
KEPA ARBIZU
Lumpen
Existen grupos que tienen que sobrevivir con el estigma de que su música, actitud, voz o la característica que sea, es, inevitablemente, equiparada con la de algún nombre ilustre. Poco importa si es real o un simple mecanismo del crítico de turno que al final ha terminado por “institucionalizarse”. Nada pueden hacer ante este hecho salvo asumirlo o convertirlo en una pesada carga. A Magnolia Electric Co, siempre le ha acompañado la sombra alargada, en forma de comparación, de Neil Young. Que la influencia del canadiense es obvia nadie lo niega, otro tema será hasta qué punto esencial.
Sería totalmente injusto despachar a este grupo con clichés poco meditados y dejarles escapar sin prestarles la atención que se merecen. Detrás de ese nombre se encuentra Jasón Molina, auténtico geniecillo inquieto que desde su primer grupo Songs: Ohaio, lleva realizando un country rock de alta calidad. Para nada se encarga únicamente de repetir formas clásicas e interpretarlas con solvencias. Al contrario, ha sabido añadirle elementos propios hasta convertirse en una voz, y palabra, muy personal y reconocible. Su música destila un halo de oscuridad y dramatismo, no en vano su mentor es Will Oldham, perfectamente ensamblado con formas más tradicionales. Además, otra característica que le hace peculiar es que sus letras no se centran en pérdidas, redenciones y demás “abecedario” habitual, sus obsesiones van más allá y suele tener una visión más social de los temas, centrándose a menudo en las vivencias de diferentes tipos de perdedores.
Tres años han pasado desde su anterior referencia, “Fading trails”. Para nada quiere decir que en ese intervalo de tiempo haya estado parado. Son varios Eps, además del Box-set lleno de “demos” y “caras b”, los que han visto la luz en estos años. A esto hay que sumarle, en sus propias palabras, las diferentes colaboraciones con otros artistas realizadas en este intervalo y que irán viendo la luz.
“Josephine”, su nuevo disco, de nuevo producido por el ya habitual Steve Albini, nace con la peculiaridad de que fueron Jasón Molina junto al bajista Evan Farrel, fallecido en el 2007, quienes idearon este trabajo. Este hecho hace que rápidamente se le haya considerado como un álbum conceptual, basado en la imagen, y recuerdo, del desaparecido. El propio cantante se ha encargado de negar tal hecho, o por lo menos no considerarlo como eje central. Con todo, es difícil no imaginarse, de manera romántica si se quiere, que hay cierto homenaje de despedida en todo él. Volviendo a lo estrictamente musical, lo que ambos pretendieron fue crear un disco más minimalista, cosa que para nada supone una precariedad de instrumentos, al contrario. Lo que sí es verdad es que sus melodías, sus ritmos, son más reflexivos, poco dados a los excesos (aunque el grupo nunca se haya distinguido por ese hecho).
Todo empieza con la delicada “ O! Grace”, donde piano y guitarra, con la aparición del saxofón, se conjuntan para crear un aire relajado con un deje sureño. Igual sucede con la más pausada “The rock of ages” o con “Song for Willie”. Tres ejemplos de la profundidad que pueden alcanzar las composiciones de Molina sin grandes alardes aparentes.
El adelanto del disco fue “Josephine”, en la que se descubre la siempre recurrente influencia de Neil Young, muy presente también en la áspera “The handing down”. “Whip-poor-Will” representa el lado más tradicional del grupo, guitarra acústica y slide para recrear un sonido netamente country.
El lado más “oscuro” e hiriente llega de la mano de “Knoxville girl” y de “Map of the falling sky”. Dos muy buenos temas que demuestran esa hondura que destilan las composiciones de este grupo, perfectamente manejadas con continuos cambios de intensidad. “Heartbreak at ten paces” también con su dosis de desasosiego, se perfila como el mejor tema del disco, una impresionante canción de desamor.
Estamos ante uno de esos discos que ya desde su portada nos indica que el camino que hay que recorrer para su disfrute está repleto de pequeños detalles que guardan grandes dramas. Jasón Molina sigue en su tarea de construir canciones que expanden de manera milimétrica su visión de la vida, muchas veces dolorosa pero siempre resguardada en un envoltorio placentero.
Sería totalmente injusto despachar a este grupo con clichés poco meditados y dejarles escapar sin prestarles la atención que se merecen. Detrás de ese nombre se encuentra Jasón Molina, auténtico geniecillo inquieto que desde su primer grupo Songs: Ohaio, lleva realizando un country rock de alta calidad. Para nada se encarga únicamente de repetir formas clásicas e interpretarlas con solvencias. Al contrario, ha sabido añadirle elementos propios hasta convertirse en una voz, y palabra, muy personal y reconocible. Su música destila un halo de oscuridad y dramatismo, no en vano su mentor es Will Oldham, perfectamente ensamblado con formas más tradicionales. Además, otra característica que le hace peculiar es que sus letras no se centran en pérdidas, redenciones y demás “abecedario” habitual, sus obsesiones van más allá y suele tener una visión más social de los temas, centrándose a menudo en las vivencias de diferentes tipos de perdedores.
Tres años han pasado desde su anterior referencia, “Fading trails”. Para nada quiere decir que en ese intervalo de tiempo haya estado parado. Son varios Eps, además del Box-set lleno de “demos” y “caras b”, los que han visto la luz en estos años. A esto hay que sumarle, en sus propias palabras, las diferentes colaboraciones con otros artistas realizadas en este intervalo y que irán viendo la luz.
“Josephine”, su nuevo disco, de nuevo producido por el ya habitual Steve Albini, nace con la peculiaridad de que fueron Jasón Molina junto al bajista Evan Farrel, fallecido en el 2007, quienes idearon este trabajo. Este hecho hace que rápidamente se le haya considerado como un álbum conceptual, basado en la imagen, y recuerdo, del desaparecido. El propio cantante se ha encargado de negar tal hecho, o por lo menos no considerarlo como eje central. Con todo, es difícil no imaginarse, de manera romántica si se quiere, que hay cierto homenaje de despedida en todo él. Volviendo a lo estrictamente musical, lo que ambos pretendieron fue crear un disco más minimalista, cosa que para nada supone una precariedad de instrumentos, al contrario. Lo que sí es verdad es que sus melodías, sus ritmos, son más reflexivos, poco dados a los excesos (aunque el grupo nunca se haya distinguido por ese hecho).
Todo empieza con la delicada “ O! Grace”, donde piano y guitarra, con la aparición del saxofón, se conjuntan para crear un aire relajado con un deje sureño. Igual sucede con la más pausada “The rock of ages” o con “Song for Willie”. Tres ejemplos de la profundidad que pueden alcanzar las composiciones de Molina sin grandes alardes aparentes.
El adelanto del disco fue “Josephine”, en la que se descubre la siempre recurrente influencia de Neil Young, muy presente también en la áspera “The handing down”. “Whip-poor-Will” representa el lado más tradicional del grupo, guitarra acústica y slide para recrear un sonido netamente country.
El lado más “oscuro” e hiriente llega de la mano de “Knoxville girl” y de “Map of the falling sky”. Dos muy buenos temas que demuestran esa hondura que destilan las composiciones de este grupo, perfectamente manejadas con continuos cambios de intensidad. “Heartbreak at ten paces” también con su dosis de desasosiego, se perfila como el mejor tema del disco, una impresionante canción de desamor.
Estamos ante uno de esos discos que ya desde su portada nos indica que el camino que hay que recorrer para su disfrute está repleto de pequeños detalles que guardan grandes dramas. Jasón Molina sigue en su tarea de construir canciones que expanden de manera milimétrica su visión de la vida, muchas veces dolorosa pero siempre resguardada en un envoltorio placentero.