AIDA M. PEREDA
Lumpen
"Quería volver a hacer las películas que me gustaban de joven, al estilo del cine europeo de los años cincuenta y sesenta y así creé mi obra más personal, con la que he aprendido a conocerme a mí mismo y a mi familia".
Con estas palabras define Coppola su último filme, Tetro, una obra que refleja la inquietud inquebrantable del realizador de Apocalypse Now, que a sus setenta años no duda en seguir tomando riesgos cinematográficos. Si en Apocalypse Now sufrió las penurias de un rodaje maldito, en esta ocasión, tras Juventud sin juventud, su anterior película, que ni siquiera llegó a ser exhibida a nivel mundial (pendiente de estreno en España), se aventura con un proyecto sorprendentemente íntimo, más cercano al cine de autor de Ingmar Bergman que a las grandes producciones. De hecho, su involucración personal ha sido tal que ha partido de un guión escrito íntegramente por él (algo que no hacía desde The Cotton Club, 1984).
Cuando fui al cine a ver Tetro, era consciente de las malas críticas que había cosechado, pero aun así no quise perdérmela. Quería ver con mis propios ojos la “obra menor de Coppola”, pues mi experiencia me dice que nunca hay que fiarse de los críticos. A la salida no me sentí para nada decepcionada, pues me emocionó esta historia de calado personal que ayuda sin duda a comprender mejor al maestro de La ley de la calle.
Sin embargo, aunque la sencillez aparente de Tetro es totalmente novedosa en Coppola, su contenido sigue mostrando los temas que le han preocupado a lo largo de toda su filmografía. “La familia siempre me ha parecido interesante. La amas y la odias, es una relación muy compleja”, cuenta Coppola.
Atrás queda la grandilocuencia de su famosa trilogía, pero en Tetro, la institución familiar, pilar estructural de El Padrino, evoluciona para encuadrarse en un drama de manufactura cotidiana, donde además subyace un análisis sobre las tortuosidades que envuelven el proceso creativo, desde la falta de inspiración hasta el miedo a las críticas. Para rodar su historia, un drama clásico en un blanco y negro que viaja al color en los flashbacks, Coppola eligió el barrio bonaerense de La Boca y la Ciudad de la Luz en Alicante.
Tetro cuenta la historia de un escritor americano de ascendencia italiana (Vincent Gallo) refugiado en Buenos Aires con su pareja y psiquiatra (Maribel Verdú), que recibe la visita de su hermano pequeño, lo que reavivará sus conflictos mentales y hará que resurjan los fantasmas de una familia a la que decidió olvidar hace diez años. Sin embargo, su hermano tratará de ganarse su cariño y conseguir que escriba el final de una historia que dejó en el interior de una maleta bajo la sombra omnipresente de su progenitor, un genial compositor de música, cuyo destello no deja hueco para otro artista en la familia.
En el reparto destaca un acertado Vincent Gallo (haciendo de Tetro) con un papel que, aunque pueda pensarse hecho a medida para él, estaba en realidad destinado en un principio a Matt Dillon y luego a Joaquin Phoenix. De todos modos, se hace muy difícil pensar en que otro actor lo hubiese hecho igual de bien que Gallo, con ese gesto atormentado y su experiencia en tipos de gran hostilidad y hermetismo (Buffalo’66).
El actor que hace de su hermano, Alden Ehrenreich, debuta con este filme, con una actuación notable que seguramente pueda abrirle las puertas para una prometedora carrera. Maribel Verdú hace un papel secundario (inspirado en el de Y tu mamá también), que aunque nexo necesario para unir los lazos entre los dos hermanos, no llega a llamar la atención. En mi opinión carece de fuelle. Y Carmen Maura, que sustituyó a Javier Bardem (quien dejó a Coppola en la estacada), parece estar desubicada en su papel de crítica artística, con una estética, más propia de un filme de Almodóvar, que llega a romper las coordenadas diseñadas por Coppola, que quizás pueden recordar al cineasta manchego en ciertas situaciones un tanto rocambolescas. Otro de los puntos más débiles es el ritmo desigual de la narración, dilatada en exceso con un final que no aporta nada relevante al conjunto.
Sin embargo, en líneas generales, Tetro es un filme de una orfebrería exquisita, que indaga en los sentimientos más ocultos con una delicadeza inusual en Coppola y que merece al menos la oportunidad de verlo dejando a un lado las comparaciones con su filmografía anterior.
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