Nosferatu resucitado


FEDERICO MARÍN BELLÓN
ABC




«Un film erótico-ocultista-espiritista-metafísico». Así era presentada en su día la película de Friedrich Wilhelm Murnau, «un clásico del cine de terror concebido y producido por miembros de una logia ocultista para divulgar sus ideas». Luciano Berriatúa, especialista en el cineasta alemán y artífice de la última restauración de «Nosferatu», que puede verse en uno de los dos DVD que incluye el libro, es el autor del texto, aliñado con una documentación apabullante.

Uno de los aspectos más interesantes de esta obra es el relato de la pequeña maldición que recayó sobre la película, perseguida a instancias de la viuda de Bram Stoker, ya que la productora, más preocupada por el más allá que por el más acá, nunca pagó los correspondientes derechos de autor por esta adaptación confesa y nada disimulada de «Drácula».

El juez que mató al vampiro

Así, hasta la muerte de Florence Stoker en 1937, «Nosferatu» no pudo dormir en paz, literalmente, ya que la airada viuda llegó a conseguir que un juez ordenara la destrucción de los negativos y de todas las copias existentes. Si la película ha llegado hasta nuestros días en un razonable estado de conservación, cual vampiro salido de su tumba, se debe a un milagro y a cierto espíritu pirata de las filmotecas, organizaciones que empezaron a florecer en los años treitna y que a menudo no declaraban sus fondos para evitar posibles acciones legales de las productoras. Menos mal que por aquel entonces no había descargas.

Murnau nació en la ciudad alemana de Bielefeld el día de los Inocentes de 1888. Su apellido real era Plumpe, que sustituyó por el nombre del pueblo en el que le gustaba veranear, en repuesta a una bronca monumental con su padre, que quería un hijo profesor. Y en Murnau vivió Murnau su primer gran amor, con el poeta judío Hans Ehrenbaum-Degele, otro motivo de trifulca, quizá. Tras renunciar a la pintura debido a su reconocida falta de talento, Friedrich Wilhelm ingresó en la escuela de teatro de Max Reinhardt, una eminencia que tuvo entre sus actores y ayudantes a Emil Jannings, William Dieterle y Ernst Lubitsch.

Autor de 21 películas, de las que sólo se conservan 12, Murnau murió en California a los 42 años debido a un accidente de coche, una broma del destino para un hombre que como piloto había sido derribado varias veces durante la Segunda Guerra Mundial. Menos suerte tuvo su amante, caído en el frente, aunque el futuro cineasta tampoco se fue de rositas de la contienda: el frío y la humedad de las trincheras le produjeron una grave enfermedad renal que acabó con su afición al tabaco y el alcohol. No sorprende que arraigara en su corazón un tenaz antimilitarismo, que germinó en «El último», donde ridiculizaba a los militares y sus uniformes.

Decepcionado hasta el tuétano, un día subió a su avión y apareció en Suiza, donde comenzó su carrera como director de cine. Más tarde, ya en Hollywood, ganó un Oscar por la calidad artística de «Amanecer» en una carrera pródiga en obras maestras como «Fausto», «Tabú» y la propia «Nosferatu».

Desde muy pronto, sólo le interesaron dos tipos de películas, los pequeños dramas intimistas y las de corte fantástico. Su primera incursión en el género fue «Januskopf», estrenada en España como «Horror, o el extraño caso del doctor Jekyll», en la que podían verse unos primeros efectos especiales, rudimentarios y torpes. Quizá lo más notable de la cinta fuera que el papel de mayordomo recayó en un actor húngaro poco conocido entonces: Bela Lugosi, el vampiro más ilustre y autoconvencido que ha dado el cine.

Nosferatu fue producida en 1921 por Prana Film, una productora de nuevo cuño montada por miembros de logias ocultistas «con el vampirismo como base», a partir del «Drácula» de Bram Stoker. El tema, como escriben los productores, «lo suscitó la observación de una araña que chupaba a sus víctimas hasta vaciarlas». Nosferatu se vendió como «una película de lo oculto o secreto, una sinfonía del horror, tal como reza su subtítulo». Su éxito no impidió que la productora quebrara poco después, con graves problemas derivados de la citada batalla legal por no haber pagado los derechos de la novela.

La Gran Bestia 666

Si hay un nombre imprescindible en «Nosferatu», casi a la par que Murnau, es el de Albin Grau, diseñador de decorados y vestuario, pero también promotor de la idea, productor y responsable último de los contenidos esotéricos de la cinta. Grau trabajó en alguna película más y grabó un documental sobre el mago inglés Aleister Crowley, un personaje apasionante que se hacía llamar La Gran Bestia 666 y que acabó perseguido por los nazis junto a miembros de su logia, Fraternitas Saturni. Según algunas fuentes, murió en el campo de concentración de Buchenwald.

El libro analiza toda la motivación esotérica de Grau, muy lejana de la de Murnau, ateo y poco interesado por el ocultismo, por más que le apasionaran las sombras desde un punto de vista estético. El libro, no obstante, da numerosas claves para interpretar la profusión de símbolos que incluye el filme. Incluso las cartas que se envían Knock y Nosferatu son desmenuzadas y se remite a algunos intentos anteriores por descifrarlas, en algún caso con resultados cercanos al disparate.

El lector también encontrará fragmentos del guión corregidos a mano, un trabajo intenso sobre las localizaciones de la película, sus edificios, sus puentes, el castillo de Nosferatu... Las carreras de los actores, carteles, portadas de revistas de cine y un largo etcétera completan el material recopilado a lo largo de los años. Una de las cosas que llaman la atención es que la productora, adelantada a tu tiempo, invirtió más en publicidad que en la propia producción de la cinta (y que en los derechos de autor, obviamente). Insertó noticias en la prensa diaria y especializada, compró números enteros de las revistas alemanas de cine, creó expectación, en definitiva.

Berriatúa también se detiene en otras obras de Murnau, en las secuelas de su película más conocida e incluso en otros títulos, como «Vampyr» («La bruja vampiro»), de Dreyer, claramente influidos por «Nosferatu». Hasta la comedia «El baile de los vampiros», de Polanski, no se escapa a su alargada sombra.

Capítulo especial merece la tenaz persecución de Florence Stoker y el modo en que se salvó «Nosferatu» de aquel desastre. Tras la destrucción de todo el material conocido, en 1928 apareció en París una copia, con lo que se resucitó la distribución de la película (no-muerta del todo) para regocijo de los surrealistas. Incluso André Breton escribió algunas notas sobre el filme, más asustado por su posible extinción que por su contenido. De hecho, el espíritu algo pirata de las Filmotecas, que fue lo que salvó la cinta, tenía como único inconveniente que ese mismo ocultismo retrasó en muchos años el hallazgo de las únicas copias en buen estado, en poder de Francia y España.

Versión con final feliz

Así, no sorprende que circularan versiones muy diferentes del filme, en algunos casos con escenas añadidas, con rótulos cambiados o desaparecidos e incluso una de alternativo final feliz. La monda. Berriatúa cuenta sus propios esfuerzos por conseguir una versión más o menos definitiva y lo más parecida posible al original de Murnau. El resultado está ahora al alance del aficionado (la única distancia es el precio), junto a otro DVD con extras de la película.