Los acontecimientos de las últimas semanas en el Cáucaso Norte echan por tierra las declaraciones de los dirigentes rusos y sus aliados locales, que pretenden dar una imagen de «normalidad» en la región y tratan de ocultar una realidad bien diferente
TXENTE REKONDO
Gara
El 5 de junio el ministro del Interior de Dagestán moría en un atentado reivindicado por la Sharia Jamaat. Dos días más tarde, un antiguo rebelde, y actual aliado de Moscú, Musost Khutiev, fallecía en atentado en Chechenia. El 10 de junio, en la capital de Ingushetia, unos hombres armados acababan con la vida de un magistrado de la Corte Suprema (su predecesor también murió en otro atentado el año pasado). El 13 de junio un coronel de la Policía y antiguo ministro del Interior en Ingushetia moría cerca de su domicilio tras un ataque armado. Y el pasado 22 de junio, el presidente de Ingushetia, Yunus-Bek Yevkurov, resultó gravemente herido en un ataque con bomba.
Estos atentados, junto a los continuos ataques contra las fuerzas federales rusas y sus aliados locales se repiten cada día en toda la zona, a pesar de los numerosos esfuerzos de Moscú por acabar con la resistencia en el Cáucaso Norte.
Una fotografía más amplia de los acontecimientos nos sirve además para reforzar las tesis que apuntan a la grave situación que se está viviendo en esa región. En los últimos meses se ha desarrollado una importante operación a gran escala en la región montañosa de Gimry (lugar de origen del legendario Iman Shamil, líder de la resistencia en el Cáucaso durante el siglo XIX), así como una campaña militar contra la resistencia en Dagestán. Mientras, afloran las tensiones internas entre los diferentes clanes aliados de Moscú en Chechenia, al tiempo que el resurgir de la actividad guerrillera de la resistencia chechena está alcanzando los parámetros de 1996. En Ingushetia, la compleja situación se agrava y ya es considerada el epicentro del movimiento resistente de todo el Cáucaso Norte. Además, los ataques contra fuerzas federales en Kabardino-Balkaria e, incluso, la situación en Karachayevo-Cherkesia, tampoco apuntan al optimismo que algunos pretenden mostrar.
El desempleo, la corrupción, la brutalidad policial, junto a las grandes dosis de impunidad y las importantes bolsas de refugiados y desplazados son algunos de los factores que aportan dosis de desestabilización. La sensación de que el Ejército y la Policía tienen vía libre para cometer todo tipo de atropellos contra la disidencia, empuja a muchos jóvenes a sumarse a los movimientos guerrilleros.
Un reciente informe sobre la sistemática violación de los derechos humanos en la zona citaba «las muertes extrajudiciales, las desapariciones, las detenciones arbitrarias, las torturas, las amenazas y persecuciones contra las familias de los afectados» en Chechenia, Ingushetia, Dagestán o Kabardino-Balkaria.
Hasta hace unos meses, la mayor parte de los esfuerzos de Moscú se centraban en Chechenia. Sin embargo, hace unas semanas, las autoridades rusas anunciaron el final de la llamada «operación antiterrorista» (KTO). Este movimiento de fichas, que guarda mucha similitud con el realizado por EEUU en Irak, ha sido calificado por muchos como «una maniobra propagandística y populista».
La carta blanca otorgada al régimen de Kadyrov tras esa declaración ha aumentado la sensación de impunidad, al tiempo que los dirigentes moscovitas se reservan la posibilidad de «introducir un estado de emergencia en una zona específica y por un tiempo determinado».
Los tres pilares de la receta del Kremlin en Chechenia han sido la elección de un líder local con cierto apoyo o credibilidad para una parte de la sociedad, destacando la importancia del sistema de clanes en la zona; la importante financiación económi- ca de Moscú, y la constitución de un Gobierno local con suficiente poder militar y político, que sea capaz al mismo tiempo de atraer a antiguos rebeldes y opositores.
Este esquema se ha intentado repetir en otras partes del Cáucaso Norte, pero no ha logrado su objetivo. Los recientes acontecimientos en Ingushetia han incrementado las dudas sobre la estrategia a seguir. Si en un principio el Kremlin parecía dispuesto a repetir el esquema checheno y a asumir las «técnicas» de Kadyrov para acabar con la resistencia ingush, dando poderes al propio Kadyrov para intervenir en Ingushetia, la reacción local parece haber frenado el intento.
Hasta ahora la política rusa se asemejaba a un Gobierno de facto en Ingushetia, con las elecciones presidenciales abolidas, las fuerzas militares rusas actuando sin consultar a las autoridades locales e, incluso, con importantes asuntos políticos ignorados (el contencioso de la región de Prigorodny). Todo ello ha llevado a las élites locales a desconfiar cada vez más de la política rusa, haciendo que la resistencia amplíe sus ataques tanto cuantitativa como cualitativamente.
Tampoco en Dagestán parece que los esfuerzos de Rusia logran los frutos deseados. A pesar de las importantes ofensivas militares y policiales en la zona, las fuerzas guerrilleras daguestaníes han continuado con sus ataques, y este año, el número de policías muertos es superior al del mismo período del año pasado. Además, también se han producido ataques contra personalidades de alto nivel, lo que ha supuesto un gran eco para las operaciones de la resistencia.
En Kabardino-Balkaria y en Karachayevo-Cherkesia, aumentan los problemas para Moscú. A las diferencias interétnicas en ambas repúblicas hay que añadir la utilización del islamismo radicalizado como arma arrojadiza por algunos actores que buscan mayor apoyo del Gobierno federal. Los distritos montañosos de Balkaria y Karachayayevo se están convirtiendo en verdaderos almacenes de armas para los rebeldes, y también en una importante plataforma para los grupos salafistas. Si la muerte de uno de los dirigentes rebeldes, Musa Mukozhev, en mayo fue un duro golpe para el movimiento local, la identidad de otro rebelde muerto hace unas semanas debiera ser motivo de preocupación para los estrategas rusos. Murat Ristov, natural de Karachayevo-Cherkesia, y campeón del mundo de sambo, murió combatiendo junto a los rebeldes, lo que evidencia la capa- cidad del movimiento guerrillero para sumar a sus filas no sólo a jóvenes sino también a parte de la «inteligentsia» local.
Mientras Moscú prefiere presentar una fotografía de un Cáucaso Norte «normalizado», la estrategia rebelde sigue su propio guión, atacando a todo aquel que se oponga a su objetivo de, «establecer una forma de gobierno completamente separada del Estado ruso». El movimiento armado en la región permanece muy activo y sus ataques son prueba de una realidad que pretende acabar con el mito de la estabilidad del Cáucaso Norte.
Estos atentados, junto a los continuos ataques contra las fuerzas federales rusas y sus aliados locales se repiten cada día en toda la zona, a pesar de los numerosos esfuerzos de Moscú por acabar con la resistencia en el Cáucaso Norte.
Una fotografía más amplia de los acontecimientos nos sirve además para reforzar las tesis que apuntan a la grave situación que se está viviendo en esa región. En los últimos meses se ha desarrollado una importante operación a gran escala en la región montañosa de Gimry (lugar de origen del legendario Iman Shamil, líder de la resistencia en el Cáucaso durante el siglo XIX), así como una campaña militar contra la resistencia en Dagestán. Mientras, afloran las tensiones internas entre los diferentes clanes aliados de Moscú en Chechenia, al tiempo que el resurgir de la actividad guerrillera de la resistencia chechena está alcanzando los parámetros de 1996. En Ingushetia, la compleja situación se agrava y ya es considerada el epicentro del movimiento resistente de todo el Cáucaso Norte. Además, los ataques contra fuerzas federales en Kabardino-Balkaria e, incluso, la situación en Karachayevo-Cherkesia, tampoco apuntan al optimismo que algunos pretenden mostrar.
El desempleo, la corrupción, la brutalidad policial, junto a las grandes dosis de impunidad y las importantes bolsas de refugiados y desplazados son algunos de los factores que aportan dosis de desestabilización. La sensación de que el Ejército y la Policía tienen vía libre para cometer todo tipo de atropellos contra la disidencia, empuja a muchos jóvenes a sumarse a los movimientos guerrilleros.
Un reciente informe sobre la sistemática violación de los derechos humanos en la zona citaba «las muertes extrajudiciales, las desapariciones, las detenciones arbitrarias, las torturas, las amenazas y persecuciones contra las familias de los afectados» en Chechenia, Ingushetia, Dagestán o Kabardino-Balkaria.
Hasta hace unos meses, la mayor parte de los esfuerzos de Moscú se centraban en Chechenia. Sin embargo, hace unas semanas, las autoridades rusas anunciaron el final de la llamada «operación antiterrorista» (KTO). Este movimiento de fichas, que guarda mucha similitud con el realizado por EEUU en Irak, ha sido calificado por muchos como «una maniobra propagandística y populista».
La carta blanca otorgada al régimen de Kadyrov tras esa declaración ha aumentado la sensación de impunidad, al tiempo que los dirigentes moscovitas se reservan la posibilidad de «introducir un estado de emergencia en una zona específica y por un tiempo determinado».
Los tres pilares de la receta del Kremlin en Chechenia han sido la elección de un líder local con cierto apoyo o credibilidad para una parte de la sociedad, destacando la importancia del sistema de clanes en la zona; la importante financiación económi- ca de Moscú, y la constitución de un Gobierno local con suficiente poder militar y político, que sea capaz al mismo tiempo de atraer a antiguos rebeldes y opositores.
Este esquema se ha intentado repetir en otras partes del Cáucaso Norte, pero no ha logrado su objetivo. Los recientes acontecimientos en Ingushetia han incrementado las dudas sobre la estrategia a seguir. Si en un principio el Kremlin parecía dispuesto a repetir el esquema checheno y a asumir las «técnicas» de Kadyrov para acabar con la resistencia ingush, dando poderes al propio Kadyrov para intervenir en Ingushetia, la reacción local parece haber frenado el intento.
Hasta ahora la política rusa se asemejaba a un Gobierno de facto en Ingushetia, con las elecciones presidenciales abolidas, las fuerzas militares rusas actuando sin consultar a las autoridades locales e, incluso, con importantes asuntos políticos ignorados (el contencioso de la región de Prigorodny). Todo ello ha llevado a las élites locales a desconfiar cada vez más de la política rusa, haciendo que la resistencia amplíe sus ataques tanto cuantitativa como cualitativamente.
Tampoco en Dagestán parece que los esfuerzos de Rusia logran los frutos deseados. A pesar de las importantes ofensivas militares y policiales en la zona, las fuerzas guerrilleras daguestaníes han continuado con sus ataques, y este año, el número de policías muertos es superior al del mismo período del año pasado. Además, también se han producido ataques contra personalidades de alto nivel, lo que ha supuesto un gran eco para las operaciones de la resistencia.
En Kabardino-Balkaria y en Karachayevo-Cherkesia, aumentan los problemas para Moscú. A las diferencias interétnicas en ambas repúblicas hay que añadir la utilización del islamismo radicalizado como arma arrojadiza por algunos actores que buscan mayor apoyo del Gobierno federal. Los distritos montañosos de Balkaria y Karachayayevo se están convirtiendo en verdaderos almacenes de armas para los rebeldes, y también en una importante plataforma para los grupos salafistas. Si la muerte de uno de los dirigentes rebeldes, Musa Mukozhev, en mayo fue un duro golpe para el movimiento local, la identidad de otro rebelde muerto hace unas semanas debiera ser motivo de preocupación para los estrategas rusos. Murat Ristov, natural de Karachayevo-Cherkesia, y campeón del mundo de sambo, murió combatiendo junto a los rebeldes, lo que evidencia la capa- cidad del movimiento guerrillero para sumar a sus filas no sólo a jóvenes sino también a parte de la «inteligentsia» local.
Mientras Moscú prefiere presentar una fotografía de un Cáucaso Norte «normalizado», la estrategia rebelde sigue su propio guión, atacando a todo aquel que se oponga a su objetivo de, «establecer una forma de gobierno completamente separada del Estado ruso». El movimiento armado en la región permanece muy activo y sus ataques son prueba de una realidad que pretende acabar con el mito de la estabilidad del Cáucaso Norte.