En las tripas de Bacon


PEIO H. RIAÑO
Público




El grito de Francis Bacon (1909-1992) sale de lo más profundo de su estómago. Las materias convulsas que revuelven los cuerpos que retrata, de cientos de recortes de periódico, de libros desmigados y de miles de revistas apiladas en el pequeño estudio en el que habitó desde el verano de 1961 hasta su muerte, en el número 7 de Reece Mews de la ciudad de Dublin.

Era una pequeña habitación de 6 x 4 metros, “repleta de desperdicios en montones”, recuerda Barbara Dawson, directora de la galería municipal de Dublín The Hugh Lane, que recibió la donación en 1998. “Comenzamos a trabajar como si de una excavación arqueológica se tratase”, cuenta Jacobs en el prólogo del libro Francis Bacon. Archivos privados, que edita La Fábrica, y que aparecerá en las librerías el 2 de febrero, justo un día antes de la inauguración de la que será la gran exposición del año del Museo del Prado (con permiso de Sorolla).

Precisamente, la comisaria de la muestra en la pinacoteca nacional, Manuela Mena, explicó a Público que ésta “no será una exposición fácil”, en referencia a la crudeza del imaginario del pintor irlandés.

Meses atrás, cuando la gran retrospectiva del artista echó a andar en la Tate Modern de Londres, su comisario Matthew Gale avisó de que “Bacon emerge de la tradición europea, la reta, la revisa y la socava. Así se labra un puesto indiscutible en la evolución de la Historia del Arte”. Bacon volverá al Prado, para señalar el curso natural de su educación. Sin crispaciones, porque para Manuela Mena, entre Bacon y el resto de la colección del Prado no hay disparidad.

“Las veces que venía al Museo del Prado no veía ninguna línea que dividiese su trabajo de la pintura anterior al siglo XIX. Se plantaba delante de un cuadro de Velázquez, como si estuviese compitiendo con él”, explica para señalar la continuidad creativa. Para cuando se abran las puertas de la gran muestra, recomienda, para hacerla más digerible, dejar a un lado la visión del horror del pintor y meterse en la materia de su pintura, “leer la cronología, los textos de las salas, leer para no llevarnos la primera visión del horror de su pintura”.

Barbara Dawson señala que “lo que se encuentra bajo la superficie es igualmente importante que lo que se puede ver”. El material se acumulaba por capas en su estudio. Partes emborradas con pegotes de pintura, otros materiales redibujados o desgarrados aposta, varias fotos arrugadas hasta crear una silueta distorsionada…

Hoy padecería el síndrome de Diógenes. Acumulaba y acumulaba, y aunque hizo varias limpiezas de su particular documentación, en esos casi 30 años que estuvo en el pequeño estudio, siempre estuvo repleto de lo que para cualquiera fuera de la mente y las tripas de Bacon serían desperdicios a montones.

Como en su casa

Así que todo apunta a que una de las paradas obligadas y que más comentarios de la exposición suscitará será la sala dedicada a su estudio. Será el espacio menos convencional de toda la exposición del Prado, donde habrá vitrinas con parte de la documentación que bullía por los cuatro costados de aquel estudio minúsculo. De las paredes colgarán dibujos y bocetos, a pesar de que él dijera en vida que no hacía dibujos preparatorios, que se tiraba a bocajarro a la tela directamente. Tras morir, en dicho estudio, se encontraron esos breves dibujos. En este lugar, entre las casi 70 pinturas que componen la extensa retrospectiva, intimaremos con el artista, conoceremos sus referencias, descubriremos intereses y, quizá, lancemos conclusiones sobre por qué tanto dolor, tanto desgarro y tanto grito.

El archivo visual de Bacon contiene más de 7.000 objetos. Y los estudios de los mismos están aún en pañales. Sin embargo, si partimos de las pruebas que van saliendo a la luz, poco a poco, “podemos afirmar que dichos objetos son fundamentales para comprender en toda medida los métodos de Bacon, su vocabulario pictórico”, cuenta Martin Harrison, el editor del catálogo razonado de las obras del pintor, que en la actualidad prepara el comisariado de una exposición sobre los últimos trabajos de Bacon, Death Shadowing Life, que se inaugurará en el museo Hermitage de San Petersburgo en 2010. Este especialista cree que son materiales reveladores.

¿Y qué es lo que se puede encontrar entre todos esos montones? Referencias a Velázquez, Miguel Ángel, Rembrandt y a los estudios sobre la figura cinética de Edward Muybridge. Como explicó el propio Bacon en una ocasión: “En realidad, Miguel Ángel y Muybridge se entremezclan en mi mente”. La iconografía baconiana incluye temas distintos a la figura humana. De hecho, desde su infancia, a Bacon le fascinó la carne que se colgaba en las carnicerías. “Cuando entre en una carnicería, siempre me sorprende no ser yo el que está ahí colgado, en lugar del animal”, dijo el pintor.

Todo vale

Bacon se hacía con imágenes de todo tipo. Quién podría llegar a pensar que un libro sobre técnicas de golf podría interesarle. Ese libro guarda un significado especial, mayor de lo que en un principio podría parecer, según Martin Harrison, porque Bacon llevó el diagrama de una postura de golf a su cuadro Dos hombres trabajando en el campo, de 1971, en el que lo añadió como detalle. Es más, fue preguntado por esas flechas direccionales que empezó a incluir en sus obras a partir de ese mismo año, a lo que él contestó que las había sacado de un manual de golf. Debió de ser de las pocas veces que se mostró conciso al revelar algo sobre su trabajo.

Una fotografía gigante presidirá la sala del Prado dedicada al estudio, para que el espectador pueda imaginarse las verdaderas dimensiones en las que se movía Bacon para pintar. Sobrecogedor.

De hecho, una de las principales críticas a esta misma exposición en la Tate fue la falta de sensibilidad al utilizar salas muy amplias para cuadros que fueron pintados en un cuchitril. Aquí han primado los espacios más cerrados y se han colgado las obras más bajo de lo normal para que el visitante no pueda escapar de ellas. Para quedar atrapado en sus obsesiones.