Alianza y Cátedra editan las obras clave del clásico americano
ÁLVARO CORTINA
El Mundo
Cuando las serpientes empezaban a sacudirse el letargo de la hibernación, en marzo de 1845, Henry David Thoreau (1817-1862) tomó prestada un hacha y se fue a talar pinos para construirse una casa. También urdió prosas sobre los bosques de Maine, sobre su paso en canoa por el río Merrimack y sobre una excursión al Cabo Cod, pero su estancia de 26 meses en su cabaña junto a la laguna Walden tiene un lugar muy especial, fundacional y mítico, en los anaqueles de la Literatura americana.
"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido". 'Walden' (Cátedra) y 'Desobediencia civil' (Alianza) son divagaciones, soflamas en realidad, a favor del campo, de la ociosidad y del individuo. El yo levanta aquí su tótem, entre sauces y pajarillos.
En su 'Sonata de Concord', el gran compositor Charles Ives buscó retratar musicalmente a varias celebridades de la Nueva Inglaterra, rostros de daguerrotipo: Emerson, Hawthorne o los Alcott. Al final del movimiento 4º, dedicado a Thoreau, suena sobre el piano atonal una flauta. Es la flauta del druida excéntrico que recorría orillas y veredas, la flauta de Thoreau, dios Pan sin lujuria. Dice: "He sido un adorador tan sincero de la aurora como los griegos".
Thoreau escribe en 'Walden' sobre sus cultivos de judías, sobre su maizal, sobre su bricomanía, sus gastos, sus pormenores y chapucillas, y sobre las percas bajo el agua o la lechuza. Tomaba el agua de la charca con un cazo (acaso queriendo beberse algún lucero reflejado), y escuchaba la estampida metálica y de olla express de los ferrocarriles cercanos.
Su tiempo no eran dólares en volandas, como el del puritano Benjamin Franklin, sus días de Walden abolieron a los incontinentes cangrejos cronométricos del minutero. Durante su primer año allí ni siquiera leyó libros. Contemplaba, simplemente. El tiempo verbal de su relato rebasa indistintamente las lindes del pasado y del presente.
Para Rousseau, la botánica y el verde fueron un bálsamo frente a la neurosis. Thoreau, que en algo renueva el mito del ginebrino (aunque su discurso se arrima más a Locke), pretende una integridad perdida bajo el imperio de lo falso. "Siempre he lamentado no ser tan sabio como el día en que nací", escribe. Y, sin ser Max Weber, advierte: "Pero ¡mirad!, los hombres se han convertido en las herramientas de sus herramientas".
'Desobediencia civil', de 1848, está escrito dos años después de haber ido a la cárcel (aunque en seguida se pagó la fianza) por no pagar impuestos. Le indignaba el esclavismo sureño y aborrecía el ataque a México. En el calabozo reflexionó: "Yo veía al Estado como a un necio, como a una mujer solitaria que temiese por sus cubiertos de lata y que no supiese distinguir a sus amigos de sus enemigos. Perdí todo el respeto que aún le tenía y me compadecí de él". Renegó. Henry Miller, que lo admiraba, consideró: "está más cerca de una anarquista que de un demócrata, un comunista o un socialista".
Ley de Esclavos Fugitivos de 1851
En la edición de Alianza se incluyen textos como 'Una vida sin principios' (que pueden complementarse en su alegato con 'En defensa de los ociosos', de Stevenson, y ciertos pasajes de Julio Camba), y otros dos más. Estos artículos posteriores son más contextuales del problema de la aprobación de la Ley de Esclavos Fugitivos de 1851. Son 'Esclavitud en Massachusetts' y 'Apología del capitán John Brown'.
El eremita romántico Thoreau, el salvaje flautista antisudista de Concord, que había sido jardinero de Emerson, y profesor, granjero y excéntrico profesional se puso el resto de su vida repartiendo la llama de la controversia por ateneos y camarillas. Sin deponer las armas jamás. Su legado ha sido más bien moral, la escuela de robinsones que es 'Walden' busca una identidad que se refleja en las brisas forestales, en el pantano inmóvil. Es el mito americano del "outlaw", del fuera de la ley.
Cuando en 'Malas tierras', Martin Sheen y Sissy Spacek huyen del pueblo y construyen su granja en la naturaleza, no hacen más que despertar el espíritu desobediente de 'Walden'. El animismo de Thoreau nos asocia irremisiblemente al paisaje: "La vida está en nosotros como el agua en el río". El balance, al final de su vida fue positivo y aleccionador: "Mi vida ha sido el poema que habría escrito". No existe mayor justificación estética del género autobiográfico.
"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido". 'Walden' (Cátedra) y 'Desobediencia civil' (Alianza) son divagaciones, soflamas en realidad, a favor del campo, de la ociosidad y del individuo. El yo levanta aquí su tótem, entre sauces y pajarillos.
En su 'Sonata de Concord', el gran compositor Charles Ives buscó retratar musicalmente a varias celebridades de la Nueva Inglaterra, rostros de daguerrotipo: Emerson, Hawthorne o los Alcott. Al final del movimiento 4º, dedicado a Thoreau, suena sobre el piano atonal una flauta. Es la flauta del druida excéntrico que recorría orillas y veredas, la flauta de Thoreau, dios Pan sin lujuria. Dice: "He sido un adorador tan sincero de la aurora como los griegos".
Thoreau escribe en 'Walden' sobre sus cultivos de judías, sobre su maizal, sobre su bricomanía, sus gastos, sus pormenores y chapucillas, y sobre las percas bajo el agua o la lechuza. Tomaba el agua de la charca con un cazo (acaso queriendo beberse algún lucero reflejado), y escuchaba la estampida metálica y de olla express de los ferrocarriles cercanos.
Su tiempo no eran dólares en volandas, como el del puritano Benjamin Franklin, sus días de Walden abolieron a los incontinentes cangrejos cronométricos del minutero. Durante su primer año allí ni siquiera leyó libros. Contemplaba, simplemente. El tiempo verbal de su relato rebasa indistintamente las lindes del pasado y del presente.
Para Rousseau, la botánica y el verde fueron un bálsamo frente a la neurosis. Thoreau, que en algo renueva el mito del ginebrino (aunque su discurso se arrima más a Locke), pretende una integridad perdida bajo el imperio de lo falso. "Siempre he lamentado no ser tan sabio como el día en que nací", escribe. Y, sin ser Max Weber, advierte: "Pero ¡mirad!, los hombres se han convertido en las herramientas de sus herramientas".
'Desobediencia civil', de 1848, está escrito dos años después de haber ido a la cárcel (aunque en seguida se pagó la fianza) por no pagar impuestos. Le indignaba el esclavismo sureño y aborrecía el ataque a México. En el calabozo reflexionó: "Yo veía al Estado como a un necio, como a una mujer solitaria que temiese por sus cubiertos de lata y que no supiese distinguir a sus amigos de sus enemigos. Perdí todo el respeto que aún le tenía y me compadecí de él". Renegó. Henry Miller, que lo admiraba, consideró: "está más cerca de una anarquista que de un demócrata, un comunista o un socialista".
Ley de Esclavos Fugitivos de 1851
En la edición de Alianza se incluyen textos como 'Una vida sin principios' (que pueden complementarse en su alegato con 'En defensa de los ociosos', de Stevenson, y ciertos pasajes de Julio Camba), y otros dos más. Estos artículos posteriores son más contextuales del problema de la aprobación de la Ley de Esclavos Fugitivos de 1851. Son 'Esclavitud en Massachusetts' y 'Apología del capitán John Brown'.
El eremita romántico Thoreau, el salvaje flautista antisudista de Concord, que había sido jardinero de Emerson, y profesor, granjero y excéntrico profesional se puso el resto de su vida repartiendo la llama de la controversia por ateneos y camarillas. Sin deponer las armas jamás. Su legado ha sido más bien moral, la escuela de robinsones que es 'Walden' busca una identidad que se refleja en las brisas forestales, en el pantano inmóvil. Es el mito americano del "outlaw", del fuera de la ley.
Cuando en 'Malas tierras', Martin Sheen y Sissy Spacek huyen del pueblo y construyen su granja en la naturaleza, no hacen más que despertar el espíritu desobediente de 'Walden'. El animismo de Thoreau nos asocia irremisiblemente al paisaje: "La vida está en nosotros como el agua en el río". El balance, al final de su vida fue positivo y aleccionador: "Mi vida ha sido el poema que habría escrito". No existe mayor justificación estética del género autobiográfico.