La Alianza, 60 años después

PERE ORTEGA
Periódico Diagonal



Al finalizar la II Guerra Mundial, EE UU estaba interesado en que Europa recuperara su tejido productivo y de consumo, pues esto favorecería su economía, que había salido reforzada con la guerra. Así se puso en marcha un programa de reconstrucción, el Plan Marshall, que tenía una contrapartida: la permanencia de fuerzas armadas de EE UU en suelo europeo, que se culminó con la creación de la OTAN el 4 de abril de 1949.

Aquella decisión tuvo importantes consecuencias para Europa. Se produjo una dependencia de los países miembros de la OTAN a los intereses políticos de EE UU, a través de la presencia de esa fuerza militar que ha limitado desde entonces la soberanía de los Estados europeos. Además de otras consecuencias negativas. Abrió el paso a la Guerra Fría frente a la URSS e impulsó la carrera de armamentos haciendo aumentar el gasto militar, la presencia de más ejércitos y creando la posibilidad de una guerra nuclear que tenía como escenario Europa. En esa etapa, la OTAN también fue una amenaza para la democracia. Como en Italia, donde estuvo relacionada con la red Gladio, involucrada en varios atentados terroristas destinados a desacreditar a la izquierda italiana e impedir la llegada del Partido Comunista al Gobierno. O peor, no puso ninguna objeción a los golpes militares sufridos en países miembros, como en Grecia (1967) y Turquía (1974), así como permitió en su seno a la dictadura de Salazar en Portugal. Pero en 1989 se acabó la Guerra Fría, y EE UU, con la complicidad de los países miembros de la OTAN, apostaron por convertir la Alianza en el principal organismo militar de ámbito mundial. Así, en la reunión del Consejo Atlántico Norte de Washington de 1999 se definió el Nuevo Concepto Estratégico, introduciendo tres importantes cambios. El primero, el ámbito geográfico de acción, hasta entonces limitado a los países miembros del Atlántico norte, quedando ampliado a una indefinida zona atlántica que le permitía actuar en cualquier parte del planeta.

El Atlántico se queda pequeño

Los dos siguientes no eran de menor calado. Uno rompía con la concepción inicial de ser un organismo militar defensivo, como señalaba el Protocolo fundacional, y pasaba a ser ofensivo, otorgándose el derecho a intervenir en aquellos conflictos que fueran de su interés. Y el tercero, en la nueva redacción desaparecía toda mención a la Carta de Naciones Unidas. Lo cual también estaba presente en el Protocolo inicial. La desaparición de actuar bajo la cobertura de la ONU abría las puertas a intervenciones militares al margen de la legalidad internacional. Como ocurrió en la guerra contra Serbia en Kosovo (1999) y en Afganistán (2001), donde la OTAN apoyó la operación Libertad Duradera liderada por EE UU. Dos operaciones ilegales, puesto que no existía mandato expreso de la ONU. Pero hubo más, los atentados del 11-S condujeron a situar el terrorismo como la amenaza principal de EE UU y por extensión de la OTAN.

Los países miembros a pies juntillas y sin objeciones se unieron para lanzar una paranoica guerra contra un enemigo abstracto, intangible, desconocido y sin una ubicación geográfica determinada. Primero se atacó Afganistán, luego Iraq y ocho años después en ambos países hay una fuerte resistencia a las fuerzas de ocupación sin que el terrorismo internacional haya remitido. Todo esto fue acompañado de una ampliación de la OTAN hacia las fronteras rusas con la adhesión de diez países pertenecientes a la antigua área de influencia de la URSS, y pasó a tener 26 miembros. Ampliación acompañada de la puesta en marcha de un proyecto muy agresivo, el escudo antimisiles, que situaba radares en la República Checa y baterías de misiles en Polonia. Esto soliviantó a Rusia, que respondió modernizando su arsenal nuclear y anunciando la construcción de nuevos misiles capaces de traspasar este escudo sin ser detectados.

Es decir, se ponía en marcha una nueva carrera de armamentos debido a la agresiva política llevada a cabo por los EE UU con la complicidad de la OTAN. La OTAN se ha convertido en el principal instrumento de que disponen los países ricos para mantener, mediante el uso de la fuerza, sus privilegios frente al resto del mundo. Los fastos que se preparan los días 3 y 4 de abril en Estrasburgo con motivo de los 60 años de su nacimiento son una buena ocasión para abrir el debate sobre la disolución de este organismo.