hechiceros, de vampiros y hombres lobo, contra las mismísimas legiones del Infierno".
'La casa de Arabu', del antiguo Egipto, o 'La perdición de Dermond' dan cuenta el interés del autor por la Historia. En este último por sus raíces irlandesas (y por los fantasmas irlandeses). Y, como curiosidad, se puede señalar 'Aparición en el ring', ambientado en Nueva York, título representante de un género popular del pulp ya desaparecido: el del boxeo. Aunque sólo se abarque aquí a Howard en el ámbito del terror fantástico, se aprecia su versatilidad.
El diablo de la perversidad
En 'El fantasma del anillo' se puede uno acordar del "diablo de la perversidad" de Poe con semejante parlamento: "La mayoría de nosotros hemos sentido el impulso de saltar de altos edificios. Y en ocasiones las personas sienten una cegadora, infantil e irracional ansia de herir a alguien".
Como es sabido, Robert E. Howard sintió es impulso vivamente (y mortalmente). Con 30 años se voló la sesera con un arma prestada en el asiento delantero de su chevrolet. Frente al porche de su blanca casita de Cross Plains, Texas (hoy museo). Estaba casi arruinado y su madre agonizaba (muchos han visto en él a un Norman Bates versión maromo de 90 kilos). Fueron enterrados a la vez en junio de 1936.
20 años después su obra fue reivindicada (especialmente su saga de Cimeria y de la Atlantis), sistematizada y reescrita por Lin Carter y Lyon Sprague De Camp, entre otros. La imprescindible Valdemar ofrece al Howard más gótico, traducido directamente del original. Con su talento y con sus defectos. Aunque sus cosas "infernales" impresionen menos.