Guerras mediáticas e injustas




JUAN ANTONIO ÁLVAREZ REYES
ABC



Hay guerras mediáticas, profundamente mediáticas, en las que el documentalismo -ya fuera fotográfico antaño o ahora televisivo- ha contribuido a sentirlas casi como propias, más allá de la propia geografía del conflicto. Estas guerras mediáticas son o han sido, a su vez, tremendamente injustas. Cabría preguntarse si es esa injusticia manifiesta lo que las ha hecho mediáticas, universales entonces, pese a estar circunscritas a un terreno concreto y delimitado. Si acudimos a nuestra memoria, la de Occidente, pronto saldrán como un rosario de heridas que ni siquiera el paso del tiempo logra cicatrizar. Y eso, pese a no ser del todo propias, pero sí sentidas como tales por la culpa colonialista, y al estar provocadas por la geopolítica de la dominación. La memoria de la injusticia permanece como si de una fantasmagoría se tratara. Es el dolor de la infamia.

Indignación colectiva. Visitar el conjunto de exposiciones -que a su vez conforman una sola- en las salas de la Barbican Gallery de Londres es rememorar la indignación personal, pero también colectiva, que sólo las guerras injustas y mediáticas logran provocar. En ese listado se parte de la primera de ellas, que causó un gran impacto en Occidente: la Guerra Civil española. La exposición dedicada a Robert Capa ofrece precisamente la secuencia de la muerte del miliciano republicano en Cerro Muriano -junto a otras instantáneas de ese mismo día- símbolo gráfico de esa contienda y del fin internacional de la esperanza (también de la inacción). En su momento fue una imagen símbolo que causó un fuerte impacto cuando fue publicada por primera vez. Comparativamente podría equivaler a la que recientemente todos los grandes periódicos sacaron en portada sobre el bombardeo israelí de una escuela en Gaza. Como ésta última, hay imágenes que sirven como revulsivo de esa indignación que sólo sabe convocar la injusticia manifiesta.

La exposición de Capa tiene además el aliciente de mostrar algunas imágenes de «la maleta mexicana», perdida durante 70 años con negativos de la Guerra Civil. Toda esta serie, dedicada a Cerro Muriano, es profundamente impactante. Como lo es también, a su manera, la pequeña muestra dedica a Gerda Taro, una joven fotógrafa y compañera de Capa, fallecida a los 27 años en el frente madrileño, en Brunete. Fue una de las primeras mujeres en fotografiar desde el mismo lugar de la batalla. Fallece en el lado republicano, y, tras su funeral en París, se convierte en una mártir antifascista. En cualquier caso, el fotoperiodismo, con su fuerte halo de verdad, resulta, en la noche de una ciudad ajena, más poderoso, señalando mediante su difusión el revulsivo de la indignación.

Teatro de operaciones. En la planta baja de la sala de exposiciones de la Barbican volvemos al presente, o casi, puesto que el de esas guerras mediáticas es hoy mismo el cerco y bombardeo israelí a Gaza. Pero no muy lejos anda el «teatro de operaciones», puesto que la colectiva organizada para mostrar el presente del pasado inmediato está dedicada -al menos en su parte más interesante- a la invasión norteamericana de Irak. A ella, a esa otra guerra tremendamente mediática e injusta, aplican sus estilos documentales dos artistas que tienen como punto de partida dos medios diferentes. Por un lado, Paul Chan, bien conocido en el circuito internacional por sus animaciones e instalaciones, pero que también tiene esta otra línea de trabajo menos conocida, pero casi tan potente, crítica e intensa como sus primeras animaciones. El documentalismo de Chan es claramente postvérité, enriquecido y subjetivo, en el que combina periodismo, activismo y arte desde una postura muy crítica con la Administración Bush -y que bien en estos días pudiera servir como reflexión de un herencia difícil de digerir-. Los distintos filmes son parte de una trilogía sobre el estado de la cuestión en la que se deconstruye la geopolítica neoconservadora.

Por otro lado, del holandés Geert van Kesteren se exponen cientos de fotografías periodísticas tomadas después de la invasión norteamericana de Irak, incluidas las imágenes de los interrogatorios en Abu Ghraib, uno de los sucesos más penosos, junto a Guantánamo -a la que parece que sólo le quedan días contados cuanto tome posesión Obama- de la Historia reciente. Este proyecto, que recubre todas las paredes, tiene su traslación al papel mediante una publicación y también a la web (www.whimisterwhy.com).

Una doble cara. El tercer participante en Of the Subject of War es Omer Fast (Jerusalén, 1972), quien en The Casting, una doble proyección de vídeo, muestra la realidad y su construcción mediante una doble cara. Teniendo como protagonista a un sargento norteamericano, intenta, según sus palabras, explorar «el camino por el que la experiencia se convierte en memoria». Por último, las imágenes de An-My Lê son también más artísticas y, por tanto, menos documentales, con lo que su halo de verdad queda diluido entre un ejercicio de seducción ante el poderío militar americano y la propia «belleza» de la imagen, donde las maniobras de las máquinas de matar en el paisaje diluyen las figuras humanas a meros residuos, y donde la simulación sustituye a los «daños colaterales» en los que sí se centraron los dos primeros artistas.

La socióloga norteamericana Avery F. Gordon ha escrito, en Ghostly Matters, que el presente está poblado de fantasmas, de espíritus que vagan en busca de algún acto de reparación.

Las guerras mediáticas -que estas exposiciones en Londres reflejan- dejaron muchos cadáveres, espectros del pasado inmediato, que perviven no sólo en el presente a través -entre otros medios- de algunas de estas imágenes ligadas al fotoperiodismo y al nuevo documentalismo, sino también en la profunda injusticia que las convirtieron en lo que son: una fuerza social de la memoria.