La exposición Ibérica reúne los retratos de españoles anónimos de Ricky Dávila desde hace más de una década
PEIO H. RIAÑO
Público
La geografía de un país se reconoce por alguna ceja partida, la calvicie pronunciada, cicatrices en pómulos, entrecejos arrugados, barbas de tres días, jerséis con polos, profundos ojos negros, vello en el pecho, botones hasta el último ojal, corbatas descolocadas, aros en narices, carmín y rímel, turbante y neopreno, cremallera y escote El paisaje es el solar de los rostros que lo habitan. Cada uno tan distinto como la persona a la que esconden. Ricky Dávila (Bilbao, 1964) empezó allá por 1995 a acumular retratos de primer plano de los españoles con la intención de montar "una cartografía peninsular, un mapa ficticio de una sociedad, articulado con una narrativa casi literaria", reconoce el propio artista.
Ricky Dávila entiende la cámara, en el proyecto titulado Ibérica, como un magnífico instrumento de encuentro con el otro. Se acerca a personajes anónimos, aunque haya algún conocido en la colección de caras. No quiere interesarse por sus vidas, apenas sí conoce la vida de dos o tres de las 160 fotografías, que ha recopilado en el libro o de las 80 que forman parte de la exposición que se inaugura este jueves, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, gracias a la cesión de las obras de la Fundación Antonio Pérez.
En ellas aparecen, por ejemplo, los que armaron el cascarón del malogrado barco Alakrana. Pero el fotógrafo prefiere no dar ni una sola referencia de quién es quién. Son rostros, son parte de España. No es un sermón institucional de convivencia multirracial. Tampoco es antropología. "No me siento titulado para hacer algo con esa pretensión social. No quería que fuera más que un inventario de rostros. Además, no puede ser una investigación antropológica porque le falta sistema, dimensión y método. Lo que sí tiene es un valor documental", dice algo desengañado de sus propias palabras y por momentos cansado de uno de los discursos más lúcidos de la fotografía documental de hoy.
Fotografía humanista
Ama la realidad y se protege de ella. La realidad se le ha hecho insuficiente. A pesar de reconocer encontrarse en un momento creativo alejado al del cierre del proyecto Ibérica, hace dos años, descubre que el punto común de estas fotos con la antropología es el extrañamiento. "La base de todo es la curiosidad, el anhelo permanente de la curiosidad", explica y aclara que sólo cree en la fotografía documental subjetiva.
Por supuesto, tiene una definición para este subgénero: "El documentalismo subjetivo empieza por asumir la responsabilidad de decidir qué es lo importante para uno", sentencia. Ese documento se funda en premisas propias y "no al dictado del medio de comunicación". Ya no tiene músculo suficiente después de todos estos años, como él mismo dice, para dar una cuenta exclusivamente informativa de los hechos.
En Ibérica hay referentes fotográficos evidentes, pero ajenos al Ricky Dávila de hoy, ese que asegura haber cambiado más en los últimos cinco años que en los 20 anteriores. "Este trabajo es producto de unos héroes que ya he mudado con el paso del tiempo. Durante muchos años estuve al rebufo de William Klein, Richard Avedon, los obvios. Pero es imposible eludir que en estos momentos mis referentes son absolutamente opuestos: Daido Moriyama, Anders Petersen, Antoine d Agata y Alberto García-Alix". Ha llegado al antiperiodismo forzado, en primer lugar, por el desengaño forzado con el tratamiento de la imagen en los medios impresos.
Pero también porque ha llegado la deriva poética a la prosa con la que trabajaba. De hecho, los paisajes incluidos en la muestra son las imágenes más recientes, el reflejo de lo que él es hoy. Dávila cierra con este capítulo en su granada trayectoria cuentas con la realidad, para abandonarse a un viaje introspectivo. De la prosa a la poética: "La metáfora como un recurso de supervivencia personal", cuenta.
Más allá de los referentes fotográficos, Dávila se agarra con las dos manos a sus experiencias como lector. "Quisiera fotografiar como escribió W.G. Sebald". Se refiere a la divagación que late en las narraciones del autor alemán y a sus propios trabajos fotográficos. Inevitablemente, también se siente cercano a la literatura de Enrique Vila-Matas.