El músico y compositor de Lousiana, admirado por Bob Dylan o Neil Young, influyó con sus canciones a varias generaciones
FERNANDO NAVARRO
El País
De alguna manera, estaba destinado a no salir nunca en los créditos, pese a ser una de las almas de la fiesta y ganarse el respeto de todos. Así sucedió en el que seguramente ha sido uno de los acontecimientos más celebrados de la historia del rock estadounidense. En el Día de Acción de Gracias, Bobby Charles se había subido al escenario del legendario Winterland para unirse con los chicos de The Band y cantar Down South In New Orleans, pero Martin Scorsese, encargado de rodar aquel grandioso concierto de despedida, que reunió en una misma noche a Bob Dylan, Neil Young, Ringo Starr, Eric Clapton, Van Morrison, Muddy Waters o Joni Mitchell, entre otras figuras de primer nivel, decidió quitar su interpretación de la película final en 1978 (aunque posteriormente la reedición de una caja de discos recogería todos los descartes). De esta forma, Bobby Charles se quedaba fuera de la difusión de El Último Vals (The Last Waltz), aunque siempre fue santo y seña del sonido vibrante, que recorría toda la historia de la música popular de Estados Unidos, de aquella maravillosa actuación.
Robert Bobby Charles (Abbeville, Lousiana, 1938), compositor y cantante, murió ayer jueves en su casa a la edad de los 71 años. Con su fallecimiento, la música de Nueva Orleans pierde a una de sus joyas más ocultas para el gran público. Porque a Charles había que buscarle, como hicieron los miembros de The Band cuando para su despedida en directo quisieron tener representantes de un género que es piedra angular de la canción norteamericana. Llamaron al músico de Abbeville y a Dr. John. Sin embargo, Charles, a diferencia del segundo, ya era por aquel entonces toda una institución entre sus compañeros de profesión. Había dado forma a éxitos, convertidos con el tiempo en clásicos, para Fats Domino (Walking to New Orleans) y Bill Haley & the Comets (See You Later Alligator). Por lo tanto, desde los cincuenta, su nombre ya estaba adherido con Domino a las notas más consistentes del mejor ritmo de Nueva Orleans, y con Haley y los Comets a la gran sacudida del rock'n'roll primigenio.
Como amante del swamp sureño, el propio Domino fue una de sus grandes influencias. También el honky tonk y cajun de Hank Williams le marcó en su adolescencia. Esas referencias y un amor absoluto por la música hicieron que creciera en él una amalgama de sonidos sin estilo definido pero repleto de raíces y magníficas maneras.
De la pobreza en su localidad natal pasó a Chess Records, casa esencial del R&B de Chicago. Por su manera de cantar y la audición que hizo por teléfono, los hermanos Chess pensaron que era negro, pero a su llegada a la ciudad para su sorpresa se encontraron con un tipo blanco, con aires humildes. En una discográfica dominada por gente como Muddy Watters, Chuck Berry, Bo Diddley, Howlin' Wolf o Willie Dixon, terminó por hacerse respetar y fue el único blanco en el autobús de la compañía. Era signo de su talento.
En 1972, publicó un álbum en solitario que llevaba su nombre y demostró, a su aire, su genial mezcla de sonidos. Folk, soul, jazz y country haciéndose acompañar The Band y, sobre todo, de uno de sus miembros, Rick Danko. Aquel plástico aspiraba desde la primera escucha a obra maestra. El resto de discos en su cuenta no brillarían tanto pero, paradójicamente, desde aquella noche en el Winterland, el músico pasaría a un segundo plano, semiescondido, sin necesidad de demostrar nada a nadie. Mientras tanto, algunas de sus canciones fueron interpretadas por Ray Charles, Kris Kristofferson, Etta James o Delbert McClinton. Un lujoso catálogo de admiradores que ganó en nombres en 2004, cuando se publicó Last Train to Memphis, interesante homenaje a su obra en el que se dan cita Neil Young, Willie Nelson o Fats Domino. Bob Dylan también se encontraba entre sus seguidores. Al fin y al cabo, Bobby Charles era una de esas referencias entre compositores, un músico entre músicos, un artista que representaba buena parte de las influencias norteamericanas, un hombre que pudo decir que fue invitado al más famoso último vals. Ante la falta deesa imagen que lo corroborase, había que creerle o, simplemente, escucharle.
Robert Bobby Charles (Abbeville, Lousiana, 1938), compositor y cantante, murió ayer jueves en su casa a la edad de los 71 años. Con su fallecimiento, la música de Nueva Orleans pierde a una de sus joyas más ocultas para el gran público. Porque a Charles había que buscarle, como hicieron los miembros de The Band cuando para su despedida en directo quisieron tener representantes de un género que es piedra angular de la canción norteamericana. Llamaron al músico de Abbeville y a Dr. John. Sin embargo, Charles, a diferencia del segundo, ya era por aquel entonces toda una institución entre sus compañeros de profesión. Había dado forma a éxitos, convertidos con el tiempo en clásicos, para Fats Domino (Walking to New Orleans) y Bill Haley & the Comets (See You Later Alligator). Por lo tanto, desde los cincuenta, su nombre ya estaba adherido con Domino a las notas más consistentes del mejor ritmo de Nueva Orleans, y con Haley y los Comets a la gran sacudida del rock'n'roll primigenio.
Como amante del swamp sureño, el propio Domino fue una de sus grandes influencias. También el honky tonk y cajun de Hank Williams le marcó en su adolescencia. Esas referencias y un amor absoluto por la música hicieron que creciera en él una amalgama de sonidos sin estilo definido pero repleto de raíces y magníficas maneras.
De la pobreza en su localidad natal pasó a Chess Records, casa esencial del R&B de Chicago. Por su manera de cantar y la audición que hizo por teléfono, los hermanos Chess pensaron que era negro, pero a su llegada a la ciudad para su sorpresa se encontraron con un tipo blanco, con aires humildes. En una discográfica dominada por gente como Muddy Watters, Chuck Berry, Bo Diddley, Howlin' Wolf o Willie Dixon, terminó por hacerse respetar y fue el único blanco en el autobús de la compañía. Era signo de su talento.
En 1972, publicó un álbum en solitario que llevaba su nombre y demostró, a su aire, su genial mezcla de sonidos. Folk, soul, jazz y country haciéndose acompañar The Band y, sobre todo, de uno de sus miembros, Rick Danko. Aquel plástico aspiraba desde la primera escucha a obra maestra. El resto de discos en su cuenta no brillarían tanto pero, paradójicamente, desde aquella noche en el Winterland, el músico pasaría a un segundo plano, semiescondido, sin necesidad de demostrar nada a nadie. Mientras tanto, algunas de sus canciones fueron interpretadas por Ray Charles, Kris Kristofferson, Etta James o Delbert McClinton. Un lujoso catálogo de admiradores que ganó en nombres en 2004, cuando se publicó Last Train to Memphis, interesante homenaje a su obra en el que se dan cita Neil Young, Willie Nelson o Fats Domino. Bob Dylan también se encontraba entre sus seguidores. Al fin y al cabo, Bobby Charles era una de esas referencias entre compositores, un músico entre músicos, un artista que representaba buena parte de las influencias norteamericanas, un hombre que pudo decir que fue invitado al más famoso último vals. Ante la falta deesa imagen que lo corroborase, había que creerle o, simplemente, escucharle.