Versos inmunes a la represión carcelaria


Llega por primera vez en castellano la poesía de Wole Soyinka, escrita por el Nobel africano desde una prisión nigeriana contra los excesos del poder



PEIO H. RIAÑO
Público




No quiso el desgarro, las tripas, ni el vómito para la poesía. Dejó para la prosa la tortura, el maltrato y la violencia descarada. Wole Soyinka (Nigeria, 1934) fue preso en su país en dos ocasiones sin ser acusado de nada -aunque más tarde le acusaran de intento de conspiración-, y dejó testimonio escrito de su paso por la cárcel en dos fórmulas completamente opuestas. Por una lado en el escrito El hombre murió, el relato de la experiencia más dolorosa, y por otro en Lanzadera en una cripta, su primer poemario, donde se vuelve imaginativo, lírico y críptico. Dos lecturas complementarias de una intención inquebrantable: "Cuando el poder se pone al servicio de una reacción maligna, hace falta crear un lenguaje que intente apropiarse de esa indecencia del poder y le arroje a la cara sus excesos", ha escrito el Nobel africano.

Soyinka regresó en 1960 a Nigeria tras finalizar sus estudios en el extranjero, dos años de trabajo en el Royal Court Theatre y una carrera como dramaturgo en una pequeña compañía para la que escribió tres obras. A su regreso, con su país en plena guerra civil, se mantuvo fiel al ejercicio de la libertad desde tribunas de todo tipo, por lo que fue perseguido por conspirar contra el régimen. Primero fue arrestado en 1965 y luego en 1967, durante 22 meses en una celda de aislamiento. Durante su estancia tocó el fondo de la dignidad. Vio torturas y asesinatos con los que sus torturadores amenazaban al preso más famoso. Y sin embargo, él templa su pluma y publica tres años después de salir los poemas que había escrito en cuartillas, cajetillas de tabaco y papeles.

"Hablo con la voz de la lluvia menuda/ con los susurros de los brotes/ con magia de luz/ hablo con briznas de un viento antiguo/ matrona de las nubes/ y las gavillas en la era/ hablo cual flotar de las aguas", escribe en Semilla, uno de los poemas que ahora recupera la editorial Bartleby para el lector, que hasta el momento no había podido disfrutar de los versos en castellano del primer Nobel africano. Dejó el megáfono y la pancarta para otras ocasiones, colgó sus prendas rebeldes y trabajó un delicado y críptico himno contra el silencio.

El autor de La muerte y el caballero del rey (1975) ha confesado que escribe para acabar con la "santurronería narcotizante" de expresiones populares como "lo pasado, pasado". Soyinka escribe para acabar con la manipulación de los pueblos y no pierde la esperanza de la justicia de la verdad histórica: "Hasta en los Estados totalitarios llega el momento en que se admiten los errores del pasado, se desenmascara a los criminales situados en los pueblos elevados y se rehabilita a las víctimas, la mayor parte de las veces, ¡ay!, póstumamente", añadió en el prólogo de El hombre ha muerto.

Irónico frente a la amenaza

El traductor de este complicado poemario ha sido Luis Ingelmo, para quien el libro busca las metáforas "del hombre atribulado que quiere huir". Reconoce en este Soyinka al escritor sin arenga, que habla dese el susurro de la imagen, no desde el grito de la protesta, pero que llega a hacer el mismo daño al poder "al servicio de una reacción maligna". En ese sentido, le llamó la atención el poema Gulliver, en el que se muestra absolutamente irónico contra los gobernantes, a los que dibuja como enanitos que no sirven para nada: "El mundo medían según proporciones/ de enano: ¡por decreto estatal al sol hicieron/ descender para adecuarlo al sextante de su mente/ y los planetas ajustaron para que girasen/ según trayectorias calculables, órbitas/ cuyo centro fuera el palacio del Sol de soles,/ Hombre-Montaña, Rey de Liliput, Dueño/ y Terror de un universo en miniatura!".

Gulliver es uno de los cuatro arquetipos occidentales que emplea el autor africano para describir la situación de Nigeria en esos momentos. Junto a él aparece José, vendido por sus hermanos como esclavo e injustamente encarcelado; Hamlet, el reflejo mismo de los indecisos por temor a que sus acciones sean erróneas; y Ulises, el viajero, el que nunca regresa y cuyo periplo le supone diez años de trayecto en lugar de los pocos días que le separaban de su hogar.

Sin escurrir el bulto

"No hay rastro de militancia ideológica por ninguna parte", señala Luis Ingelmo sobre Lanzadera en una cripta. Soyinka ya había sido terriblemente crítico no sólo con Odumegwu Ojukwu, líder de la secesionista Biafra, sino sobre todo con la Izquierda, a la que acusa de no conducir bien su energía combativa durante aquellos acontecimientos. Se escandalizó con "la estrategia de escurrir el bulto" de la intelectualidad nigeriana y de que desdeñaran el papel de la denuncia a favor del discurso maniqueo. "Cualquier sistema político se puede imponer de esta manera sin necesidad de pedir permiso", explicó.

Dos de los poemas consiguieron atravesar los muros: Enterrado vivo y Flores para mi tierra, donde habla del régimen y del sadismo carcelario de manera más clara: "Dieciséis pasos/ por veintitrés. Mantienen/ sitiada a la humanidad/ y la verdad/ tomándose su tiempo para taladrarle la cordura".

Pero efectivamente, el valor más significativo de este poemario es la eliminación de cualquier referencia a una experiencia personal en la cárcel, para evitar la anécdota, no caer en la autobiografía del dolor y llegar a otros casos, otras represiones. "Quiso dar voz al amenazado, allá donde estuviera", explica Ingelmo que se ha enfrentado a la traducción más complicada de su carrera. "Es probable que Soyinka trabajara el material luego fuera de prisión", cuenta el traductor para explicarse el increíble logro de escribir entre tinieblas, bajo amenazas y completamente aislado estas joyas métricas (pentámetros yámbicos ingleses que Ingelmo ha transformado en dodecasílabos españoles). De hecho, inventó juegos matemáticos, clasificó insectos, mantuvo la mente ágil para mantenerse cuerdo. No le derrumbaron y aquí está la prueba escrita.