Documentar el horror no es lo que era


'Vals con Bashir' y 'Z32', dos innovadores documentales israelíes que critican el militarismo de su país



SARA BRITO
Público



El director israelí Ari Folman se encuentra en un bar con un viejo amigo. Este le cuenta que ha comenzado a tener una pesadilla recurrente donde le persiguen 26 perros. ¿Por qué perros? ¿Por qué 26? Los dos amigos concluyen que el sueño está relacionado con una misión a Líbano en la que participaron y que se saldó con la matanza de los campos de refugiados de Sabra y Chatila en 1982. A partir de ahí arranca, a modo de documental de animación (qué apropiado para la resbaladiza memoria) Vals con Bashir, construido como una excavación en los recuerdos enterrados de un horror y como una autocrítica limitada, pero valiente.

Mientras hoy las encuestas electorales en Israel parecen premiar el uso de la fuerza en Gaza, conviene echar una mirada a dos de los documentales más audaces de 2008. Comparten no sólo su procedencia israelí, o su radical apuesta formal, sino una crítica demoledora al Ejército de su país y a la futilidad de la guerra. Son Vals con Bashir, de Ari Folman, y Z32, de Avi Mograbi, ambos pendientes de estreno en España, aunque sólo el primero tiene fecha (13 de febrero).

Dos películas la primera de animación y la segunda de una heterodoxia inclasificable con momentos cercanos al musical, que ponen en tela de juicio el concepto de testimonio documental y cuestionan la necesidad de hallar nuevas formas para contar la capacidad para el horror del ser humano. Son dos asaltos insólitos a la realidad, que encuentran en el revestimiento de la imagen real la única manera de hacer frente a la vergüenza de la crueldad.

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"Si me vas a filmar no, pero si me dibujas, adelante", le dice Carmi (nombre ficticio de un amigo del director) a Ari Folman en Vals con Bashir, cuando empieza a investigar en unos recuerdos que creía desaparecidos. "La guerra es irreal, la memoria es muy ladina, más valía hacer ese viaje con la ayuda de grafistas", asegura el director. La animación no resta veracidad ni brutalidad a lo contado, pero las secuencias finales de Sabra y Chatila, en imagen real, acaban por reconocer que para ser honestos con la matanza no puede sólo aparecer dibujada.

En Z32, el ejercicio de ocultamiento es más hiperbólico. El documentalista israelí Avi Mograbi volcado desde hace décadas en la denuncia de la derecha de su país oculta, mediante la manipulación digital, el rostro de un soldado israelí implicado en "una operación de venganza" en 2002, que se saldó con dos policías palestinos muertos.

El soldado dice: "Tengo miedo de que alguna persona a cuyo padre maté me reconozca por la calle". Así que Mograbi le pone una careta digital, con la que el soldado le confiesa a su novia: "Cuando estaba atacando, sonreía por el subidón de adrenalina. Me decían que disparara a cualquiera que supusiera una amenaza, lo que es cualquiera de más de 5 años".

Mograbi radicaliza su propuesta al insertar interludios musicales entre la entrevista/confesión del soldado. Plantado en el salón de su casa, el director monta una suerte de cabaret irónico, donde cantando se pregunta "¿qué hago cantando sobre él en vez de denunciarlo?". Y parece preguntarnos, ¿es posible comprender al que mata? ¿Hay manera de documentar el horror?

En el marasmo israelo palestino, Mograbi y Folman alzan la voz como dos exploradores en busca de nuevas formas de testimoniar.