HOY ES ARTE
La Fundación Mapfre ha presentado hoy en Madrid la exposición Impresionismo. Un nuevo Renacimiento, una exposición que recorre la historia del más importante movimiento artístico moderno, a través de las grandes obras maestras del Musée D´Orsay, y que viajará posteriormente al Fine Arts Museum de San Francisco y al Frist Center for Visual Arts de Nashville.
Hasta el próximo 22 de abril de 2010, se podrán contemplar en las salas expositivas de la Fundación Mapfre en el Paseo de Recoletos 90 de las grandes obras maestras de Manet, Monet, Renoir, Sisley, Pisarro o Cézanne, entre otros. Es la primera vez que un conjunto de obras impresionistas de primera importancia se presenta en España. Se trata, por tanto, de una ocasión única para contemplar, a través de los grandes maestros, una visión global de este movimiento artístico que cambió la percepción del orbe y del mundo marcando el camino de la modernidad.
Un nuevo renacimiento
El Impresionismo supone un nuevo Renacimiento. Es, sin duda, un momento de esplendor en las artes, que cambiaría todo el devenir artístico marcando nuevos valores y nuevas maneras de hacer y de entender el arte. El movimiento impresionista eclosiona en todo su esplendor durante un momento históricamente muy complicado, marcado por la guerra franco-prusiana y los sucesos de la comuna, que convulsionan París, además de transformar el mundo en su configuración y sus planteamientos geopolíticos.
El impresionismo y su afán de transformación, no supuso, sin embargo, una ruptura radical con el arte tradicional y académico, tal como se suele indicar de manera un poco simplista. El entusiasmo por la modernidad es una de las señas de identidad de la época, y contamina del mismo modo a realistas, impresionistas y académicos. Cada cual, a su manera, busca una transformación en el arte que lo haga más acorde con el mundo moderno. Y esta es una de las grandes aportaciones de esta exposición que además de presentar obras maestras de los impresionistas ofrece también una visión de aquellos otros artistas que, en los mismos años, también intentaron, aunque desde otros lenguajes una renovación de la pintura. Así, coincidiendo con la primera exposición del grupo Impresionista, celebrada en el estudio del fotógrafo Nadar en 1874, se funda el Museo de Luxemburgo como lugar de exposición de las grandes obras académicas premiadas en los Salones. Pero esta revolución no ahoga otras formas de modernidad, sino más bien al contrario: el impresionismo convive con el academicismo, pero también con las decoraciones clasicistas de Puvis de Chavannes y con los sueños simbolistas de Moreau.
Manet se convierte en el gran artista del momento, así como la gran referencia para los Impresionistas, personificando todas sus riquezas y contradicciones: las obras de Manet retoman las lecciones de Goya y Velázquez y, como ellos, sus creaciones nacen con la aspiración de perdurar en los Museos. El pífano es, sin duda, la obra que mejor resume la complejidad artística de Manet, su revolucionaria modernidad y su apego a la tradición. Manet presenta sus obras en el Salón, pero, a la vez, se convierte en el gran animador del nuevo grupo.
Referentes españoles
La escuela barroca española se convierte en estos momentos en un gran referente para estos artistas. El realismo sobrio y austero de Velázquez permitía a Manet justificar una pintura apegada a la realidad, que eliminaba lo accesorio para centrarse en la pintura más pura. Whistler tampoco pudo escapar a la influencia del gran maestro español, tal como demuestra el mítico retrato de su madre, Arreglo en gris y negro nº1.
Las primeras tentativas de formación de un grupo de vanguardia aparecen reflejadas en esta exposición a través de La Escuela de Batignolles. El gran cuadro de Fantin-Latour, La Escuela de Batignolles coloca a Manet como centro y alma del grupo, a pesar de que nunca quiso exponer con ellos. Por su parte, El taller de Bazille, de Bazille, así como los retratos de Renoir, Bazille o Monet, realizados entre ellos, muestran la gran connivencia del grupo.
Estos jóvenes artistas buscaban una oportunidad, un camino en el que desarrollar sus inquietudes artísticas, dentro de un panorama artístico marcado por academicismo del gran Salón de París, en el que reinaban artistas como Bouguereau o Cabanel que también intentarían su personal asalto a la modernidad. El Salón, sin embargo, también acogía propuestas más innovadoras como las grandes obras de Puvis de Chavannes, Le pigeon y Le ballon, alegorías del asedio de París en 1871, así como Mujeres a orillas del mar.
Impresionismo clásico
La historia del impresionismo clásico se recorre en esta exposición a través de obras imprescindibles para la historia del arte, lo que pone también de manifiesto la importancia del Musée d´Orsay como el gran referente mundial de este periodo:
Monet se presenta como el artista más virtuoso, tal como se pondrá de manifiesto en obras como La gare Saint-Lazare, Les regates à Argenteuil o La rue Montorgueil: Las grandes series fluviales sobre el Sena en Argenteuil, en Vetheuil, en Champrosay, que pintaron de forma coetánea Monet y Renoir plasman a la perfección
la técnica impresionista, las pinceladas pequeñas y vibrantes que permiten captar el continuo devenir de los efectos atmosféricos. Frente a la fuerza de Monet, Renoir aparece como un artista más sensual, más delicado en sus retratos, quizás por las sutiles irisaciones de su paleta veneciana, que se muestran con esplendor en obras como El columpio.
Sisley, por su parte, destaca por su gran rigor compositivo, demostrado en sus obras como La neige à Louvenciennes. Por su parte, Berthe Morisot, resume con su obra La cuna, que participó en la primera exposición impresionista de 1874, el lugar que ahora comienzan a reclamar las mujeres artistas.
Pisarro y Cézanne enfatizan la solidez estructural de los elementos de sus obras. Cézanne aprendió junto a Pisarro lo que significaba el impresionismo. Su complicidad se muestra al comparar obras como La casa del ahorcado de Cézanne y Los tejados rojos, de Pisarro, que muestran una composición muy similar. Pero el sentido constructivo de Cézanne, enfatizado por la plenitud de sus pinceladas, se pone de manifiesto de manera muy especial en sus bodegones y en sus últimas obras, como El puente de Maincy y El golfo de Marsella visto desde L´Estaque.
Renovación del clasicismo
Frente a la renovación estilística de Monet, Renoir o Cézanne, Degas representa la renovación del clasicismo. Su modernidad no se apoya en una pincelada vibrante o en la planitud del lienzo, sino en una estética fragmentaria, que le permite crear la ilusión de representar un instante de la vida moderna.
La exposición cierra brillantemente con las últimas obras de Manet, que demuestran su triunfo absoluto. Manet consigue triunfar en el Salón con obras de corte político, como el Retrato de Georges Clemenceau. Pero, a su vez, el gran pintor revolucionario reina en los salones mundanos, como muestra La mujer de los abanicos –retrato de la excéntrica Nina de Callias– o el Retrato de Stéphane Mallarmé. Todos ellos demuestran el entusiasmo por la modernidad que inició y vertebró brillantemente Manet.
Hasta el próximo 22 de abril de 2010, se podrán contemplar en las salas expositivas de la Fundación Mapfre en el Paseo de Recoletos 90 de las grandes obras maestras de Manet, Monet, Renoir, Sisley, Pisarro o Cézanne, entre otros. Es la primera vez que un conjunto de obras impresionistas de primera importancia se presenta en España. Se trata, por tanto, de una ocasión única para contemplar, a través de los grandes maestros, una visión global de este movimiento artístico que cambió la percepción del orbe y del mundo marcando el camino de la modernidad.
Un nuevo renacimiento
El Impresionismo supone un nuevo Renacimiento. Es, sin duda, un momento de esplendor en las artes, que cambiaría todo el devenir artístico marcando nuevos valores y nuevas maneras de hacer y de entender el arte. El movimiento impresionista eclosiona en todo su esplendor durante un momento históricamente muy complicado, marcado por la guerra franco-prusiana y los sucesos de la comuna, que convulsionan París, además de transformar el mundo en su configuración y sus planteamientos geopolíticos.
El impresionismo y su afán de transformación, no supuso, sin embargo, una ruptura radical con el arte tradicional y académico, tal como se suele indicar de manera un poco simplista. El entusiasmo por la modernidad es una de las señas de identidad de la época, y contamina del mismo modo a realistas, impresionistas y académicos. Cada cual, a su manera, busca una transformación en el arte que lo haga más acorde con el mundo moderno. Y esta es una de las grandes aportaciones de esta exposición que además de presentar obras maestras de los impresionistas ofrece también una visión de aquellos otros artistas que, en los mismos años, también intentaron, aunque desde otros lenguajes una renovación de la pintura. Así, coincidiendo con la primera exposición del grupo Impresionista, celebrada en el estudio del fotógrafo Nadar en 1874, se funda el Museo de Luxemburgo como lugar de exposición de las grandes obras académicas premiadas en los Salones. Pero esta revolución no ahoga otras formas de modernidad, sino más bien al contrario: el impresionismo convive con el academicismo, pero también con las decoraciones clasicistas de Puvis de Chavannes y con los sueños simbolistas de Moreau.
Manet se convierte en el gran artista del momento, así como la gran referencia para los Impresionistas, personificando todas sus riquezas y contradicciones: las obras de Manet retoman las lecciones de Goya y Velázquez y, como ellos, sus creaciones nacen con la aspiración de perdurar en los Museos. El pífano es, sin duda, la obra que mejor resume la complejidad artística de Manet, su revolucionaria modernidad y su apego a la tradición. Manet presenta sus obras en el Salón, pero, a la vez, se convierte en el gran animador del nuevo grupo.
Referentes españoles
La escuela barroca española se convierte en estos momentos en un gran referente para estos artistas. El realismo sobrio y austero de Velázquez permitía a Manet justificar una pintura apegada a la realidad, que eliminaba lo accesorio para centrarse en la pintura más pura. Whistler tampoco pudo escapar a la influencia del gran maestro español, tal como demuestra el mítico retrato de su madre, Arreglo en gris y negro nº1.
Las primeras tentativas de formación de un grupo de vanguardia aparecen reflejadas en esta exposición a través de La Escuela de Batignolles. El gran cuadro de Fantin-Latour, La Escuela de Batignolles coloca a Manet como centro y alma del grupo, a pesar de que nunca quiso exponer con ellos. Por su parte, El taller de Bazille, de Bazille, así como los retratos de Renoir, Bazille o Monet, realizados entre ellos, muestran la gran connivencia del grupo.
Estos jóvenes artistas buscaban una oportunidad, un camino en el que desarrollar sus inquietudes artísticas, dentro de un panorama artístico marcado por academicismo del gran Salón de París, en el que reinaban artistas como Bouguereau o Cabanel que también intentarían su personal asalto a la modernidad. El Salón, sin embargo, también acogía propuestas más innovadoras como las grandes obras de Puvis de Chavannes, Le pigeon y Le ballon, alegorías del asedio de París en 1871, así como Mujeres a orillas del mar.
Impresionismo clásico
La historia del impresionismo clásico se recorre en esta exposición a través de obras imprescindibles para la historia del arte, lo que pone también de manifiesto la importancia del Musée d´Orsay como el gran referente mundial de este periodo:
Monet se presenta como el artista más virtuoso, tal como se pondrá de manifiesto en obras como La gare Saint-Lazare, Les regates à Argenteuil o La rue Montorgueil: Las grandes series fluviales sobre el Sena en Argenteuil, en Vetheuil, en Champrosay, que pintaron de forma coetánea Monet y Renoir plasman a la perfección
la técnica impresionista, las pinceladas pequeñas y vibrantes que permiten captar el continuo devenir de los efectos atmosféricos. Frente a la fuerza de Monet, Renoir aparece como un artista más sensual, más delicado en sus retratos, quizás por las sutiles irisaciones de su paleta veneciana, que se muestran con esplendor en obras como El columpio.
Sisley, por su parte, destaca por su gran rigor compositivo, demostrado en sus obras como La neige à Louvenciennes. Por su parte, Berthe Morisot, resume con su obra La cuna, que participó en la primera exposición impresionista de 1874, el lugar que ahora comienzan a reclamar las mujeres artistas.
Pisarro y Cézanne enfatizan la solidez estructural de los elementos de sus obras. Cézanne aprendió junto a Pisarro lo que significaba el impresionismo. Su complicidad se muestra al comparar obras como La casa del ahorcado de Cézanne y Los tejados rojos, de Pisarro, que muestran una composición muy similar. Pero el sentido constructivo de Cézanne, enfatizado por la plenitud de sus pinceladas, se pone de manifiesto de manera muy especial en sus bodegones y en sus últimas obras, como El puente de Maincy y El golfo de Marsella visto desde L´Estaque.
Renovación del clasicismo
Frente a la renovación estilística de Monet, Renoir o Cézanne, Degas representa la renovación del clasicismo. Su modernidad no se apoya en una pincelada vibrante o en la planitud del lienzo, sino en una estética fragmentaria, que le permite crear la ilusión de representar un instante de la vida moderna.
La exposición cierra brillantemente con las últimas obras de Manet, que demuestran su triunfo absoluto. Manet consigue triunfar en el Salón con obras de corte político, como el Retrato de Georges Clemenceau. Pero, a su vez, el gran pintor revolucionario reina en los salones mundanos, como muestra La mujer de los abanicos –retrato de la excéntrica Nina de Callias– o el Retrato de Stéphane Mallarmé. Todos ellos demuestran el entusiasmo por la modernidad que inició y vertebró brillantemente Manet.