Fernando Arrabal: El místico Ateo


GUZMÁN URRERO PEÑA
ABC




Evocar el estilo de Arrabal es como describir una sensación nueva: es fácil recordarlo pero ponerle etiquetas parece casi imposible. La esencia de lo arrabalesco es una experiencia que se vive sólo a nivel intuitivo, en ese territorio que se extiende más allá del círculo iluminado por la hoguera de lo convencional. No hay duda de que es un caso aparte: un temperamento barroco, obstinadamente libre, que asume las vanguardias como quien arde por combustión interna.

Es ahora cuando una de sus facetas peor conocidas entre nosotros, la cinematográfica, deja de serlo gracias a siete títulos que permanecían inéditos en DVD y que llegan al público español de la mano de Cameo en un solo estuche: Viva la muerte (1971), Iré como un caballo loco (1973), El árbol de Guernica (1975), El emperador de Perú (1982), El cementerio de automóviles (1983), Adiós Babilonia (1992) y Jorge Luis Borges (Una vida de poesía) (1998). Tras la cámara, Arrabal celebra la creatividad y la experimentación, pero también ciertas costumbres que para él no cambian. La ternura y la crueldad. Un humor juguetón, filtrado por la sensibilidad de Groucho Marx y Alfred Jarry. El sabotaje ideológico, la ocurrencia iconoclasta, el fetichismo y una descodificación moral de nuestra historia reciente.

Independencia. En términos intelectuales, dialogar con el escritor equivale a una sesión de fuegos artificiales: no caben las ideas de segunda mano. Lo compruebo cuando hablo con él sobre este lanzamiento, en el que se incluyen el documental Arrabal, cineasta pánico y una brillante entrevista a cargo de un especialista en la materia, Diego Moldes.

De entrada, el dramaturgo encuentra grandes ventajas a la independencia. «Si la crítica y el aparato cultural -aclara- apoyaran mi cine, es posible que sufriera por ello». Se ha calificado a Arrabal de provocador, pero esa descripción resume con torpeza otros rasgos. Es un dato conocido que, junto a Alejandro Jodorowsky y Roland Topor, fundó en 1963 el Movimiento Pánico. También es «trascendente sátrapa» del Colegio de Patafísica. Incluso fue miembro del grupo surrealista de André Breton.

Cuando le pregunto por estos y otros emblemas para vincularlos a sus películas, él deja escapar una sonrisa aprobatoria. «Toda mi vida -dice- he estado luchando contra esa idea nefasta de la provocación. Es una especie autodestructiva, que surge por azar, y que desde luego es cretina. Ninguna de las personas que han adornado mi vida y que venero -Kundera, Breton, Houellebecq, Beckett?-, ninguno de ellos ha sido un provocador. ¿Cómo se puede imaginar que algo puede escandalizar?».

Museo del horror. Sin embargo, su cine, rodado con un grado insoportable de sinceridad, ha causado escándalo. El primer blanco en alinearse frente a ese paredón fue Viva la muerte, basada en Baal Babilonia, un museo del horror, el sexo y la muerte, que sublima los recuerdos infantiles de Arrabal: en concreto, la desaparición de su padre, republicano, condenado a muerte y luego fugado. «Cuando la película se prohibió en Francia durante un año -dice- muchos combatieron por ella y quedaron deslumbrados. Le dedicaron elogios Simone de Beauvoir, Sartre, Pieyre de Mandiargues, Lelouch? Gracias a eso pudo estrenarse».

La reacción de los intelectuales tuvo consecuencias políticas. «El productor de la película -cuenta Arrabal- me acompañó a una reunión con el ministro de Cultura. Este productor, que no era muy inteligente, habló de ella como la mejor película de los tres últimos años. El ministro le corrigió: "¿Cómo dice eso? Viva la muerte es la mejor película que se ha hecho desde que terminó la guerra". Yo me sentí feliz, pero el ministro añadió: "Lo que hay que hacer es cortar tres escenas". Yo le respondí: "Después de veinte años de castidad, mi mujer y yo acabamos de tener una hija, y quiero que siempre se sienta orgullosa de mí" Saqué unas cerillas -entonces yo fumaba en pipa-, y añadí: "Aquí tiene, quémela? Pero no la corte". Entonces el ministro, conmovido, respondió: "Pero Arrabal, ¿usted piensa que estamos en la Unión Soviética? Sólo le estaba dando un consejo para que la película fuera comercial"? De inmediato, Viva la muerte fue permitida y entró en la sección oficial del Festival de Cannes. Pero España la prohibió, y fue un error, porque le dio aún más difusión. Durante el festival, incluso John Lennon vino hacia mí silbando la canción de la película».

Ferocidad. Los títulos de crédito de Viva la muerte, obra de Topor, reflejan la espesura simbólica del cine de Arrabal. Pese a que su relación con lo sobrenatural es ambigua, maneja con soltura la iconografía cristiana y la pervierte con ferocidad infantil, como sucede en El árbol de Guernica e Iré como un caballo loco. ¿Ejercicios de anticlericalismo o bromas de un adorador del dios Pan? La inmortalidad, como sucede en su teatro, es también una constante en sus películas. «He vivido entre la mística y el ateísmo -dice-. Eso queda plasmado en mis conversaciones con Ionesco en su último año de vida». Durante el diálogo salen a relucir Spinoza y Wittgenstein. Del último toma el escritor dos certezas que también explican su cine: el mundo es independiente de nuestra voluntad, y lo inexpresable se muestra en lo místico.

¿A quién, entonces, le extrañará el esoterismo de Arrabal? «Es cierto que creí ver a la Virgen María, a los diecisiete años -dice-. Entonces no podía contarlo porque hubiera sido como comulgar con ruedas de molino. Lo silencié. Buñuel, cuando lo supo, me dijo que había tenido la misma experiencia».

Ni que decir tiene que Arrabal se atreve a pensar, en toda su radicalidad, los mismos supuestos religiosos del cineasta aragonés, otro genio de amplia formación humanista, capaz de dar, como él, un alcance metafísico al absurdo.