Genio y desolación de Chet Baker


Bruce Weber presenta hoy en Madrid Lets get lost, su documental sobre los últimos días del trompetista y cantante de jazz


ANTONIO J. RODRÍGUEZ
Público




Llegar a lo más alto. Revolucionar la música jazz. Advertir el ambiente como una olla a presión: crítica y público pendientes de que hagas algo extraordinario otra vez. Perder la fe. Autodestruirse. Los genios del jazz de Jaco Pastorius a Charlie Parker o Miles Davis siguieron este sendero de virtuosismo y desgracia, y ahora el fotógrafo Bruce Weber (EEUU, 1946) lleva a partir de este viernes a las salas españolas su visión sobre los últimos días del trompetista y cantante Chet Baker (1929-1988): "La música fue para él como huir a una isla en el Pacífico, pero no creo que encontrara en ella nada especialmente romántico durante sus últimos años", apunta Weber desde Nueva York.

Lets get lost se presenta hoy en La Casa Encendida de Madrid 21 años después de su lanzamiento. Compuesto por extractos de películas italianas de serie B y entrevistas al músico y personas cercanas, el montaje del filme coincidió con la muerte de Baker, que cayó por la ventana del hotel Pris Hendrik en Ámsterdam tras haber consumido drogas.

¿Pero qué conduce a un cerebro privilegiado como el de Baker a su adicción por el speed-ball (mezcla de heroína y cocaína)? ¿Por qué aquella existencia romántica y deplorable? Y sobre todo, ¿por qué, a pesar de todo, sigue siendo la clase de vida ante la cual el público se postra? Nan Bush, productor ejecutivo de la cinta, ya se refirió a la dificultad del carácter del artista: "Nunca supimos si [la película] se iba a hacer realmente. Chet no vivía con las mismas reglas que el resto de personas. Tuvimos una línea de productores cuya paciencia fue probada más allá de todos los límites".

"Un estúpido neurótico"

La cantante Ruth Young, novia de Baker durante diez años, se refiere en Lets get Lost al músico de Yale como alguien exageradamente preocupado por mostrarse ante los demás como un ser excepcional: "Arrogante (), un estúpido neurótico, dependiente de cualquier cosa. Y no me refiero sólo a la heroína". A Baker, en efecto, le agradaba la idea de indagar en los límites: plantearse hasta dónde podía llegar y qué era lo que le estaba permitido, ya fuera en la música, en las relaciones o en las drogas.

En parte, Lets get lost narra un lugar común no solo de las biografías del jazz, sino, en general, de la actitud del artista. De modo que lo más importante en la cinta de Weber es la excelente traducción al lenguaje visual de la personalidad dandi pero decadente de Baker: estudios de grabación, carreteras que bordean las costas europeas, playas casi hollywoodienses, cafés franceses, fiestas con automóviles oscuros y faros que rompen la niebla, alegres coristas de soul para hablar de quien siendo poco más que un veinteañero logró seducir al maestro Charlie Parker.

Weber acostumbra a iniciar sus películas a partir de fotografías, y es precisamente en el flashback que lleva a cabo al recuperar las viejas fotos del trompetista cuando mostraba un parecido razonable a James Dean donde Lets get lost alcanza su clímax desolador: El viejo Baker de habla lenta y expresión desorientada. El que describe la vida como algo aburrido. El que recuerda el hambre y el frío. El trabajo a tiempo completo despachando gasolina. Los años alejado de la música tras perder la dentadura en una pelea...

Sin embargo, el director y fotógrafo no concibe su película como una "nostalgia hacia un tipo de elegancia extinguida. Pienso que simplemente se trata del día a día de Chet (¡algo nada fácil!)".

Weber considera su relación hacia la obra de Baker como un sano aprendizaje. Descarta la posibilidad de que su interés por el músico le haga sentirse a la sombra del icono del jazz, y asume: "A menudo era como verme involucrado en un campamento de marines, aunque a la postre él me enseñó que un poema no tiene por qué rimar, y puede haber belleza en la abstracción de un sentimiento". Bienvenidos a Chet Baker según Bruce Weber. O viceversa.