El perseguidor de sombras

La muerte de Antonio Vega, creador del himno musical de toda una generación, pone el punto final a una vida en perpetuo combate entre la heroína y el malditismo



AMELIA CASTILLA
El País



A veces la muerte consigue milagros con los que no puede la fuerza de la vida. La formación original de Nacha Pop, el grupo que deslumbró en los años de la movida madrileña, se reunió otra vez el pasado jueves. Carlos Brooking (bajo), Nete (batería), Nacho García Vega y Antonio Vega (guitarras y voces) se volvieron a juntar durante unos instantes. Y esta vez no se encontraban en el escenario de la mítica sala Rock-Ola. El reencuentro se producía en el crematorio del cementerio de la Almudena y los verdaderos protagonistas del duelo no eran, por una vez, los músicos, sino los padres de Antonio Vega, dos octogenarios que recibían pésames con entereza y que, seguramente, hacía mucho tiempo que habían perdido a su hijo. Su padre, un acreditado traumatólogo, se cansó de avisarle de los peligros de la mala vida. De entre las más de un centenar de canciones, compuestas y registradas por su hijo, al menos una iba para sus padres: "Estoy hablando de ellos/ de los que lloran y ríen./ La plata, el oro, el platino/ no superan el destello de algo en sus ojos divinos".

La muerte del compositor de la banda sonora de una generación, tantas veces anunciada, no fue menos dolorosa por mucho que se esperara. Nos habíamos acostumbrado al increíble deterioro físico de un chico de arrebatadora belleza. Ya era conocido que había perdido un chalé en la periferia de Madrid y que lo mismo vivía en un hotel que de prestado en casa de unos amigos o en sitios peores. Podía presentarse arreglado para ir de boda o sin dientes y con pelucas horrorosas. Los "rollos chungos" pesaban mucho en su vida, pero a él nunca le gustó la compasión y el morbo le repugnaba. Para algunos críticos se trata de un compositor de la talla de Jacques Brel, un gigante de la música que hablaba abiertamente de sus adicciones siempre que se le preguntara por ello. Le irritaba el tipo de periodista que apenas pregunta y que luego escribe mucho y sin comillas.

Por él mismo sabemos cómo descubrió la heroína a principios de los años ochenta. "Fue algo acojonante. No teníamos precedente. Entonces no se veían yonquis tirados por las calles. Además, al fondo estaban los mitos de Lou Reed y Keith Richards, los representantes de la vida tortuosa. Fue un enamoramiento total, estábamos seguros de haber encontrado la solución para paliar todo lo desagradable de la existencia. Pasaron años antes de comprender que aquello tenía trampa. Empezaron los estragos y se confirmaron los peores rumores", contó en una entrevista. Se enganchó con su esposa Teresa, de la que nunca llegó a divorciarse legalmente, pero ella se descolgó del caballo y rehizo su vida en el País Vasco. Su vida sentimental ha tenido poco que ver con las orgías y fiestas con las que se asocia al rock and roll. "Siempre me he considerado monógamo", contó. De hecho, nunca fue un mujeriego pero siempre mantuvo una mujer a su lado. Cuando aterrizó en su vida Marga, una chica sonriente y algo llenita que murió demasiado pronto, descubrió que todavía era capaz de enamorarse. A ella le dedicó un disco, 3000 noches con Marga, y una canción de amor Seda y hierro que pone la piel de gallina. Ya en la última etapa llegó Queca de la que sus amigos íntimos no hablan mucho.

La vida de Antonio Vega Tallés (Madrid, 1957) transcurría tan deprisa como sus canciones. Carecía de método de composición pero sabía bien lo que hacia. Su rutina se llenaba de intercambios constantes. Él vendía sus preciadas canciones y las discográficas a cambio le racionaban los adelantos. Cuentan que gastaba lo mismo si tenía 60 que 600 euros y podía ocurrir que vendiera lo mismo dos veces en diferentes despachos. Su discografía está muy repartida pero Enrique Mágaz, director de contenido de Warner Chapell y editor de buena parte de su obra musical, confiesa que llegó a darle dinero sólo por un título garabateado, en un papel arrugado firmado por él. Pero el negocio manda y para la siguiente ocasión el editor reclamaba puntualmente parte de la letra. Incluso grababa allí mismo, en el despacho en un viejo Philip la canción del momento. "Muchas veces, con ese material, poco más que una maqueta guarrindonga, hacíamos la partitura y la registrábamos en la SGAE", añade. Treinta años de dependencia y poder contarlo dan para mucho. "Su línea de creatividad no fue siempre ascendente pero él seguía investigando y sus canciones se consideraban joyas. Y si estás tú y Arrecife de coral son los dos últimos temas que le facturaron en Warner hace poco más de un mes. Últimamente tampoco le iba tan mal, aunque siempre descuidó su salud. Palomitas, fanta de naranja o fritos formaban parte de su dieta básica. No hacía mucho tiempo que se había comprado una moto. Él prefería un coche potente pero su editor musical se lo desaconsejó abiertamente, algo que a Antonio no le gustó nada. "No eres mi padre", le reprochó serio. Mágaz todavía sonríe al recordarlo vestido de motorista con el casco bajo el brazo. "Estaba tan delgado que casi no podía con la moto. Metió la primera y salió disparado".

Lo que empezó como una relación profesional, en los años ochenta, cuando Nacha Pop empezaba a sonar en las radios y a tocar en los locales de moda, acabó en un cariño tremendo, pero para qué negarlo "aparecía y desaparecía como el Guadiana", añade su editor musical. "Cuando pasaba mucho tiempo sin verle me preocupaba; entonces empezaba a hacer llamadas y le ubicaba más o menos. Antonio ha generado mucho dinero pero vivía hipotecado por su problema. A pesar de estar metido en el mundo de la droga fue un trabajador nato", concluye.

Además de las canciones y las regalías de los discos, su otra fuente de ingresos la constituían los conciertos en directo. Alternaba los bolos acústicos y las actuaciones con el grupo, una solida banda que conocía al dedillo todo su repertorio y cuyo cerebro era su amigo, el teclista Basilio Martí. "Era un músico muy flexible, hacíamos conciertos en formatos muy diferentes", cuenta. "Él tenía el mejor público del mundo, gente hasta cierto punto un poco fanática, que conocía todas sus canciones, sus versiones y que le tomaba la palabra".

Su público no le falló nunca. Vivían pendientes sólo de los buenos momentos, dejando en el olvido las caídas. En ese enganche caímos también los periodistas. Ya se sabe que dan más jugo periodísticamente las noticias de los conciertos anulados que las críticas entregadas, pero eso no contaba. Hubo un tiempo en que Vega guardaba en el bolsillo del vaquero una crítica, apenas una columna de un periódico en la que el crítico de turno alababa sin tino una de esas actuaciones terribles, en las que apenas era capaz de dar más de un acorde a la guitarra, en las que la gente cantaba mientras él parecía ensimismado. Apenas un par de días antes de producirse el desenlace, cuando ya se conocía el devastador alcance del cáncer de pulmón que acabó con su vida el lunes en el hospital Puerta de Hierro, alguien habló con el periodista Diego Manrique para que fuera pensando en la necrológica del músico. "Eso ya me lo pidieron hace 20 años", bramó al otro lado del teléfono con socarronería Manrique.

A veces, una necrológica anticipada suele traer buena suerte a los protagonistas, pero esta vez la profecía no se cumplió. El eterno superviviente falleció en la cama, rodeado de su familia y sus amigos los músicos que le acompañaron a lo largo de su carrera. La capilla ardiente del creador de Lucha de gigantes, instalada el pasado miércoles en la sede de la Sociedad General de Autores y Editores, en uno de los pocos edificios modernistas de la ciudad, no fue, como comentaban con sorna los detractores del músico, la muerte de Lola Flores. Desde luego no era el público de La Faraona, aunque por allí pasaran sus hijas Lolita y Rosario y su nieta Alba Flores. La cerveza fría se agotó en los bares próximos a la SGAE, la zona madrileña de Alonso Martínez, a unos pasos de El Penta, el bar del que hablaba en La chica de ayer, su composición más aplaudida. Más de 2.000 personas, gente de todas las edades y algunos procedentes de las derruidas barriadas donde se trafica con droga y donde le conocían por su nombre, le dieron su último adiós. Algunos, como la gitana que aguardaba paciente en la cola para visitar la capilla, le conocían más por sus vicios que por su música. El autor de clásicos como Una décima de segundo pudo hasta con el fútbol. Ni siquiera el inicio de la final de la Copa del Rey, entre el Barça y el Athlétic, interrumpió el goteo de gente que se acercó a darle el último adiós. Allí estuvieron todos. No faltó ni Teresa, su ex mujer de la que nunca acabó de divorciarse. Sería más fácil enumerar a los músicos que no estuvieron que a los que pasaron por la capilla. Seguro que fueron muchos los homenajes, pero esa misma noche Javier Teixidor, ex guitarrista de Mermelada y líder de la J Teixi Band, dedicó con su banda un sentido blues a Pepe Risi, Enrique Urquijo y Antonio Vega.