La vida bien filmada. "La mujer sin piano"


IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
ABC




Javier Rebollo constata con La mujer sin piano que desarrolla su oficio con una personalidad y un atrevimiento que no se ve en ningún otro director español. Nada de lo que refleja en sus imágenes es habitual, pero sabe camuflarlo de un modo que raya en la cotidianeidad más absoluta. El premio a la mejor dirección en San Sebastián o el de mejor película en el AFI Festival de Los Ángeles son un paso más en una carrera que lleva desarrollando desde sus cortometrajes; el que ahora cambie la duración no ha modificado su forma de ver, vivir y amar el celuloide.

Rigor sin fisuras

La historia es la de una ama de casa (Carmen Machi) en busca quizá de sí misma, de saber que en realidad una vez tuvo una vida por la que luchar y que es posible que no sea tarde para volver a reconocerse. Desde el guión -escrito por Rebollo y Lola Mayo- se marcan unas pautas rigurosas que conforman ese universo propio que parece tener el director. Por encima de la propia historia se encuentra una dirección sin fisura alguna en cada uno de los engranajes que va desarrollando a lo largo de 95 minutos. Pese a ese planteamiento, la historia tiene ciertos detalles humorísticos -algo que no se había podido ver en Rebollo con anterioridad- que aportan una mayor sinceridad a toda la trama.

La elección de Carmen Machi como protagonista resulta un acierto. Machi se arranca la piel de esa Aída que siempre de un modo u otro la acompaña y realiza una interpretación basada en una contención y un hieratismo que consiguen que el personaje transmita todo ese sentir que padece. El más que polifacético Jan Budar conforma con ella una extraña pareja que congenia y por la que se siente un cierto afecto, aunque Rebollo no permite que exista una empatía que vaya más allá de esa atracción por lo desconocido: su modo de filmar no deja pie a sentimentalismos. Rebollo juega a ser ese voyeur que muestra al espectador lo que ocurre, eso sí, sin juicios aparentes.

Ruido y silencio

La música no busca lirismo, sino que refleja cierta incomodidad, jugando con ese interior del personaje de Rosa, lo mismo que en las ocasiones en las que el espectador escucha el pitido que ésta oye continuamente. ¿Qué hubiese ocurrido si lo mantiene en todos los planos en los que sale Machi? El silencio es una tónica constante en la película. No hay ninguna duda en lo que Rebollo quiere que el espectador vea y no tiene miedo en mostrar planos largos. Sabe quién es el personaje que ha construido y lo muestra sin tapujos y sin efectos que serían absurdos en una producción como ésta. La contención consigue que todo sea más natural, no hay gestos para la galería y eso es de agradecer. Ningún personaje es excesivo, todos tienen un camino, lo respetan y la película se beneficia de ello. La cinta podría haber durado más, pero eso hubiese dado unas respuestas que Rebollo prefiere que el espectador se lleve consigo.

Mención especial, además del montaje de Ángel Hernández Zoido, merece la fotografía de Santi Racaj, que se atreve a filmar a su protagonista en sombra, o sin que esté en plano. Hay ciertos momentos en los que simula perfectamente la luz de un cuadro de Hopper. Racaj y Rebollo forman un matrimonio laboral que funciona de maravilla desde los tiempos de los cortometrajes.

La mujer sin piano constata un avance en la producción del director con respecto a su laureada Lo que sé de Lola. El cine español necesita películas así, pero parece que la industria tiende a buscar sólo comercialadas sin gracia y pretenciosas. Esperemos que la película de Rebollo les ayude a abrir los ojos.