Ray Loriga, ‘Ya sólo habla de amor’ (2008)




AIDA M. PEREDA
Lumpen


En ‘Ya sólo habla de amor’, Ray Loriga convence de nuevo con el estilo reflexivamente lapidario que le hizo despuntar en su debut, ‘Lo peor de todo’ (1992). Si bien, en esta ocasión, el autor madrileño parece haber alcanzado un punto de equilibrio estilístico en el que subyace el esquema desestructurado de sus inicios pero combinado con ese poso más narrativo que viene cimentando en sus últimas novelas.

Sin duda, el valor más seguro de Ray reside en su escritura más experimental, con la que logra expresarse con una artificial naturalidad, jugando con el desorden lógico y una aparente desconexión argumentativa que le permite explorar el lado más intimista del ser humano, como ya hizo en ‘Héroes’ (1993) o ‘Tokio ya no nos quiere’ (1999).

Por el contrario, su obra más mediocre se concentra en ‘Trífero’ (2000) y ‘El hombre que inventó Manhattan’ (2004), dos intentos fallidos de introducirse en las convenciones literarias de un género, de por sí prolífico, en el que destacan otros autores con más pericia.

Pero en ‘Ya sólo habla de amor’, la novela que nos ocupa, Loriga demuestra que el hecho de madurar no conlleva necesariamente un cambio radical de estilo, ni tan siquiera una evolución apreciable. Y sin embargo, consigue una novela fresca y experimentada a la vez, sustentada por el standby de un protagonista atrapado en los recuerdos de un amor pasado que trata, sin éxito, de olvidar.

Curiosamente, ‘Días extraños’ (1994) se presenta involuntariamente como la antítesis de ‘Ya sólo habla de amor’. Mientras que en ‘Días extraños’ vertebraba un romántico relato a partir del amor, en ‘Ya sólo habla de amor’ retoma el romanticismo, pero esta vez en un tono más melancólico, el que sucede a la pérdida del mismo.

El propio escritor lo explica así: “Ya sólo habla de amor cuenta la historia de un hombre que se niega a moverse en ninguna dirección y las razones que le han llevado hasta ahí. La razón de no dar un paso es el amor y la razón para no hacerlo también. Se encuentra en una paradoja que no puede descifrar. Es un hombre que se mueve sólo por amor y por amor no puede moverse”.

Loriga narra en tercera persona el monólogo interior de Sebastián, que lucha por desenamorarse de una mujer y enamorarse de otra. Y a pesar de las similitudes de Ray con el protagonista, el escritor se escuda advirtiendo que toda novela bebe tanto de la realidad como de la ficción. “Utilicé la tercera persona para dar un paso atrás sobre un individuo que había disfrazado de mí mismo de alguna manera. Con mi edad, escritor, con algunas circunstancias que me han sucedido a mí… ”, confiesa, pero deja claro que “ni siquiera las autobiografías son del todo reales, todo lo que se ha escrito tiene una parte de ficción y de realidad”.