Takeshi Kitano: «Nunca he sentido placer haciendo cine»


El cineasta japonés más reconocido del momento ha estrenado en España ‘Glory to the filmmaker!’, su penúltimo filme



NANDO SALVÀ
El Periódico


Usted ha dicho que con esta película ha pretendido destruir su carrera. ¿A qué se refiere?

Porque con Takeshis’ (2005) quise iniciar un proceso de destrucción y reconstrucción artística que después he continuado con Glory to the filmmaker! (2007) y con mi última obra, Aquiles y la tortuga (2008). Desde que rodé Hana–bi (1997), mis películas fueron a menudo sobrevaloradas por la crítica, aunque en Japón casi nadie las vio. Pero luego obtuve el mayor éxito comercial de mi carrera con Zatoichi (2003), que era un simple trabajo de encargo. Después de eso, necesitaba empezar de cero.

¿Por qué? ¿Se sentía frustrado?

Quizá algún día me vea obligado a hacer Zatoichi 2 para poder pagar a mis acreedores, pero, sinceramente, prefiero hacer películas más personales. Es como si un chef de primera trabaja en un restaurante de lujo al que no va nadie, pero un día se le pide que cocine comida más barata y popular y de repente la gente acude en masa al local. Siempre me he preguntado de qué depende el éxito o el fracaso de un filme, y una de mis intenciones con Glory to the Filmmaker! ha sido tratar de encontrar respuestas.

¿Explica eso las similitudes de la película con Getting Any? (1995), su obra más cuestionada?

Sí, Getting Any siempre ha sido considerada mi peor película, pero para mí es la más importante de mi carrera. Es cierto que sus chistes no eran muy buenos, pero con ella no pretendí hacer reír sino burlarme de mi propia concepción de la comedia. Durante mis años haciendo televisión, me he acostumbrado a reírme de mí mismo. Del mismo modo, en Glory to the filmmaker! quise ensayar géneros a los que nunca antes me había acercado, como el cine de terror, y descubrí que no sabía cómo hacerlo. Cometí muchos errores, pero aun así he decidido incluirlos en el montaje final.

¿Con qué finalidad?

Porque no quería hacer algo que pudiera entenderse o catalogarse fácilmente. En cambio, me interesa que el público comparta la frustración y las dificultades que experimento cuando hago películas. Nunca he sentido placer haciendo cine, y menos aún con esta película.

Suena como si con ella se hubiera impuesto algún tipo de penitencia.

No se trata de eso. Lo que pasa es que inicialmente concebí un proyecto de estructura convencional, luego la destrocé con un bate de béisbol y después recogí y reordené los pedacitos. El resultado es casi como un cuadro cubista.

¿Qué entiende usted por una película cubista?

Pues una que posiciona de forma arbitraria la historia, los personajes, los ángulos de la cámara y, sobre todo, los tiempos narrativos. Siempre me ha molestado qué poco ha evolucionado el cine en un siglo de vida. No tenemos equivalentes fílmicos del cubismo o el fauvismo, movimientos radicales en la historia de la pintura. Está muy claro que el mundo del entretenimiento se parece cada vez más a Disneylandia o al McDonald’s o el Kentucky Fried Chicken, es decir, pura fast food. Pero en el cine y en todas las manifestaciones artísticas debería haber espacio para lo singular, lo único y lo inclasificable.

¿Y qué opina de que a usted se le siga clasificando como un director de cine de yakuzas?

Hace muchos años, en 1995 o 1996, el Festival de Londres organizó una retrospectiva de mis primeras películas, y creo que el director del certamen estaba convencido de que yo era un auténtico gánster. ¡Supongo que por eso me trataron tan bien! El caso es que desde ese momento mi cine fue etiquetado como violento, pese a que siempre he tratado de hacer cosas muy distintas, de desafiar expectativas. Aunque debo reconocer que la violencia está en mi naturaleza, la dichosa etiqueta me incomoda mucho.

¿Cómo le ha afectado a nivel creativo esa confusión y, en general, el creciente interés del público occidental por sus películas?

Muy poco, la verdad. Me considero el más devoto de mis fans y, a la vez, el más severo de mis críticos. Por eso, para bien o para mal, el criterio que más respeto es el mío propio. Si soy capaz de hacer una película que esté a la altura de ese criterio, entonces no me importa enseñársela al público para que luego cada uno la interprete a su manera.


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