La oveja eléctrica


BERNARDO FERNÁNDEZ BEF
Letras Libres




Seguramente la obra narrativa del norteamericano Philip K. Dick (1928-1982) es conocida por millones de personas gracias a Blade Runner (Ridley Scott, 1982), adaptación libérrima de su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Considerado por críticos y colegas como uno de los mejores escritores anglosajones de la segunda mitad del siglo XX, en vida jamás gozó ni de lejos del prestigio que su obra le acarrearía de manera póstuma. Ello sin duda se debió a su elección temática: Dick escribió casi cincuenta novelas y más de cien cuentos, en su mayoría de ciencia ficción.

Él mismo contaba que decidió escribir historias de este subgénero por la facilidad para venderlas en el circuito de las revistas dedicadas al tema. Corrían tiempos en los que un narrador profesional podía vivir de la colocación de sus relatos en un gran abanico de publicaciones, que iban desde las muy prestigiosas hasta las de gusto francamente dudoso. A esta última categoría pertenecían las que publicaban historias de robots y viajes espaciales.

Protagonista de una vida atormentada marcada por la adicción a las anfetaminas, siempre a medio camino entre la lucidez y la demencia, sus biógrafos coinciden en que Dick lamentó siempre su encasillamiento en un gueto que a mitades del siglo XX era “confundido por algunos críticos con un urinal”, en palabras de Kurt Vonnegut, Jr., otro prófugo de la ciencia ficción.
Lector de Dostoievski y Proust, así como de los griegos clásicos, las ambiciones literarias de Dick para dar el salto al mainstream literario se vieron frustradas cuando sus editores le dijeron que era imposible publicar libros serios de un autor identificado como de subgéneros. Así, Dick hubo de dejar en vida varias de sus novelas realistas archivadas en el cajón; varias de ellas habrían de publicarse después de su muerte.

Si bien obtuvo los máximos premios y galardones dentro de la ciencia ficción (incluyendo los premios Hugo y Nebula), lo anterior resulta lamentable si se compara la narrativa de Dick con la de cualquier otro autor emblemático del género de ese mismo periodo. Basta poner a su lado cualquier libro de Isaac Asimov o Arthur C. Clarke para que, en comparación, la prosa de estos últimos resalte por su aridez, por decir lo menos.

Esta minuciosa, casi obsesiva construcción de novelas costumbristas en mundos raros es lo que habría de distinguir el corpus narrativo de Dick del de cualquiera de sus colegas norteamericanos; debido a ello el novelista polaco Stanisław Lem lo llamó “un visionario entre charlatanes” y su compatriota Ursula K. Le Guin fue tan lejos como para decir que en Dick los norteamericanos tenían “a nuestro propio Borges”.

Pese a mi debilidad por Dick, dudo que su estatura literaria se pueda (o siquiera se deba) comparar con la del argentino. Me atrevo a afirmar, sin embargo, que su narrativa alcanza el punto de calidad más alto en sus novelas. Dick es un autor de largo aliento.

Su trabajo novelístico ha tenido recientemente el mayor reconocimiento crítico que puede tener un autor en su país: nueve de sus novelas han sido recopiladas en dos volúmenes dentro de la prestigiosa colección Library of America, colección editada por el National Endowment for the Arts del vecino país, que incluye entre sus títulos las más prestigiosas obras de la literatura norteamericana.

En una colección que incluye a autores que van desde Herman Melville hasta Philip Roth, de Walt Whitman a Isaac Bashevis Singer, Dick destaca como una oveja negra (eléctrica, desde luego) en un rebaño de blancas.

En el selecto catálogo de Library of America, sólo H.P. Lovecraft se movió en el mismo circuito editorial, mientras que los autores policiacos Dashiell Hammett y Raymond Chandler publicaban en el urinal de al lado.

Sin duda el propio Dick hubiera apreciado la ironía de la situación: los volúmenes de sus novelas son los que han vendido más ejemplares en menos tiempo de toda la colección. Sus nuevos vecinos de estantes son poetas laureados y narradores bendecidos con el reconocimiento canónico de la crítica norteamericana.

Por otro lado, las novelas compiladas en ambos volúmenes son una muestra selecta del mejor trabajo narrativo del autor. A saber, en el primero (número 173 de la colección) se antologan The Man in the High Castle, The Three Stigmata of Palmer Eldritch, Do Androids Dream of Electric Sheep? y Ubik, mientras que en el segundo (número 183) se editan Martian Time-Slip, Dr. Bloodmoney, Now Wait for Last Year, Flow My Tears, the Policeman Said y A Scanner Darkly, esta última adaptada recientemente al cine y todas ellas traducidas y editadas en algún momento en castellano.

El reconocimiento a la obra de Dick, si bien tardío, ofrece una oportunidad a los lectores para acercarse a la obra inquietante de una de las mentes más lúcidas, si bien delirantes, de la narrativa contemporánea, más allá de cualquier etiqueta genérica. ¿No es, después de todo, uno de los encantos de la literatura, construir mundos coherentes y personajes sólidos, por extraños que estos sean? Para ello nadie mejor que Philip K. Dick.