'Arsénico por compasión', cumbre de la comedia


ALBERTO ABUÍN
Blogdecine



Una de mis costumbres semanales es la de reunirme con algún amigo (o varios), irnos a mi casa y ver una película cuando la noche ya está cerrada, los ruidos son imperceptibles y la ciudad parece dormir. Normalmente me piden que yo elija el film, que les recomiende una gran película, metiéndome en un brete impresionante pues ya sabemos que sobre gustos no hay nada escrito (que gran falacia), y que para aquellos sin la suficiente cultura cinematográfica, el elegir ciertos films puede hacer que te odien de por vida. Siempre tengo mucho cuidado cuando se trata de cine clásico, pero cuando mi colega David me pidió una película con la que quería reírse mucho, no me lo pensé dos veces: ‘Arsénico por compasión’ (‘Arsenic and Old Lace’, Frank Capra, 1944) era la respuesta.

En estos tiempos de comedias por doquier, cuanto más alocadas mejor, se ha estrenado la estimable ‘Resacón en las Vegas’ (‘The Hangover’, Todd Phillips, 2009), un soplo de aire fresco a un género cuya mayor cualidad era tomar al espectador por un imbécil integral. En una de esas charlas cinéfilas que de vez en cuando se dan por donde habito, llegamos a la conclusión que dicho film recuerda sobremanera a films alocados de los años 30 y 40, salvando las distancias. Y ‘Arsénico por compasión’ es una de las películas más alocadas de toda la historia. Pero hacer una comedia alocada no es fácil, muchos tratan de reunir un montón de gags presumiblemente graciosos, uno tras otro, sin darse cuenta de que todo tiene que tener coherencia interna.

Como muchos sabréis (y si no, tampoco pasa nada, dos padrenuestros y vía) la historia de ‘Arsénico por compasión’ es una adaptación de la obra teatral de idéntico título, escrita por Joseph Kesserling. El film se rodó a finales de 1941, tres años antes de su estreno, y la Warner se vio obligada por ley a esperar ese tiempo hasta que la obra dejase de representarse en Broadway. Para cuando eso ocurrió, la actriz principal, Priscilla Lane, había terminado su contrato con la Warner (aquellos eran tiempos en los que los actores más conocidos estaban por lo normal ligados a una determinada productora, hoy en día suele ser más habitual entre los directores).

Su historia es tan sencilla como complicada. Samuel Brewster es un conocido crítico teatral que se ha comprometido, lo cual es toda una sorpresa ya que siempre ha estado en contra del matrimonio. Antes de salir de viaje de novios hará una parada en la casa donde creció, propiedad de sus encantadoras tías solteras. La cantidad de acontecimientos que suceden entre esas cuatro paredes supone uno de los viajes más delirantes, inteligentes y agudos a través de la risa. Una risa que proviene de transformar en un bestial humor negro, situaciones nada graciosas, que encadenadas una tras otra, se disfrutan cual montaña rusa de la carcajada, teniendo como baza principal “el más difícil todavía”. Cuando parece que no se va a poder reír más, ‘Arsénico por compasión’ sube un peldaño más en su humor hasta una parte final antológica.

Frank Capra, famoso en aquel momento por películas como ‘Sucedió una noche’ (‘It Happened One Night’, 1934), ‘Horizontes perdidos’ (‘Lost Horizon’, 1937) o ‘Vive como quieras’ (‘You Can´t Take It with You’, 1938), después de tanto drama y en mitad de sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, cambió totalmente de registro, haciendo una película que es humor puro y duro desde su primer fotograma hasta el último. Tal vez, y a lo Preston Sturges, decidió, volviendo a sus orígenes, que era preferible hacer reír a la gente, aunque su siguiente film de ficción sería ese terrorífico cuento de hadas que se da la mano con el melodrama más desesperanzador, titulado ‘¡Qué bello es vivir!’ (‘It´s a Wonderful Life’, 1946). En ‘Arsénico por compasión’ se acerca, con el filtro de la comedia, a la muerte y la locura. Nunca ambas resultaron tan divertidas como en esta película.

Josephine Hull y Jean Adair dan vida a las maravillosas tías de Mortimer, cuyas manías con el arsénico y su pasión por los hombres solitarios, son mostradas como actos de compasión hacia la gente que no tiene a nadie en el mundo. Choca de frente con la misma manía de Jonatahan Brewster, la oveja negra de la familia, que también mata a gente, pero sus instintos son más bien asesinos. Y mientras unas no se han movido de su casa, el otro ha tenido que viajar por medio país teniendo el mismo número de muertes sobre su conciencia. Este papel está interpretado por un genial Raymond Massey, de sospechoso parecido con Boris Karloff, que era quien le daba vida en la obra teatral, de ahí las bromas continuas sobre su parecido con Karloff, el cual es debido a una operación quirúrgica, en la que el doctor se dejó influenciar por una película de terror que acababa de ver (algo de lo que nos enteramos por los propios personajes). El doctor es interpretado con su habitual nervio por Peter Lorre. La muerte en manos de las tías, es algo maravilloso, casi deseable; en manos de Jonathan nadie querría estar.

La locura navega por toda la historia, desde la propia manía de las tías (que pueden ser vistas como locas, aunque no lo sean) hasta el personaje loco por antonomasia: “Teddy Roosevelt” Brewster (inspirado John Alexander), tercer hermano, que creyéndose el Presidente de los Estados Unidos, está ajeno a todo, y a pesar de sus extravagancias, alguna de las cuales provocan los momentos más hilarantes de la película (esa carga subiendo las escaleras), llega a parecer el más cuerdo de todos. El siempre magnífico Edward Everett Horton da vida al director de un manicomio, más preocupado por que no haya más Roosevelts en su centro, que por la locura en sí de un paciente.

Cary Grant es el eje central del film, la estrella absoluta cuya perfecta compenetración con todos los demás actores, le convierten en el motor de la película. Resulta curioso que el actor siempre consideró que su interpretación en ‘Arsénico por compasión’ era horrible, y la tenía por la peor de todas las películas de su carrera. Nada más lejos de la realidad, pues la vitalidad de Grant, su continuo movimiento en escena, sus impagables expresiones, todo lo que le lleva de camino a una inevitable locura, son de lo mejor de una cinta que en ningún momento da respiro al espectador. Y siempre con la mano firme de Capra, que con una arriesgada puesta en escena (algunos planos en el interior de la casa son de lo más osados), sabe mantener el tono justo y controlarlo hasta el final. Una screwball comedy que Capra aceptó por dinero, y convirtió en una obra maestra.