El deshielo del Polo Norte abre rutas y accesos a recursos que atizan la rivalidad de los ejércitos
ANDRÉS PÉREZ
Público
En su discurso de recogida del premio Nobel de la Paz, Barack Obama afirmó que, frente al cambio climático, "no sólo científicos y activistas" están preocupados. Subrayó: "Los líderes militares de mi país comprenden que nuestra seguridad común pende de un hilo". La frase es la punta de un iceberg cada vez más afianzado en el mundo militar. Los ejércitos se están preparando para posibles guerras climáticas y están aplicando el célebre Si vis pacem para bellum (Si quieres paz, prepara la guerra). El para bellum ya está en marcha. Si es para conseguir la paz, está por ver.
En las esferas militares se da por hecho, como reza un manual de julio de 2009 de la Joint Special Operations University de EEUU, en PDF, (dependiente de la Comandancia de Operaciones Especiales), que los "líderes más jóvenes de las fuerzas especiales" del futuro van a combatir en un "entorno de seguridad complejo" marcado por "el cambio climático y la competición por los recursos". De los documentos consultados se desprende que la inestabilidad climática y los desórdenes previstos van a ser, por un lado, la justificación para un intervencionismo renovado del norte en el sur, y por otro, para una carrera de armamentos entre potencias.
La Casa Blanca sólo inscribió oficialmente al máximo nivel disposiciones para posibles guerras climáticas a finales de 2008 en el último documento oficial de estrategia nacional de la Administración Bush. Sin embargo, desde 2003, el Pentágono ya encargaba informes operativos sobre esos conflictos derivados del clima y, desde 2005, las escuelas de altos oficiales del Ejército estadounidense las integraban en sus planes de formación.
Tierra de oportunidades
El ejemplo de Washington es el reflejo de un giro cada vez más perceptible a escala mundial. Un giro que podría describirse así: la subida del nivel de los océanos, las pugnas por el agua potable, el deshielo de tierras fértiles en Siberia y Canadá, la desertificación en otros puntos, y los eventuales movimientos masivos de población crean oportunidades militares para quien sepa aprovecharlas.
El primer escenario de esa remilitarización es el océano Ártico, la región que, según un documento del Pentágono que se basa en estudios científicos, se está calentando dos veces más rápido que el resto del planeta. De 7,5 millones de km2 de hielo permanente en 1987, se ha pasado a apenas 4 millones en 2007. Recursos mineros e hidrocarburos antes no accesibles lo serán ahora. Rutas marítimas antes apenas practicables unas semanas al año, y sólo seguras bajo escolta de rompehielos, ahora van a ir quedando progresivamente abiertas a los buques mercantes más y más meses.
Como, además, los ingenieros agrónomos prevén que el calentamiento libere en las próximas décadas tierras para cosechas en zonas cada vez más al norte, la salida de esa producción de cereales debería hacerse forzosamente por el océano Ártico. Ya sea por la llamada Ruta del Noroeste, por aguas interiores del norte de Canadá o por la denominada Ruta del Noreste o del Norte, frente a las costas siberianas que circundan casi la mitad del polo.
La escalada militar empezó en 2007. No sólo fue la ya célebre bandera rusa de titanio clavada en el fondo del océano, símbolo de que la nueva Rusia estaba dispuesta a reivindicar los fondos marinos del Ártico mucho más allá de la zona económica exclusiva de 200 millas náuticas. Es que ese año fue el escogido por Rusia para salir de la nada y enviar de nuevo su flota nuclear y su aviación estratégica a efectuar "patrullas de rutina" un día tras otro por todo el Ártico. Hacía 17 años que no se atrevía a ello.
De inmediato, y por la solicitud insistente de varios lobbies, Washington reforzó en 2008 su base de Thule, en el extremo noroeste de Groenlandia, y otras instalaciones similares. En junio creó un grupo de trabajo encargado de estudiar la nueva estrategia naval y las inversiones necesarias para controlarincluso en caso de conflicto armado las nuevas rutas árticas de navegación.
Resultado: el flamante submarino nuclear de ataque USS Texas, de 2.700 millones de dólares y bautizado hace algo más de un año por Laura Bush, emergió el 16 de noviembre pasado en el Polo Norte, en aguas de Canadá, rompiendo un casco de hielo de cinco metros de espesor, para dejarse fotografiar por las agencias.
Alardes de poder
Esta nueva gama de submarinos de la clase Virginia había sido presentada en su día como adaptada al acercamiento a las costas, necesario para la lucha contra Al Qaeda. Ahora su casco ha sido reforzado para romper el hielo del Polo. ¿Un Bin Laden esquimal lo ha hecho cambiar de rumbo?
Nada de eso: la emersión del USS Texas fue la respuesta de EEUU a las pretensiones rusas sobre las rutas árticas. Los rusos no se abstuvieron de replicar con ensayos de misiles en zona internacional ártica y sin la advertencia previa de cortesía a los estados mayores vecinos, como suele ser la norma. El ovni que iluminó todo el cielo de Noruega a la llegada de Obama para su discurso hace unas semanas también fue un misil ruso de paseo por el Ártico. Moscú ha contado la bonita fábula de que el resplandor se debió a un problema técnico.
Otra señal que prueba que el calentamiento del planeta bien pudiera detonar una nueva miniguerra fría en el Ártico llegó en 2008. Moscú anunció la construcción de una flota de rompehielos nucleares muchos de ellos militares de nueva generación. Las capitales occidentales, según los ponentes de un coloquio en el Colegio Interarmas de Defensa francés, dan por sentado que Moscú tiene previsto exigir que todo buque mercante que transite por la Ruta Noreste deberá aceptar la escolta de uno de esos rompehielos rusos, aunque pase por aguas internacionales.
Noruega y Dinamarca (por Groenlandia) también están implicados directamente en el póker caliente del Ártico. El quinto en discordia es Canadá. Con regularidad desde hace tres años, su Gobierno contestaba a EEUU de mala manera cuando Washington reivindicaba que la Ruta Noroeste, pese a estar en aguas interiores canadienses, era un estrecho internacional con libertad de navegación. Tras la emersión del USS Texas y la salida a escena de la flota aeronaval rusa, se ha abstenido de protestar.
En las esferas militares se da por hecho, como reza un manual de julio de 2009 de la Joint Special Operations University de EEUU, en PDF, (dependiente de la Comandancia de Operaciones Especiales), que los "líderes más jóvenes de las fuerzas especiales" del futuro van a combatir en un "entorno de seguridad complejo" marcado por "el cambio climático y la competición por los recursos". De los documentos consultados se desprende que la inestabilidad climática y los desórdenes previstos van a ser, por un lado, la justificación para un intervencionismo renovado del norte en el sur, y por otro, para una carrera de armamentos entre potencias.
La Casa Blanca sólo inscribió oficialmente al máximo nivel disposiciones para posibles guerras climáticas a finales de 2008 en el último documento oficial de estrategia nacional de la Administración Bush. Sin embargo, desde 2003, el Pentágono ya encargaba informes operativos sobre esos conflictos derivados del clima y, desde 2005, las escuelas de altos oficiales del Ejército estadounidense las integraban en sus planes de formación.
Tierra de oportunidades
El ejemplo de Washington es el reflejo de un giro cada vez más perceptible a escala mundial. Un giro que podría describirse así: la subida del nivel de los océanos, las pugnas por el agua potable, el deshielo de tierras fértiles en Siberia y Canadá, la desertificación en otros puntos, y los eventuales movimientos masivos de población crean oportunidades militares para quien sepa aprovecharlas.
El primer escenario de esa remilitarización es el océano Ártico, la región que, según un documento del Pentágono que se basa en estudios científicos, se está calentando dos veces más rápido que el resto del planeta. De 7,5 millones de km2 de hielo permanente en 1987, se ha pasado a apenas 4 millones en 2007. Recursos mineros e hidrocarburos antes no accesibles lo serán ahora. Rutas marítimas antes apenas practicables unas semanas al año, y sólo seguras bajo escolta de rompehielos, ahora van a ir quedando progresivamente abiertas a los buques mercantes más y más meses.
Como, además, los ingenieros agrónomos prevén que el calentamiento libere en las próximas décadas tierras para cosechas en zonas cada vez más al norte, la salida de esa producción de cereales debería hacerse forzosamente por el océano Ártico. Ya sea por la llamada Ruta del Noroeste, por aguas interiores del norte de Canadá o por la denominada Ruta del Noreste o del Norte, frente a las costas siberianas que circundan casi la mitad del polo.
La escalada militar empezó en 2007. No sólo fue la ya célebre bandera rusa de titanio clavada en el fondo del océano, símbolo de que la nueva Rusia estaba dispuesta a reivindicar los fondos marinos del Ártico mucho más allá de la zona económica exclusiva de 200 millas náuticas. Es que ese año fue el escogido por Rusia para salir de la nada y enviar de nuevo su flota nuclear y su aviación estratégica a efectuar "patrullas de rutina" un día tras otro por todo el Ártico. Hacía 17 años que no se atrevía a ello.
De inmediato, y por la solicitud insistente de varios lobbies, Washington reforzó en 2008 su base de Thule, en el extremo noroeste de Groenlandia, y otras instalaciones similares. En junio creó un grupo de trabajo encargado de estudiar la nueva estrategia naval y las inversiones necesarias para controlarincluso en caso de conflicto armado las nuevas rutas árticas de navegación.
Resultado: el flamante submarino nuclear de ataque USS Texas, de 2.700 millones de dólares y bautizado hace algo más de un año por Laura Bush, emergió el 16 de noviembre pasado en el Polo Norte, en aguas de Canadá, rompiendo un casco de hielo de cinco metros de espesor, para dejarse fotografiar por las agencias.
Alardes de poder
Esta nueva gama de submarinos de la clase Virginia había sido presentada en su día como adaptada al acercamiento a las costas, necesario para la lucha contra Al Qaeda. Ahora su casco ha sido reforzado para romper el hielo del Polo. ¿Un Bin Laden esquimal lo ha hecho cambiar de rumbo?
Nada de eso: la emersión del USS Texas fue la respuesta de EEUU a las pretensiones rusas sobre las rutas árticas. Los rusos no se abstuvieron de replicar con ensayos de misiles en zona internacional ártica y sin la advertencia previa de cortesía a los estados mayores vecinos, como suele ser la norma. El ovni que iluminó todo el cielo de Noruega a la llegada de Obama para su discurso hace unas semanas también fue un misil ruso de paseo por el Ártico. Moscú ha contado la bonita fábula de que el resplandor se debió a un problema técnico.
Otra señal que prueba que el calentamiento del planeta bien pudiera detonar una nueva miniguerra fría en el Ártico llegó en 2008. Moscú anunció la construcción de una flota de rompehielos nucleares muchos de ellos militares de nueva generación. Las capitales occidentales, según los ponentes de un coloquio en el Colegio Interarmas de Defensa francés, dan por sentado que Moscú tiene previsto exigir que todo buque mercante que transite por la Ruta Noreste deberá aceptar la escolta de uno de esos rompehielos rusos, aunque pase por aguas internacionales.
Noruega y Dinamarca (por Groenlandia) también están implicados directamente en el póker caliente del Ártico. El quinto en discordia es Canadá. Con regularidad desde hace tres años, su Gobierno contestaba a EEUU de mala manera cuando Washington reivindicaba que la Ruta Noroeste, pese a estar en aguas interiores canadienses, era un estrecho internacional con libertad de navegación. Tras la emersión del USS Texas y la salida a escena de la flota aeronaval rusa, se ha abstenido de protestar.