E. R. MARCHANTE
ABC
Treinta años después del estreno de «Apocalypse Now», y cuando la Historia ya había decidido dejar este título en un lugar preferencial del cine de todos los tiempos, apareció su director, Francis Ford Coppola, con una nueva versión de la película, más larga, más redonda, más profunda...
El cineasta recupera cincuenta minutos descartados entonces en el montaje y con ellos -un par de secuencias nuevas y algún retoque y detalle en otras que ya estaban presentes-, lanza un enorme reto a lo que parecía perfecto y hasta a la propia Historia. Esta vieja y nueva película tiene el título de «Apocalypse Now Redoux», o sea, resucitado: un gigantesco paquidermo de 205 minutos de duración que tiene como origen remoto aquel relato tenebroso y lúcido de Joseph Conrad, «El corazón de las tinieblas», y que habla de los pormenores y peligros de viajar hasta las puertas del infierno. La guerra es, sólo, el medio de transporte.
Miedo al fracaso
Antes de entrar en el detalle de cuáles son esas nuevas escenas y de que modo influyen para modelar aún más el esqueleto de la obra maestra, diremos las causas que le empujaron a Coppola a prescindir de ellas. La primera y esencial era el temor a su tamaño, a que el gigantismo del monstruo devorara la esencia, la almendra de la escueta obra de Conrad. Temor a que fuera demasiado grande y demasiado extraña... No olvidemos que Coppola es un cineasta en perpetua amenaza de quiebra, y su miedo a la ruina (que le ha atrapado en varias ocasiones) siempre le ha llevado a mirar al público casi con obsesión.
Como detalle de esto, diremos que su miedo a fracasar con «Apocalypse Now» le empujó a hacer inmediatamente una película mucho más «de público»; se tituló «Corazonada», y fue tal fracaso en taquilla que casi arrastra consigo el gran éxito que obtuvo con «Apocalypse Now».
En fin, el caso es que aquellas dudas de entonces cayeron sobre un rodaje que ha quedado como uno de los más caóticos y problemáticos de la historia: con un guión grandioso de John Milius y con un reparto que parecía imposible de asentar (todos sus actores favoritos, de Pacino a De Niro, se negaron a pasarse un año en plena «guerra» en la selva; incluso sobre la marcha tuvo que cambiar a Harvey Keitel por el definitivo Martin Sheen, que a punto estuvo de morir en varias ocasiones y por los más diversos motivos y enfermedades. Y Marlon Brando, engordando por minutos y volviéndose más Kurtz que el propio Kurtz)..., no es extraño que hasta un director con el talento de Coppola necesitara casi treinta años para tener el valor de terminar «Apocaypse Now» tal y como la había concebido.
Dos secuencias
Y la concibió con estas dos grandes escenas que ahora pueden verse en la nueva versión:
La primera transcurre en una plantación francesa al borde del río. El capitán Willard (Martin Sheen) hace una parada en su agónica búsqueda del coronel Kurtz (Marlon Brando) en una plantación en la que resisten unos cuantos colonos franceses. Toda la larga secuencia está impregnada de una mezcla de ideales, de añoranza de un tiempo que ya no existe, entre esos colonos añejos, con un patriarca cínico y fantasmagórico (lo interpreta Christian Marquand) y con una extraña y atractiva mujer (Aurore Clement) con la que tendrá un dulce topetazo amoroso Willard que viene a ser como su despedida de la «normalidad» antes de emprender la definitiva subida del río y la bajada a los infiernos... Hay en todos estos momentos eliminados una mezcla de elegancia y diálogos, de aparente relajo que encubre una tensión indescriptible, que le añaden nuevos sabores y aromas a lo que ya sabíamos de la película.
La otra secuencia es más prosaica, pero igualmente reveladora: es la solución a uno de los momentos más celebrados de la primera película, al de las «chicas Play Boy» que van a animar a las tropas y que, ante el acoso del fuego amigo, salen del escenario a golpe de helicóptero... Lo que rescata ahora Coppola del vertedero del celuloide son los momentos posteriores a esa huida, con todo el «equipo playboy» desesperado en una base al lado del río porque su helicóptero se ha quedado sin combustible; hasta allí llegan Willard y su tripulación y comienza una sorprendente puja entre la tropa y las chicas por intercambiar gasolina y sexo... Dentro del corpachón de la película, esta escena consigue una rara aleación entre grosería y ternura; un golpe impresionantemente humano, tangible, y que le deja unos aires depresivos a la continuidad del viaje.
Es contradictorio, pero ambas secuencias, una vez vistas, se hacen completamente indispensables para la armonía perfecta de los pesos de la película, aunque su ausencia hasta que se incorporaron no había dejado la menor huella. Es decir, su presencia es esencial y su ausencia era inadvertida: han encajado ahí como la pieza de un puzzle en el que no había ningún hueco libre.
Más Brando
Y es de capital importancia en «Apocaylpse Now Redux» el detenimiento que hace la cámara en las escenas finales de Marlon Brando, a las que se les ha añadido material, planos, momentos, que muestran con mayor y mejor produndidad el proceso de descomposición del coronel Kurtz, que había sido minuciosamente trabajado por un descomunal, en todos los sentidos, Brando casi segundo a segundo, plano a plano. Dicho pronto: en esta nueva versión hay más y más demente Marlon Brando que en la que se vió a finales de los setenta.
Estamos, pues, ante un enigmático ejemplo de arte mayor: la perfección perfeccionada... Un capítulo inédito de «El Quijote», otra «menina» nunca vista, una escena desconocida de «Hamlet»...
El cineasta recupera cincuenta minutos descartados entonces en el montaje y con ellos -un par de secuencias nuevas y algún retoque y detalle en otras que ya estaban presentes-, lanza un enorme reto a lo que parecía perfecto y hasta a la propia Historia. Esta vieja y nueva película tiene el título de «Apocalypse Now Redoux», o sea, resucitado: un gigantesco paquidermo de 205 minutos de duración que tiene como origen remoto aquel relato tenebroso y lúcido de Joseph Conrad, «El corazón de las tinieblas», y que habla de los pormenores y peligros de viajar hasta las puertas del infierno. La guerra es, sólo, el medio de transporte.
Miedo al fracaso
Antes de entrar en el detalle de cuáles son esas nuevas escenas y de que modo influyen para modelar aún más el esqueleto de la obra maestra, diremos las causas que le empujaron a Coppola a prescindir de ellas. La primera y esencial era el temor a su tamaño, a que el gigantismo del monstruo devorara la esencia, la almendra de la escueta obra de Conrad. Temor a que fuera demasiado grande y demasiado extraña... No olvidemos que Coppola es un cineasta en perpetua amenaza de quiebra, y su miedo a la ruina (que le ha atrapado en varias ocasiones) siempre le ha llevado a mirar al público casi con obsesión.
Como detalle de esto, diremos que su miedo a fracasar con «Apocalypse Now» le empujó a hacer inmediatamente una película mucho más «de público»; se tituló «Corazonada», y fue tal fracaso en taquilla que casi arrastra consigo el gran éxito que obtuvo con «Apocalypse Now».
En fin, el caso es que aquellas dudas de entonces cayeron sobre un rodaje que ha quedado como uno de los más caóticos y problemáticos de la historia: con un guión grandioso de John Milius y con un reparto que parecía imposible de asentar (todos sus actores favoritos, de Pacino a De Niro, se negaron a pasarse un año en plena «guerra» en la selva; incluso sobre la marcha tuvo que cambiar a Harvey Keitel por el definitivo Martin Sheen, que a punto estuvo de morir en varias ocasiones y por los más diversos motivos y enfermedades. Y Marlon Brando, engordando por minutos y volviéndose más Kurtz que el propio Kurtz)..., no es extraño que hasta un director con el talento de Coppola necesitara casi treinta años para tener el valor de terminar «Apocaypse Now» tal y como la había concebido.
Dos secuencias
Y la concibió con estas dos grandes escenas que ahora pueden verse en la nueva versión:
La primera transcurre en una plantación francesa al borde del río. El capitán Willard (Martin Sheen) hace una parada en su agónica búsqueda del coronel Kurtz (Marlon Brando) en una plantación en la que resisten unos cuantos colonos franceses. Toda la larga secuencia está impregnada de una mezcla de ideales, de añoranza de un tiempo que ya no existe, entre esos colonos añejos, con un patriarca cínico y fantasmagórico (lo interpreta Christian Marquand) y con una extraña y atractiva mujer (Aurore Clement) con la que tendrá un dulce topetazo amoroso Willard que viene a ser como su despedida de la «normalidad» antes de emprender la definitiva subida del río y la bajada a los infiernos... Hay en todos estos momentos eliminados una mezcla de elegancia y diálogos, de aparente relajo que encubre una tensión indescriptible, que le añaden nuevos sabores y aromas a lo que ya sabíamos de la película.
La otra secuencia es más prosaica, pero igualmente reveladora: es la solución a uno de los momentos más celebrados de la primera película, al de las «chicas Play Boy» que van a animar a las tropas y que, ante el acoso del fuego amigo, salen del escenario a golpe de helicóptero... Lo que rescata ahora Coppola del vertedero del celuloide son los momentos posteriores a esa huida, con todo el «equipo playboy» desesperado en una base al lado del río porque su helicóptero se ha quedado sin combustible; hasta allí llegan Willard y su tripulación y comienza una sorprendente puja entre la tropa y las chicas por intercambiar gasolina y sexo... Dentro del corpachón de la película, esta escena consigue una rara aleación entre grosería y ternura; un golpe impresionantemente humano, tangible, y que le deja unos aires depresivos a la continuidad del viaje.
Es contradictorio, pero ambas secuencias, una vez vistas, se hacen completamente indispensables para la armonía perfecta de los pesos de la película, aunque su ausencia hasta que se incorporaron no había dejado la menor huella. Es decir, su presencia es esencial y su ausencia era inadvertida: han encajado ahí como la pieza de un puzzle en el que no había ningún hueco libre.
Más Brando
Y es de capital importancia en «Apocaylpse Now Redux» el detenimiento que hace la cámara en las escenas finales de Marlon Brando, a las que se les ha añadido material, planos, momentos, que muestran con mayor y mejor produndidad el proceso de descomposición del coronel Kurtz, que había sido minuciosamente trabajado por un descomunal, en todos los sentidos, Brando casi segundo a segundo, plano a plano. Dicho pronto: en esta nueva versión hay más y más demente Marlon Brando que en la que se vió a finales de los setenta.
Estamos, pues, ante un enigmático ejemplo de arte mayor: la perfección perfeccionada... Un capítulo inédito de «El Quijote», otra «menina» nunca vista, una escena desconocida de «Hamlet»...
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