Testigos de la violencia. "Infiel", Joyce Carol Oates


Joyce Carol Oates excava con inconforme exactitud tanto en lo abismal como en lo trivial del alma humana. En Infiel reúne 21 relatos -"novelas en miniatura"- en los que los personajes se enredan en una apoteosis de cinismo y crueldad


FRANCISCO SOLANO
El País




La extensa producción de Joyce Carol Oates -más de cien títulos, desde principios de la década de 1960, entre novelas, libros de cuentos y ensayos- se articula, con mayor o menor intensidad, en torno a la violencia enquistada en la sociedad norteamericana, una obstinación que, en efecto, se diría inagotable, y que permite a Oates demostrar, libro tras libro, que siempre queda algo importante que decir. Sin embargo, al terminar una novela de esta autora -valga la última editada aquí, Mamá-, el lector tiene la sensación, ante la prolijidad y ramificación analítica de la trama, de que resulta muy difícil imaginar cuál será el próximo tema que abordará. Pero ¿acaso importa? Oates lleva muchos años sorprendiendo, y por el momento no hay visos de que vaya a dejar de hacerlo.

Infiel, cuya edición original data de 2001, lleva el subtítulo Historias de transgresión. El enunciado es válido, pero sólo en un sentido esponjoso, que absorbe cualquier significado, sin insinuar la brutalidad y autodestrucción a que se ven abocados muchos de los personajes de estas historias, retenidos en un laberinto moral cuya salida, si consiguen encontrarla, les enredará en una apoteosis de cinismo y crueldad. Raro es el cuento que no esté atravesado por una muerte, un suicidio, un asesinato, o aderezado con gruesas dosis de humillación e indignidad de las rupturas de pareja. Las armas son aquí una herramienta muy útil para resolver un desencuentro amoroso o un conflicto económico; un hombre observa a su ex mujer a través de la mirilla de un fusil ('La vampiresa'), y hay un muchacho que se siente protegido por llevar un cuchillo que conserva el ADN de muchos hombres muertos ('Tusk'). El honorable pasado de un anciano, a quien su mujer abandonó por su amante, de pronto se vuelve cenagoso, y toda la melancolía vivida en familia se revela, muchos años después, como una desdicha para la nieta, que llegará a saber, y tendrá que callar, lo que nunca supo su madre ('Infiel'). La ruleta rusa es el juego que aquí se menciona más veces, y hay un cuento ('Amor por las armas'), prácticamente un catálogo de pistolas y rifles, que también es un inventario de los impulsos sexuales que provoca en sus dueños y en sus ocasionales poseedores. Nadie puede escapar a la violencia, parece decir Joyce Carol Oates, quien no es asesino es víctima, y, si se consigue eludir esas categorías extremas, irremediablemente uno se convierte en testigo. De ahí que la mayoría de estos cuentos tengan un narrador que, incluso sin desearlo, se ve obligado a revelar el conocimiento de un crimen que modificó decisivamente su moral y su código de certidumbres.

De los 21 cuentos que componen el volumen, tal vez '¿Y entonces qué, vida mía?' merecería haberse convertido en novela; en su estado actual los saltos temporales dejan demasiadas cosas por cubrir. Y hay alguno otro, como 'Sudor de verano', que se resuelve demasiado fácilmente con el reconocimiento de una amenaza de suicidio que nunca se produjo. No obstante, se trata de una colección de relatos significativamente ejemplar, que no cabe considerar como un mero amasijo; leídos en el orden en que han sido establecidos se puede apreciar una curva sinuosa que comienza abordando la decisión de un suicidio aplicando un tono tácito, de impotencia ante lo fatal ('Au Sable'), y termina con una brutal paliza de un numeroso grupo de policías a un periodista de televisión, contada por su víctima, un relato en la línea de Reservoir dogs, de Tarantino, donde se destaca que la mejor prosa de los periódicos se encuentra en la sección de necrológicas y donde se dice de los seres humanos que "tienen una capacidad limitada para la solemnidad y la compasión".

Si se lee este libro al ritmo que ha tenido que leerlo el autor de esta nota, probablemente tenga en el lector un efecto malsano. Y no sólo por la acumulación de violencia, que conviene graduar, sino porque la "psicología" de los personajes de Oates no se pliega al retrato de rápidos trazos, y además su técnica narrativa, igualmente compleja, excava con inconforme exactitud tanto en lo abismal como en lo trivial del alma humana. Así que, incluso cuando la historia se cierra, aún permanece largo tiempo el estremecimiento de haber asistido a la infortunada experiencia de los deseos, que en lugar de sosiego encuentran dolor, vulnerabilidad y miedo. Léase, pues, con intervalos que permitan fortalecerse para la siguiente historia. No hay aquí fraude de la expectativa. Tiene razón Oates al calificar sus relatos de "novelas en miniatura". Lo cierto es que han sido escritos con el máximo rigor; de ahí su excelencia y que algunos sean extraordinarios, por ejemplo 'Idilio en Manhattan', 'Asesinato en segundo grado' o 'La víspera de la ejecución', relatos que ningún buen lector debería ignorar.